Wedding II

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En la habitación más alejada del pasillo, en la que pocos sirvientes se atrevían a entrar, una joven novia observaba su reflejo en un gran espejo oval de marco dorado, sobre su rostro estaba dibujada una expresión de descontento

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En la habitación más alejada del pasillo, en la que pocos sirvientes se atrevían a entrar, una joven novia observaba su reflejo en un gran espejo oval de marco dorado, sobre su rostro estaba dibujada una expresión de descontento. El vestido blanco, inmaculado, la cubría por entero y había sido creado, por las manos más talentosas de la capital, siguiendo al pie de la letra las especificaciones dadas por la mano del rey; la toca era una corona de perlas y rubíes que había pertenecido a la familia de su madre.

No le agradaba la imagen que le devolvía el espejo, no le gustaba ese vestido que su progenitor había escogido, ni mucho menos el peinado que su suegra había seleccionado. Desearía quitarse todo, pero era el día de su boda, no podía hacer tal cosa.

— Hoy luce hermosa, princesa- aseguró la doncella que había estado horas peinándola, por ordenes de la reina.

La Targaryen se mordió la lengua para no contestar de manera mordaz. 

Se sentía ridícula, el peinado no le sentaba nada bien y, por si fuera poco, sentía como si el vestido la estuviese estrangulando. Con excepción de las joyas de su difunta madre, todo había sido diseñado para que su hermana menor lo utilizase el día de su boda, pero, no podía quejarse, ya estaba en la mira de la reina desde la desaparición de su hermana, dos días atrás, no deseaba darle una razón para que sospechase de ella.

La criada observó detenidamente a la joven en busca de alguna novedad que le pudiese reportar a la reina, pero, salvo por el típico y característico nerviosismo por el que toda novia pasaba el día de su boda, la princesa continuaba siendo igual de obediente y silenciosa.

No había nada nuevo que reportar.

— Su majestad, el rey, está entrando- anunció una voz afuera de los aposentos antes de que la regordeta figura de su progenitor se hiciese presente.

— Te ves hermosa...- comentó el rey en un susurro apenas audible para los presentes.

No recibió respuesta alguna.

La princesa se negaba a dirigirle la palabra después de la discusión que mantuvieron la noche anterior. El silencio de su hija le causaba más dolor que una afilada espada en su corazón.

¿Por qué ella continuaba negándose a entender que esta boda era por su propio bien?

— Helaena sigue desaparecida, pero la boda continuará tal y como se había planeado...

— ¿Estás diciendo que debo tomar el lugar de Helaena? 

— Prometimos que habría una boda... y una boda es lo que habrá. 

— ¿Los demás están de acuerdo con esto?

— No es necesario. Soy tu padre, Aerea, se lo que es lo mejor para ti- respondió con seguridad, como si en su memoria no hubiese ningún recuerdo de todos los años en que la dejó a su suerte.— Esto es mi trabajo como padre...

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