La tormenta persistía sobre Nesuria, como si el cielo llorara junto a Amara por la pérdida de Nerón. Pero en su interior, Amara había dejado que el dolor se transformara en una furia incandescente, un deseo ardiente de justicia que consumía cada fibra de su ser. No podía permitir que la muerte de su hermano quedara impune, ni que el sacrificio de su madre fuese olvidado.
Con el amanecer llegó una resolución inquebrantable. Amara se levantó de la cama que compartía con Isadora, quien aún dormía sumida en un agotamiento emocional. Se vistió con un sencillo vestido negro, símbolo de su duelo y de su determinación. Mientras lo hacía, sus pensamientos estaban fijos en un único objetivo: enfrentarse a su padre y exigirle cuentas.
Amara avanzó por los pasillos del palacio, su paso firme resonando en el mármol como un presagio de la tormenta que estaba a punto de desatarse. Los sirvientes y cortesanos la observaban con miradas de sorpresa y miedo, reconociendo en sus ojos un fuego que nunca antes habían visto en la princesa.
Encontró a su padre en la sala del trono, donde Aurelio estaba sentado con la misma frialdad que siempre lo había caracterizado. El rey estaba rodeado de algunos de sus consejeros más leales, quienes parecían incómodos ante la presencia de Amara. Su llegada hizo que el murmullo de las voces se extinguiera, dejando un silencio expectante en la sala.
—Padre, —Amara pronunció la palabra con un tono que era una mezcla de desprecio y desafío— debemos hablar.
El rey la miró con una expresión que combinaba aburrimiento y leve curiosidad, como si ella no fuera más que una molestia insignificante. Sin embargo, en su mirada había un destello de precaución, como si percibiera que esta vez, su hija no estaba dispuesta a retroceder.
—No tengo tiempo para tus lamentos, Amara. Si vienes a llorar por tu hermano, no me interesa escucharlo —replicó Aurelio, su voz cortante como el filo de su espada.
Amara avanzó hacia él, su mirada fija y decidida. El silencio en la sala era total, y todos los presentes contuvieron la respiración al ver el desafío en sus ojos. Se detuvo al pie del trono, mirándolo con una intensidad que habría intimidado a cualquiera, menos a su padre.
—Nerón era más que un hermano para mí. Era un líder, el verdadero heredero de este reino. Lo que hiciste no tiene perdón, y no dejaré que su muerte quede sin justicia —su voz era firme, un eco de la determinación que sentía en su corazón.
Aurelio dejó escapar una risa seca, despectiva. —¿Justicia? ¿Crees que puedes desafiarme, niña? Este reino es mío, y siempre lo será. Nerón era débil, al igual que tú.
El desprecio en las palabras de Aurelio encendió una chispa en el corazón de Amara, avivando su deseo de confrontarlo. —Tú no eres más que un tirano, un asesino. ¿Crees que los dioses te protegerán de lo que has hecho? Nerón no era débil, y tampoco lo soy yo. Mi madre murió por tu ambición, y no permitiré que sus sacrificios sean en vano.
La tensión en la sala era palpable. Aurelio se puso de pie, su figura imponente tratando de ejercer dominio sobre ella. — Tú eres mi hija, Amara. No olvides cuál es tu lugar. Ya te he dado a Conall, así que cumple tu deber.
Amara lo miró, sus ojos brillando con lágrimas de furia contenida. — Mi lugar es aquí, en defensa de aquellos a quienes amé. Conall no es más que una pieza en tu juego, un peón que usas para asegurar tu poder. Pero este juego terminará aquí.
Los consejeros intercambiaron miradas nerviosas, conscientes de que la confrontación entre padre e hija podría llevar a consecuencias impensables. Sin embargo, ninguno se atrevió a intervenir.
—No me hagas reír, Amara. Siempre has sido una soñadora, viviendo en tus fantasías de justicia. Pero este es el mundo real, y en este mundo, yo soy el rey. —Aurelio sonrió, seguro de que su dominio era inquebrantable.
Amara, sin embargo, no retrocedió. Con el corazón latiendo con fuerza y una nueva fuerza en su interior, se acercó aún más al trono. —Ya no te temo, padre. Has perdido tu humanidad, y con ella, tu derecho a gobernar.
La fuerza de sus palabras resonó en la sala, y aunque Aurelio intentó ignorarlo, una sombra de duda cruzó su rostro. Los murmullos comenzaron a llenar el salón mientras los consejeros observaban el coraje de Amara.
—El tiempo de los tiranos ha terminado. —Amara continuó, su voz ahora una declaración firme de su voluntad— Los dioses están de mi lado, y traeré justicia a este reino, incluso si tengo que enfrentarme a ti.
Con esas palabras, Amara se dio la vuelta y salió de la sala del trono, dejando a Aurelio con la incertidumbre colgando en el aire. La confrontación había sido solo el comienzo, y aunque el camino por delante era incierto y lleno de peligros, Amara sabía que su causa era justa.
Después de su confrontación con el rey, Amara sintió el peso de la responsabilidad sobre sus hombros, pero también la fuerza que le daba la memoria de su hermano. Se dirigió al santuario de los dioses, un lugar sagrado donde siempre había encontrado consuelo. El camino estaba cubierto de barro por la constante lluvia, pero Amara no se detuvo. Cada paso era un recordatorio de su propósito.
En el santuario, se arrodilló ante la estatua de la diosa Diana, sus manos juntas en un ruego silencioso. —Diosa, te ruego que nos muestres benevolencia. Permítenos enterrar a Nerón en paz y honra, y que su muerte no sea en vano —murmuró, su voz entrecortada por la emoción.
Al terminar su plegaria, Amara alzó la vista hacia el cielo. Para su sorpresa, las nubes comenzaron a disiparse, y la lluvia se transformó en una suave llovizna. El sol, como un símbolo de esperanza, comenzó a asomar con su cálido resplandor, iluminando el santuario y llenando de luz el rostro de Amara.
—Gracias —susurró al cielo, sintiendo que los dioses le habían concedido una pequeña señal de su favor.
Fortalecida por la respuesta divina, Amara regresó al palacio. Al entrar, se dirigió a los aposentos de Conall, determinada a enfrentar al hombre que había reclamado su mano sin amor ni justicia.
Al abrir la puerta, lo encontró en compañía de una concubina, una mujer que había sido enviada por su padre para asegurar la lealtad de Conall. La escena que vio la enfureció, pero también la llenó de una fría determinación.
—Así es como reclamas ser príncipe — dijo Amara con voz helada, sorprendiendo a Conall, que se levantó bruscamente de la cama.
—Amara, no es lo que parece —empezó a decir Conall, pero ella lo interrumpió.
—¿Crees que me importan tus excusas? He visto el verdadero rostro de la traición, y no me asusta. Los dioses han hablado, y mi camino está claro. —Amara sostuvo su mirada, dejando que él viera la resolución en sus ojos.
Conall intentó acercarse a ella, pero Amara retrocedió, sus palabras firmes y claras. —No olvides que este no es tu reino, Conall. Y yo no soy una pieza que puedas mover a tu antojo.
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Joven reina Amara
Mystery / ThrillerEl destino escrito por los dioses se cumplirá, con el peso de la corona y el odio de su padre.