Capítulo 11

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Finn y Millie entraron en la clase, donde había ya bastantes alumnos sentados en sus pupitres. La castaña se dirigió a uno que se encontraba vacío, el mismo en el que se sentó ayer junto a Finn, y se colocó ahí. En cambio, Finn pasó de largo, haciendo fruncir el ceño de la castaña, y se dirigió a la mesa de Jack Dylan, quien lo miró con incertidumbre.

―Eh... Te dejo la mochila por aquí para poder sentarme ―habló el pelinegro, quitando la mochila de Jack de la silla y colocándola en el suelo, y sonrió para mostrarse amigable.

―¿Y por qué no te sientas por allá? ―cuestionó Jack, señalando con la barbilla un asiento que había libre―. Con tu hermana, por ejemplo.

―Pero así nos hacemos amigos ―contestó Finn con toda la amabilidad del mundo y Jack hizo una mueca con la boca―. ¿Te gusta leer? ―preguntó, provocando que Jack aumentara su expresión de asco―. ¿Y dibujar? ―siguió interrogando al no obtener respuesta, pero Jack soltó una risita―. Ya, a mí tampoco ―arrugó sus expresiones y negó con la cabeza.

Muy mal, Finn, no se debe mentir para intentar caer bien a los demás.

La profesora Lilly ya llegó a la clase y mandó a callar a sus alumnos. Jack apartó la mirada del pelinegro para atender a la profesora y Finn agachó la cabeza. Le costaba muchísimo socializar y, por mucho esfuerzo que haga por ello, nunca le salía bien. Él solo quería encajar entre los adolescentes, pero a la vez no quería dejar sus hábitos, los cuales muy pocos adolescentes de su edad tenían.

Finn no paraba de mirar de reojo a su compañero. Quería seguir intentando entablar una conversación para conseguir tener al menos un amigo. Como le dijo Madelaine, sus compañeros de clase le tenían que conocer para descubrir la increíble persona que él era.

―Mmm... ―el pelinegro suspiró―. ¿Y qué te gusta hacer en tu tiempo libre? ―le preguntó mediante susurros, captando la atención de su vecino.

―Pues... ―se calló un momento para analizar con la mirada a su compañero―. Jugar al baloncesto quizá ―contestó y Finn sonrió al ver que él mostró interés en responderle―. ¿Sabes jugar?

―No ―hizo una mueca.

―¿Quieres aprender? ―le ofreció el moreno y él asintió con felicidad―. Haz como si tiraras a la canasta ―comenzó a decirle―. Estira el brazo ―le pidió, haciendo ese movimiento de forma disimulada. Finn lo imitó sin saber qué estaba haciendo―. Pero hacia arriba ―le corrigió y el pelinegro le hizo caso, levantando la mano.

―Muy bien, Finn, así me gusta ―habló la profesora Lilly, desconcertando al chico―. Venga, al pizarrón ―le pidió.

Finn miró el pizarrón, el cual tenía unas cuentas de matemáticas, y entonces se percató del macabro plan de su compañero. El moreno sabía desde primera hora que la profesora estaba buscando candidatos para salir a hacer el ejercicio y aprovechó el momento para engañar a Finn. Cuando Jack rio, el pelinegro confirmó sus teorías.

Entre chispas (Sadie Sink)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora