El aire estaba impregnado de una tensión palpable. Desde la boda, el cielo había estado cubierto de nubes oscuras que amenazaban con desatar su furia sobre el reino. Amara se encontraba en la torre más alta del castillo, su lugar de refugio donde podía escapar momentáneamente de la presión y el desconsuelo que sentía por dentro. Allí, Nerón la encontró, con los ojos llenos de lágrimas y el rostro cubierto de preocupación.
—Amara —dijo Nerón suavemente mientras se acercaba a su hermana—. No estás sola en esto. Sé que el compromiso con Conall no es lo que deseas.
Amara levantó la mirada, sus ojos brillaban con lágrimas no derramadas. La tormenta en su corazón era evidente.
—¿Cómo pudo hacerme esto, Nerón? —sollozó Amara, su voz rota por la angustia—. No quiero casarme con él. Él no es más que un manipulador, y el compromiso no es más que una estrategia para consolidar su poder.
Nerón se sentó junto a ella, poniendo un brazo reconfortante alrededor de sus hombros. El dolor de su hermana era el suyo propio, y la impotencia lo abrumaba.
—Padre ha dejado que esto suceda, y Conall ha aprovechado cada oportunidad para fortalecer su posición —respondió Nerón, su tono lleno de frustración—. Pero no permitiré que te hagan daño, Amara. Haré lo que sea necesario para protegerte.
Los dos hermanos se quedaron en silencio por un momento, contemplando las oscuras nubes que se acumulaban en el horizonte. Era como si el cielo compartiera su tristeza y enojo.
—Los dioses no están contentos, ¿verdad? —preguntó Amara con voz temblorosa, mirando hacia el cielo ominoso.
—No, no lo están —confirmó Nerón, su expresión grave—. El comportamiento de nuestro padre, Aurelio, ha perturbado el equilibrio natural. Los dioses han sido ignorados y despreciados, y ahora exigen justicia.
Mientras hablaban, un trueno resonó en la distancia, seguido por un relámpago que iluminó el cielo. El aire estaba cargado de energía, y una sensación de inminente catástrofe se cernía sobre ellos.
—Un diluvio —susurró Amara, comprendiendo el mensaje divino—. Los dioses han decidido castigar a nuestro reino.
Nerón asintió, sus pensamientos corriendo a través de las posibles consecuencias.
—No podemos quedarnos de brazos cruzados —declaró Nerón, tomando la mano de Amara con determinación—. Debemos encontrar una manera de apaciguar a los dioses y proteger a nuestra gente.
Amara lo miró con una mezcla de admiración y esperanza. A pesar de las adversidades, su hermano siempre había sido su mayor aliado y protector.
—¿Pero cómo? —preguntó Amara, su voz aún cargada de desesperación—. ¿Qué podemos hacer contra la voluntad de los dioses?
Nerón se levantó, con la mirada fija en el horizonte.
—Debemos reunir a los consejeros y a aquellos que entienden las antiguas tradiciones y rituales —dijo con resolución—. Hay que encontrar la manera de pedir perdón y restaurar el equilibrio. Juntos, encontraremos una solución.
En ese momento, la lluvia comenzó a caer en gruesas gotas que azotaban las ventanas de la torre. Amara y Nerón sabían que debían actuar rápido para salvar a su reino de la ira de los dioses.
Mientras bajaban de la torre para unirse a los consejeros del reino, ambos sentían el peso de la responsabilidad en sus corazones. La guerra de los dioses no era solo una batalla contra los elementos, sino una prueba de su valor y liderazgo.
Las puertas del gran salón se abrieron de par en par cuando Nerón y Amara entraron, empapados por la lluvia. Los consejeros y hombres de fe ya estaban reunidos, sus rostros serios mientras discutían el inminente peligro que enfrentaban.
—¡Nerón, Amara! —exclamó uno de los consejeros al verlos—. Nos preguntábamos cuándo llegarían. La situación es grave.
Nerón se adelantó, su voz clara y decidida.
—Los dioses han expresado su descontento, y debemos actuar rápido para evitar una catástrofe. ¿Alguien tiene conocimiento de cómo apaciguarlos?
Uno de los hombres de fe, un anciano sabio con una larga barba blanca, se levantó.
—En tiempos antiguos, nuestros antepasados ofrecían tributos a los dioses para calmar su ira. Un sacrificio en nombre del rey puede restaurar el equilibrio y mostrar nuestra sinceridad —sugirió, con la voz grave.
Antes de que Nerón pudiera hablar, las puertas del gran salón se abrieron de golpe y el rey Aurelio entró con paso firme, seguido de un séquito de guardias reales. Su expresión era dura, y su mirada llena de desprecio por la conversación que había oído.
—¿Tributos? ¿Sacrificios? —replicó Aurelio con voz burlona, dirigiéndose a Nerón y Amara—. Esto no es más que una llovizna sin importancia. Los dioses no pueden controlarnos. Somos los dueños de nuestro destino.
Amara intentó razonar con su padre, su voz temblorosa pero determinada.
—Padre, la situación es grave. Nuestra gente está sufriendo. Si no hacemos algo, las consecuencias serán desastrosas.
Aurelio la miró con desdén, negando con la cabeza.
—Esas son supersticiones de tiempos antiguos. No voy a doblegarme ante caprichos divinos. ¡Nosotros controlamos nuestro destino!
A pesar de las palabras de su padre, Nerón y Amara sabían que no podían quedarse de brazos cruzados. Juntos, tomaron la decisión de enviar un séquito de guardias para ayudar a las aldeas cercanas al palacio. Mujeres, niños y algunos animales fueron llevados a la seguridad del castillo.
—Hemos hecho arreglos para que sean alojados en la cúspide del palacio —informó Nerón a los consejeros—. Se han preparado colchas calientes y velas, y el médico de la familia real está atendiendo a los heridos y enfermos.
Amara supervisaba la operación con una mezcla de alivio y preocupación. Sabía que estaban haciendo lo correcto, pero también que su padre no lo veía de la misma manera.
Mientras el rey Aurelio se hundía en su frustración, enfurecido por la desobediencia de sus hijos, los días pasaban y la lluvia no cesaba. El desafío del rey a los dioses se hacía cada vez más insostenible, y Nerón y Amara entendieron que la verdadera batalla no solo era contra los elementos, sino también contra la obstinación de su propio padre.
La resistencia de Aurelio había puesto al reino al borde de la ruina, pero Nerón y Amara estaban decididos a luchar por su gente, a pesar de los desafíos internos y externos. Mientras los aldeanos buscaban refugio y esperanza, Nerón y Amara se mantenían firmes, preparados para enfrentarse a la ira de los dioses y salvar a su pueblo de la destrucción inminente.
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Joven reina Amara
Mystery / ThrillerEl destino escrito por los dioses se cumplirá, con el peso de la corona y el odio de su padre.