17 | EL ARTE DE NO ESTUDIAR

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Hundo la cuchara entre la avena para llevarla a mi boca, tan pronto como limpio mis labios con la servilleta, mi cerebro se ilumina con una pregunta bastante sosa

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Hundo la cuchara entre la avena para llevarla a mi boca, tan pronto como limpio mis labios con la servilleta, mi cerebro se ilumina con una pregunta bastante sosa.

—Mamá, ¿a ti te molestaría tener un hijo gay?

Digo que fue sosa porque:

   1. Su respuesta es obvia si nos basamos en su carácter.
   2. Estoy dando a entender que el gay soy yo.


Quiero creer que es buena en improvisar porque no vi reacción de su parte más que un pequeño respingo mientras sus cejas se elevaron lo suficiente para dejarme ver su sorpresa. De milagro no estaba comiendo nada, o me ahogaba tras procesar mis propias palabras. Paso saliva por mi garganta y me aclaro la voz, palpando mi pecho.

—Hipotéticamente —agrego para despistar mi tontería—. En el hipotético caso de que lo tuvieras, ¿te molestaría? O bueno, una hija lesbiana… —Ella ni pestañea—. No sé, mamá, no me mires así, por favor.

—Estoy jugando —murmura al cabo de frotarse los ojos—. No tiene porqué molestarme, a mi no me afecta, ni a mi hijo, ni al mundo, a nadie. Mientras sea un amor lindo, que no te llene de inseguridades o malos comentarios, yo estaré contenta por él.

Tomo aire e inflo el pecho. No esperaba menos.

—¿Hay algo que quieras decir?

—No, nada importante —siseo—. Surgió de repente, cuando te vi en la dirección.

—No me dijeron nada, si eso quieres saber. Solo explicaron una filtración seria, así como nuestra opinión para saber qué hacer con el chico. Elías habló conmigo mientras dormías, pero no le hice preguntas, si es algo que te incomoda hablar, es mejor que no lo sepa.

Echo un vistazo al reloj, a un minuto de partir. Pruebo el último bocado y me levanto por la pasta dental.

—Gracias por eso, y van a venir por mi, ayer te lo dije.

—¿Quieres que abra?

—No, es que va a venir…

El timbre suena sin un segundo de atraso, no puedo decir más a lo que me centro en lavarme los dientes y pasar mis manos húmedas por el cabello. Salgo a toda velocidad, alcanzando la mochila y oyendo a mamá saludarle. El que está ahí plantado no es nada más y nada menos que Aiden, me saluda al asomarme mientras peleo con la correa.

—Buenos días, espero que no sea muy temprano para venir por ti.

—¿Tengo cara de despertar a las dos de la tarde? —Mamá carraspea detrás, al mirarla frunce los labios, advirtiendo que sea más amable. Exhalo—. Buenos días, Aiden. ¿Puedo preguntar qué haces aquí tan temprano?

—¿Que si despiertas a las dos de la tarde? Sí. —Se responde a sí mismo y me da una sonrisa ladeada—. No te esfuerces, me agrada tu forma de ser.

—No te pregunté.

Me despido de mi madre y él hace lo mismo, en el segundo escalón, le tomo la mano y giro a ella.

—¿Te dije quién iba a venir por mi?

Ella niega.

Siento la mano del chico apretarme, solo que no entiendo su señal y le ignoro.

—Es Aiden, mi novio.

Y procedo a correr, tirando de él que está atento a sonreírle por última vez.



☆゜・。。・゜゜・。。・゜★

—Novio —repite por milésima vez—. Suena un poco extraño viniendo de ti.

—Ay, ya cállate.

—Pensé que no era necesario que nuestra familia lo sepa, esto me hace pensar que pronto debemos estar comprometidos y…

Que más quisiera yo, haberle pedido que cierre la boca por, al menos, todo el trayecto de ida. Cosa que no hará porque disfruta joderme. Ya perdí la cuenta de las veces que aclaré porqué lo hice, pero veo que no le importa.

El coche estacionado se apaga, ambos quedamos sumergidos en el silencio mientras observamos desde las ventanas como los demás entran y los guardias gritan a quienes van corriendo. Nadie se ha parado a vernos o pegarse en las ventanas para confirmar que los rumores de nuestra relación son ciertos como lo inventó mi cerebro. La atención no me sigue aunque, lamentablemente, esto es cosa de un rato.

Aiden extiende su mano y alcanza la mía, está tranquilo, ni una pizca de angustia hay en él. ¿No le causa nervios mostrarse públicamente con un chico? Sus dedos dan calor a los míos y los hunde a su manera para entrelazarlos. Le estoy tomando la mano a un chico, algo que ni en sueños me ocurrió y lo siento bastante inusual. Ni siquiera entiendo lo que siento, solo sé que es algo nuevo y quiero terminarlo pronto.

—¿Es necesario tomarnos las manos?

—¿No quieres?

—No es…

Instintivamente bajo la cabeza. Las manos de Aiden son grandes y sobresalen en comparación a las mías, supongo que todo de él es grande…

No, mierda.

Creo que usé las palabras incorrectas.

—¿Estás bien? —susurra soltándome para tocar mi frente—. Estás rojo.

Que vergüenza.

Tampoco es como que vaya admitir en su cara que estoy pensando de todas las cosas enormes de él, ¿por qué se fija en cada detalle? Que lo ignore por primera vez.

Evito quitarme de golpe, haciendo que nada pasa y simplemente asiento, forzando una sonrisa.

—Todo bien.

Sin dudas, se le vio sorprendido y puede ser porque le sonreí, porque respondí con tranquilidad o porque no le tiré un puñetazo para decirle que no me toque. Está bien, esto no pasará de nuevo. Nunca más pensaré en Aiden, y mucho menos en medio de una tragedia.

—¿Bajamos de una vez?

Agradecí en silencio que no insistió con el tema y obviamente tomé su pregunta como una señal para salir. Si era posible, para huir.

Creo que la diferencia de hoy es extremadamente grande, más que mi estatura, porque hoy no tendré la dicha de encerrarme en el teatro o la cafetería, esa suerte fue de ayer. Hoy debo continuar con mi labor de líder, de ver la cara al grupo entero y no solo a los que estaban presentes cuando ocurrió el beso.

Ay, el beso.

Se supone que lo iba a olvidar.

Lo estoy recordando de nuevo.

Me aferro a la cinta que cuelga de mi mochila al cerrar la puerta y ver que algunas miradas curiosas se posan sobre mi. Ocultan entre cuchicheos comentarios que no me interesan saber y regreso la mirada al otro extremo, en donde Aiden me sonríe y señala el instituto con una rápida ladeada de cabeza. No sé si soy muy pesimista, pero algo me dice que en el fondo está ocultando el mismo miedo que el mío. Dos personas mortificadas de igual manera no serán capaces de sostenerse entre sí.

¿Debería pedirle que demos la vuelta? Aún no es tarde para huir. Bien puedo sentir como mi fuerza y valentía se va a la mierda lentamente.

—¿Vamos? —pregunta y yo asiento.

Ya es tarde para huir.

Repito que no soy creyente de ninguna religión, pero sentía la compañía de Dios desde allá arriba. Se manifestó convirtiendo la puesta del sol mañanero en un cielo estropeado, nublado y opaco. Casi como si dijera «esta es tu señal para entender que "el que madruga Dios lo ayuda", no va para ti» y lo entiendo, yo tampoco me soportaría. Si existen los ángeles de la guarda, estoy seguro que los míos ya renunciaron.

En nuestra corta caminata y luego de cruzar el portón, Aiden se mantiene sonriendo, deseando buenos días y saludando a quienquiera que le pase al frente. Me siento humillado. Yo había visualizando una película similar a aquellas en donde los protagonistas resaltan a la vista de todos y nadie deja de verle ni por un segundo, algo que a mi no me sucedió.

—Fue fácil —le escucho murmurar—. El plan de pasar desapercibidos, como un par de amigos, ha sido un éxito.

—Ah, ¿teníamos un plan?

Aiden me echa una ojeada y enarca una de sus cejas. Al no entender su reacción, me limito a seguir adelante, buscando a Gabby, aún cuando sé que llega al último minuto de cerrar las puertas.

—¿Querías que te llevara de la mano? —añade tras pegarse a mi espalda—. Me parece que querías ser presentado como mi novio.

—En tus sueños.

Entro a zancadas al aula, agradecido de que no hayan tantos compañeros que se pregunten porqué estoy aquí tan temprano si me consideran el rey de la impuntualidad. Pese a que hay pocos alumnos, el grupo de Iván llenan el salón con sus escándalos al “hablar” y no cesan por sus carcajadas que por poco me rompen los tímpanos. Es muy temprano para comenzar mi fase de malhumorado pero ellos no colaboran.

—Ahí se sienta el maricón —escucho de uno de ellos.

Mi lado racional tiende a decirme que no le mire porque no debe importarme y el irracional está loco por enfrentarlo, tal y como lo hizo Gabriela. Sin embargo, no ha sido un comentario que deba molestarme así que voy a mi lugar, mirando sobre mi hombro a Aiden, que viene detrás, cabizbajo, jugueteando con su llavero.

Dicen un par de idioteces más y se levantan, justo debo darme cuenta que uno de ellos susurra algo al chocarle con el hombro y la sonrisa de Aiden se extiende, pero estoy seguro que no es nada bueno porque aclama:

—Hazlo, haz que se enteren que Aris es novio de Aiden Allen. Me ahorrarás ser el centro de atención con sus preguntas.

Y los jadeos de sorpresa resuenan por cada esquina del salón.

Juro que vi la tempestad venir si no fuera porque el profesor entró y mi alma regresó a mi cuerpo.

Dejo caer mi mochila sobre mi asiento y hago un pequeño espacio en donde pueda sentarme, suspirando. Aiden está a cuatro lugares frente a mi e imita mi acción con su mochila, despreocupado como siempre. Antes de sentarse me guiña un ojo esbozando una sonrisa traviesa y lo último que me deja ver es su espalda. Mi respiración se ha agitado desde hace unos pocos minutos y lo puedo notar recién, porque estoy sorprendido que se haya tomado el enfrentamiento de manera positiva.

Ese fue —por no decir que la única vez—, que me sentí como protagonista de un drama escolar.

Melodía de otoñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora