A solas con la luna

12- Huracán.

Mis pálidos dedos se paseaban de forma rápida y casi exhaustiva sobre la máquina de escribir que se encontraba frente a mí.

Una chica de cabello castaño claro, de un perfume tan dulce como el olor a esencia de vainilla, caminaba de un lado a otro por la gran habitación, pensando en cosas inimaginables.

-Un billete por sus pensamientos -Propuse, algo harto de estar viéndola caminar hace algunos minutos, sin ser capaz de concentrarme en lo que estaba escribiendo.

Ella paró de moverse y me miró fijamente, como si estuviera examinándome para descifrar algo que le carcomía hasta lo más profundo de su ser.

-Necesito saber algo... -Dijo con su melodiosa voz, y se acercó a paso lento hacia mí, inundando el aire con su precioso aroma- ¿Qué sucedería si le dijera que estoy enamorada de usted, y que por más que lo intento no puedo sacarlo de mi mente?

He de admitir que, si de por sí era un hombre de pocas palabras, en ese preciso instante me quedé completamente mudo mientras la observaba y trataba de pensar en lo que le respondería.

Carajo, había estado tan concentrado en ignorar lo que sentía por ella, que no me había dado cuenta de que ya había caído en sus redes en los últimos meses. Quería decirle que era mi musa, que en esos días no había hecho mucho más que escribir sobre ella y situaciones que, si bien no habían ocurrido, sí era verdad que estaba deseoso porque sucedieran. Quería gritarle que a pesar de que no creía en el amor, ella era mi única esperanza para volver a creer en él.

Pero en cuanto fui lo suficientemente valiente como para poder decírselo, su presencia se difuminó, y no quedo rastro de ella más que su dulce aroma, y aquellas cosas que había escrito sobre ella en esos meses en los que pude disfrutarla y sumergirme en su personalidad tan enigmática para tratar de comprenderla.

Ella era un huracán, y para cuando quise salvarme de él, ya era demasiado tarde.