No lo quiero, y no me obligarán.

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Jacaerys se acercó a su hermana con cautela, la suavidad en su voz era un reflejo de la preocupación que sentía en su corazón. La figura de Hydra siempre había proyectado una fortaleza inquebrantable, pero en esos momentos, su rostro parecía esculpido en mármol frío, sus ojos, dos pozos insondables de indiferencia.

— ¿Estás bien? — Preguntó, con un tono que denotaba más que simple cortesía; había algo de miedo, algo de respeto.

La mirada que ella le lanzó fue tan gélida como el acero de la espada que descansaba a su lado. Si hubiera sido libre de actuar sin consecuencias, hubiera hundido esa misma espada en el cuello de Jacaerys sin titubear. Durante todo el día, había oído a su madre hablar de lo "dulce y bondadoso" que era su "pequeño Jace". Dioses, pensó con amargura, apenas tiene quince años. No quería este compromiso, no quería casarse con alguien tan incompetente y ajeno a su verdadera esencia.

A la luz de las velas, que parpadeaban bajo el techo abovedado de la sala, los ojos de su padre se clavaron en ella, llenos de reproche, mientras arrastraba su silla hasta dejarla al lado de Lucerys. Hydra no se molestó en disimular su desdén; simplemente se volvió a sentar, ignorando la desaprobación que se reflejaba en el rostro de Daemon.

— Hola, cielo —, susurró suavemente en el oído de Luke, cuya sonrisa emergió como un rayo de sol en un día nublado. Sus manos se encontraron sobre la mesa, como si compartieran un secreto que ninguno de los presentes podía comprender.

— Te extrañé, Hyd —, respondió su hermano, el destello de la infancia reflejándose en sus ojos. Ignoró deliberadamente la dura patada que Jacaerys le dio por debajo de la mesa. Extrañaba aquellos días en que todo parecía más sencillo, cuando el cariño y la lealtad no estaban empañados por las sombras de la política y el poder.

Hydra posó un beso en su frente, conteniendo el impulso de responderle. Ella también lo había extrañado, y la calidez de su presencia era un bálsamo para su alma, aunque no lo admitiera en voz alta.

Sentada en la mesa, no pudo evitar notar cómo la mirada de Harwin Strong no se apartaba de ella. Desde que habían llegado a Dragonstone, había sentido su escrutinio constante, como si hubiera algo que él necesitara decirle, pero que no podía encontrar las palabras adecuadas.

Cuando Rhaenyra le ofreció una copa de vino, Hydra la aceptó con una ligera duda, sus ojos fijos en el líquido oscuro como la sangre. Pero antes de que pudiera beber, Laena, con un movimiento tan rápido como un relámpago, le arrebató la copa de las manos.

— Parece que estás disfrutando mucho tu tiempo aquí —, comentó Rhaenyra con un tono que intentaba ser casual, pero que no ocultaba del todo su incomodidad. Ignoró deliberadamente la mirada fija que le dirigía la esposa de su tío.

— Es mejor que King's Landing —, respondió Hydra, su voz impregnada de aburrimiento, sin ninguna intención de continuar la conversación. — Y sí, lo estoy disfrutando. —

— Tengo entendido que intercambias cartas con Alicent. ¿Te ha mencionado algo sobre tu futuro? — Preguntó, sus palabras impregnadas de una curiosidad que parecía algo más que simple interés.

Antes de que pudiera responder, La Velaryon intervino con una calma calculada. — No ha hablado con ella, con nadie en realidad. Es Aemond quien le envía cartas; Hydra solo las lee, pero nunca responde. — Comentó mientras acariciaba el cabello plateado de la muchacha, un gesto que a la Targaryen le resultaba más paternalista que afectuoso.

Los labios de Rhaenyra se apretaron en una fina línea de desagrado. ¿Por qué permitía Hydra ese tipo de cercanía con Laena? La última vez que habían tenido una relación así de estrecha, ella era apenas una niña.

𝐂𝐎𝐋𝐃 𝐇𝐄𝐋𝐋 , 𝐇𝐎𝐔𝐒𝐄 𝐎𝐅 𝐓𝐇𝐄 𝐃𝐑𝐀𝐆𝐎𝐍 [𝑬𝑵 𝑬𝑫𝑰𝑪𝑰Ó𝑵]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora