19 | CAMBIO DE PENSAMIENTOS

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|AIDEN|

Hay una persona en la que pienso cuando sé que la estoy pasando mal.

Y es irritante ser dependiente en los peores momentos.

Es como si mi cabeza trajera cada recuerdo suyo con toda intención de darme ánimos, sin estar al tanto de que me hace daño. No me dan ganas de pensar en nada, mucho menos en la situación que estoy, consciente de que ser estricto tendrá consecuencias, pero es la mejor forma de dejar claro que no necesito nada ahora mismo.

Ricardo continúa hablando de notas y más, he dejado de escucharlo desde hace tiempo, solo admiro al cielo gracias a las cortinas que se abrieron apenas unos centímetros. Siento que faltan muchas cosas, nada va a salir como quiero, los malos pensamientos estarán ahí sin importar la hora y me produce coraje no poder hacer nada contra ellos. En un momento, el profesor deja de pasearse frente al pizarrón para dejar el marcador en su escritorio, darme una rápida mirada y salir sin explicación, únicamente llevando su móvil al oído.

Justo en la soledad es cuando puedo suspirar, expulsar todo el aire que, durante cortos lapsos de tiempo, sentía que me faltaba. Estar en este espacio me hace sentir asfixiado, intento recordar la emoción de encerrarme aquí, de la felicidad que me traía el practicar, pero no la encuentro, ya no está. Lo único que pudo sostenerme ha sido pensar en la obra, en practicar por y para él, en ayudarle, en entregarle mi melodía. Fuera de eso, ya no quiero más, ya no quiero escucharme tocar, ya no quiero sentir que me desgarro con cada nota musical.

Suspiro una vez más para luego dejar mis brazos sobre mi pupitre y ocultar mi rostro en ellos, deseando dormir tan profundo que no percate los minutos, ni el tiempo aquí, y que no vuelva a escuchar lecciones repetidas de siempre. Quiero dormir y, al despertar, que todo esto haya terminado.

No obstante, mi cerebro traicionero juega un papel llamado “no voy a dejarte dormir ni aunque escuches la voz de tu amante”, y únicamente tengo los ojos cerrados con los párpados moviéndose a causa de la luz. Lo hace peor que la hora de clase haya acabado, yo faltando y mucho ruido en el exterior. Imagino qué estaría haciendo si no me tuvieran encerrado, tal vez molestándolo o siendo llamado por cualquier compañero que se haya perdido los apuntes.

Sonrío inconscientemente y echo un vistazo a la puerta por curiosidad, visualizando la horda que avanza en dirección a las escaleras para cambiar de salón. En un segundo intento por fingir que duermo, escucho una voz que reconocería entre mil más y me siento estúpido por ello, sería bastante tonto de mi parte creer que vendrá sabiendo que se enfada el doble cuando cree que otros lo hacen.

Y mi cabeza lo repite, que él no está atento a una persona porque tiene sus propias obligaciones, sus responsabilidades. Pero ya no termino de creerlo al escuchar torpes pisadas seguido de risas nada discretas, y me levanto de golpe, frotando mis ojos que comenzaban a tornar mi la visión borrosa.

—Vigila aquí y allá, si nos atrapan voy a culparte y huir. Ya sabes, grita «temblor» si sucede algo, y no me dejes solo.

—¿Tú si puedes hacerlo y yo no?

—Adiós.

Todo mi interior se calla al verlo ahí, señalando específicamente el centro del pasillo, donde bien podría observar ambos lados y detectar cualquier presencia. Elías rueda los ojos, pegando la espalda a la barandilla y observando a otra dirección, es el momento que aquel chico no dice más y se adentra al aula. No hace falta que camine tanto para encontrarme, estoy cerca de las paredes en este desolado espacio que seguramente me notaría incluso si intento esconderme en la esquina.

Primero me mira, de arriba abajo, en silencio y me incomoda. Después extiende los brazos cual alas de una mariposa y su sonrisa resalta como nunca antes, de ese modo no sé qué me provoca, pero algún efecto nace en mi.

—¡Estas aquí! —aclama en un chillido que no es propio de él.

Muy en el fondo me alegra, todo mi interior colapsa de verlo así, animado como un niño pequeño. Pero no es momento de mostrarlo, principalmente porque estamos en el peor lugar como para tener un reencuentro tan animado.

—¿Tenía que estar en otro lugar?

Entrecierra los ojos, dispuesto a buscar un comentario de sarcasmo porque desde pequeño ha tenido esa costumbre, pero jamás lanza la bomba.

—Sí, conmigo —recrimina y siento que mi corazón se detiene—. ¿Puedo saber a qué estás jugando y cuál es tu necesidad de ignorarme? —Cruza los brazos, aunque al instante se deshace de ello y me señala acusatoriamente, clavando su índice en mi pecho—. Tú mismo dijiste que no somos niños que no hablan del tema y se ignoran, ¿estás seguro de que hablabas por los dos? Porque no es lo que estoy viendo. Estás siendo infantil, un completo baboso que no demuestra madurez a semejante edad.

—¿Estás diciendo que soy un anciano? —agrego, esperando que borre su seriedad porque luce tan lindo y quiero abrazarlo.

—No, un anciano sería mil veces mas comunicativo que tú.

Intento no reír o llorar, lo que sea que se apodere de mi cuerpo, porque ahora mismo estoy sintiendo de todo y no sé cómo eliminarlo. En cualquier rato esa pila de emociones caerán por completo y desconozco de lo que seré capaz, quizá, incluso deje al descubierto todo lo que me he esforzado por guardar.

—Perdón, estos días…

—Eso no es lo que quiero escuchar —interrumpe, su ceño fruncido demuestra su molestia—. ¿Por qué has estado ausente estos días? Y, antes que nada, ¿por qué tienes una marca aquí?

Sube su mano a mi rostro, alcanzando mi barbilla para deslizar sus dedos a mis labios. Su toque es suave, pero eso no me evita sentir dolor y suelto un quejido, arrepintiéndome al segundo. Su frente ha borrado las líneas del enfado anterior y ahora me mira sorprendido, mi jugada maestra es sonreír despreocupadamente, haciendo que nada pasa y apenas sacudiendo su cabello para dejarlo convencido, lentamente retrocedo. No obstante, el poder de que lleva cierto tiempo dando todo de sí para no ignorar cosas importantes, excepto una cosa, le vuelve a llenar de mal gusto y toma el cuello de mi camisa con ambas manos, desafiándome.

—Te acabo de pedir que me digas qué te pasa, ¿por qué tienes que ser así? ¿Acaso ya fue suficiente de tu diversión?

La neblina en mi cabeza aumentó al escucharlo decir aquello último, convencido de que nada importaba ahora mismo más que darle una explicación porque tiene sus motivos para sentirse así, yo también lo he pensado estos días. Y tiene razón en todo, sé cuanto odia no comunicarnos para algo, lo odia pese a tratarse de trabajos en equipo y que deba hacerlo con la persona que le cae mal, lo odia porque en los libros es un cliché y detesta que lo sea, porque es tan básico hablar de lo que te molesta y poner un punto final.

Lo sé mejor que nadie.

Pero… Maldición, no sé cómo hablarlo sin contarle al respecto.

—Hay cámaras en este salón —menciona una tercera voz, Elías tomando la muñeca de su amigo para despegarlo de mii—. No busquen más problemas del que ya tienen, no sean estúpidos.

Aris me suelta sin reprochar, aunque al alejarse baja la cabeza y el dolor que juré no volver a sentir, se presenta justo en mi pecho. Soy incapaz de responder a lo que quiere, no lo siento el momento adecuado, al menos no hasta terminarlo, es por eso que tomo la palabra solo que él se adelanta y susurra:

—Siempre sigo cada maldito juego tuyo sin entender y tú jamás me das una explicación, tú sabes lo que quieres mientras yo debo seguir tus huellas, sabes mantener tu defensa y para mi solo existen muros caídos. Piensa en cómo me siento con ello y, cuando estés dispuesto a hablar… Búscame, te estaré esperando.

Quería decirle tantas cosas que lo único en mencionar fue:

—¿Por qué viniste?

Él se encogió de hombros, curvó las comisuras de sus labios hacia abajo y echó un vistazo a Elías, quien asintió.

—Te extrañé, y quiero clavarme un cuchillo por eso.

Y salió corriendo, dejándome con mis cursilerías en la boca y las ganas de tocarlo en el aire; con el corazón latiendo al mil por hora, mis mejillas llenándose de calor, el estomago inundado de cosquilleos e intactos sentimientos.

—Aris quería decirte que… —Elías saca una bola de papel de su bolsillo, usando ambas manos para aplanarlo y utilizando la luz proveniente de la puerta para observar el texto—. Intentaba decir que va a guardar tu lugar en el taller, yo le dije que te odio y te aborre… —Carraspea—. No, eso no. El punto es que Aris va a ensayar con tu personaje fantasma, como lo llamó él, solo queda que pongas de tu parte y te presentes en menos de dos semanas.

—¿Eso quería decirme?

—Sí, fue lo que escribió. Estaba a mitad de la clase hablando de eso y no le quedo de otra que usar su lápiz porque lo regañaron tres veces, pero bueno, yo ya te informé, ahí ves lo que harás. Me largo.

Se da la vuelta, directo a la salida.

—Gracias —pronuncio antes de que se marche, me mira sobre su hombro con una ceja enarcada y agrego—: Por ayudarme, a veces no logro entender lo que desea, como hoy. Pienso que es excelente de tu parte ayudarlo en secreto.

—Lo hago por él, deja de darte crédito —menciona irritado y rueda los ojos por segunda vez—. Adiós.

Dirijo mis ojos a la pared de espejos, admirando la soledad que tuve desde el inicio, con la diferencia de que sonrío como idiota por todo. Por él, por lo sus palabras, por lo que intentó decir, porque sí.

Y se siente bien porque viene de él, porque es él.

Melodía de otoñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora