Of adventures and letters

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No existe lugar tan frio en Westeros como el Muro

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No existe lugar tan frio en Westeros como el Muro.

De nada sirve llegar allí con una abultada bolsa de monedas, no las necesitarás. Tampoco importa si eres un Targaryen o si eres de alguna otra casa noble, no tienes ninguna autorización al llegar a aquel lugar pues la Guardia no le sirve a ningún amo.

Algunos años atrás, cuando aún era una niña a la que nadie deseaba tener cerca por miedo a la supuesta maldición, un hermano juramentado le había contado sobre aquel lugar que ella solo había escuchado en las historias de su vieja nana. Le habló de la gelidez que se mete en los huesos mientras trabajas y el aire que sopla llevando consigo la humedad antigua de resonantes cuevas.

— El Muro es un lugar violento, frio y estéril que no atrae salvo a los más desquiciados: criminales, algún loco jugando a ser el héroe cazando salvajes o aquellos exploradores que no logran agotar su sed de descubrimientos.- El hombre hizo una pausa para asegurarse de tener la atención de la, entonces, pequeña princesa.— Todos ellos son el tipo de personas que habrían organizado una expedición a los siete infiernos si alguien les señalase su lugar en el mapa.

— ¿Y tú cual eres?- cuestionó con curiosidad la más joven.

— Algunas veces es mejor no saberlo, princesa...

Una corriente de aire frío revolvió su espesa cabellera plateada, trayéndola de regreso a la realidad. Aún con el calor que generaba Caníbal, el frío atravesaba su fino abrigo, debió haber aceptado la gruesa capa que Cregan le ofreció antes de su partida.

«Quizá es otro tipo de frío lo que estoy sintiendo: el frío del miedo...», pensó de manera negativa, pero inmediatamente desecho sus cavilaciones.

Ella era una Targaryen, un dragón. Por más desconocido que fuese un objeto y lugar, un dragón no debe de tener miedo.

Aerea miró hacia abajo y sonrió cuando se encontró con la mirada de Arryk, no importaba si ella se encontraba volando sobre Caníbal, él siempre encontraba la manera de nunca perderla de vista. Observó como el resto de la caravana les seguía los pasos a un buen ritmo a pesar de no estar acostumbrados a aquel clima tan drástico.

— Daré una vuelta.- Gritó, esperando que fuera lo suficientemente alto como para ser escuchada por su caballero y por el hombre de la guardia que se acercaba hacia el sequito.

Hace algún tiempo había encontrado, por casualidad, en la biblioteca de la fortaleza, las cartas que la reina Alysanne le envió al su cónyuge, el rey Jaehaerys durante su viaje por el Muro. La joven princesa aún recordaba al pie de la letra la carta que provocó su interés por las tierras del Norte.

No le gusta este Muro... Tres veces sobrevolé con Ala de Plata el Castillo Negro y tres veces traté de conducirla al norte, más allá del Muro, pero siempre viraba hacia el sur y se negaba a seguir...

La Targaryen acarició a su dragón. Estaba insegura si con el frío que hacia, el animal apreciaría, o incluso notaría, su pequeña mano humana, pero sentía la necesidad de establecer aquel contacto.

Dragon bloodDonde viven las historias. Descúbrelo ahora