Nacida para la guerra.

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Daemon se erguía con la espada firmemente en mano, sus ojos fijos en su hija, mientras esta se acercaba lentamente, con la misma determinación en su mirada. Ambos se colocaron en posición, listos para iniciar el entrenamiento que se había convertido en un ritual casi sagrado para ellos.

La arena de entrenamiento, situada en un rincón apartado del castillo, era testigo de los destellos del acero mientras los dos Targaryen se enfrentaban. Daemon, conocido por su destreza letal y su dominio en el combate cuerpo a cuerpo, observaba cada movimiento de Hydra con una mezcla de orgullo y precaución. La joven había demostrado una habilidad innata con la espada desde temprana edad, un talento que, combinado con su ambición, la convertía en una potencial guerrera.

Los primeros movimientos fueron rápidos y fluidos, como un baile coreografiado. Daemon lanzó un ataque descendente que la joven bloqueó con precisión, sus espadas resonando en un eco metálico que se perdió en el vasto espacio. Con agilidad felina, ella contraatacó, girando la espada en un arco lateral que el esquivó con destreza. Ambos parecían en igualdad de condiciones: él con la experiencia y ella con la agilidad juvenil.

Pero Hydra no era una luchadora cualquiera. Había sido entrenada por Harwin Strong, un maestro reconocido por su brutalidad y efectividad en el combate. La peliplata había absorbido esas lecciones como una esponja, aprendiendo a usar la espada y el escudo con igual maestría, y dominando técnicas de lucha libre que le daban una ventaja estratégica.

Daemon lo sabía. Y por eso no se contenía. Cada golpe que lanzaba era calculado, cada movimiento una lección que pretendía impartirle a su hija. La lucha era intensa, ambos se movían por la arena con una precisión que solo se adquiere con años de práctica y determinación. Hydra asestó varios golpes acertados, logrando abrir algunas brechas en la defensa de su padre. Pero el, con la paciencia y la serenidad que solo los guerreros veteranos poseen, esperó el momento adecuado. Con un movimiento ágil y casi imperceptible, la desarmó, enviando su espada hacia el suelo.

Hydra cayó, sin aliento, sintiendo el peso de la derrota momentánea, pero con los ojos brillando de determinación. Daemon la miró desde arriba, una sonrisa de orgullo suavizando sus rasgos habitualmente duros. La ayudó a levantarse, ofreciéndole la mano con una firmeza que transmitía tanto apoyo como lección.

—Lo hiciste bien, hija —dijo mientras le devolvía la espada, sus ojos reflejando un brillo que solo un padre podría tener al ver a su descendiente mejorar y crecer.

Antes de que pudiera responder, Laena, se acercó. Con una voz suave pero firme, interrumpió el momento.

—Aún no has hecho tu primer vuelo, cariño —

Hydra giró la cabeza lentamente, apenas dedicando una mirada a la Velaryon antes de devolver su atención a su padre. Con un rápido movimiento, sin previo aviso, lanzó una patada, quien, sorprendido, cayó al suelo. Un atisbo de orgullo se asomó en la sonrisa de la joven mientras lo observaba desde arriba, con una mezcla de desafío y satisfacción.

—He pasado toda mi vida esperando hacerlo. Puedo esperar un poco más —respondió con una calma que contrastaba con el fuego en sus ojos. Luego, girandose a Laena, continuó—: Vermithor merece que sea la mejor versión de mí misma. Aún tengo mucho que aprender. —

La sinceridad de sus palabras resonaba en el aire, pero Laena, con la perspicacia de una madre, vio algo más. Notó la tensión oculta en la mirada de Hydra, el leve temblor en sus manos al sostener la espada. Era algo más que simple espera. Era miedo.

—Han estado aquí toda la mañana. Creo que es suficiente —dijo, con un tono que dejaba claro que no aceptaría un no por respuesta. Daemon, siempre astuto, captó el mensaje y, con una leve inclinación de cabeza, dejó a las dos mujeres solas.

𝐂𝐎𝐋𝐃 𝐇𝐄𝐋𝐋 , 𝐇𝐎𝐔𝐒𝐄 𝐎𝐅 𝐓𝐇𝐄 𝐃𝐑𝐀𝐆𝐎𝐍 [𝑬𝑵 𝑬𝑫𝑰𝑪𝑰Ó𝑵]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora