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El sol pega directamente a mis ojos, no me molesto en abrirlos y giro al otro lado para seguir durmiendo

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El sol pega directamente a mis ojos, no me molesto en abrirlos y giro al otro lado para seguir durmiendo. Hay un espacio hundido al que ignoro recordando que se me advirtió sobre niños que suelen meterse en camas ajenas. Bostezo extendiendo mis brazos, estoy agradecido de otro asqueroso día existiendo, ojalá se caiga el techo y termine el magnífico día que inició.

Por mis fosas nasales se cuela un aroma dulce e inhalo para volver a drogarme con el olor y sonrío, que buena mañana. Me aferro al cojín que tengo a mi lado y subo mi pierna en él, demasiado cómodo.

—Chico, despierta.

Dios, ¿eres tú?

Abro un ojo frotando el otro para terminar de acostumbrarme a la luz y muevo las sábanas hasta sacar mi cara de ellas. Veo el techo, buscando la presencia del ser que me habló. La pesadez en mis párpados hacen que vuelva a cerrar los ojos, pero los abro de golpe al recordar que estoy en casa ajena y me muevo como gusano para quitarme las almohadas que tengo encima.

—Dime buenos días —murmura de voz ronca.

Pero Ave María Purísima, que voz.

No, ignoremos eso, ¿qué hace en mi cama?

No me dio tiempo de mirarle, sus brazos me rodearon a mis espaldas y me arrastró de vuelta. Todo mi sistema se desploma al sentir sus labios pegarse a mi nuca y mi piel se eriza mientras aferro mis manos a las sábanas. Esto no es de Dios.

—¿Me puedes explicar qué haces aquí? —suelto exasperado.

—Sí, buenos días a ti también —ironiza y bufa—. Mis abuelos me obligaron a subirte el desayuno, dicen que te hice pasar una mala noche. Intentaba hacerte despertar como escena romántica pero resulta que tienes el sueño tan profundo que me arruinó el momento —reclama haciendo pucheros.

—Y vaya que fue una pésima noche —recrimino.

Él abre la boca indignadísimo y se baja, me tira todas las almohadas de mi alrededor y se cruza de brazos, frunciendo el ceño. ¿Está en posición de enojarse? Por supuesto que no, lo que dije es verdad.

Un ladrido se oye detrás de la puerta, seguido de arañazos entre la madera que irrumpen nuestro momento dramático de tener una primer pelea desde nuestro inicio.

—Tienes un invitado —dice para luego abrir.

Es lo que imaginaba, sus dos perros estaba frente a mis ojos. Son más grandes de lo que creí, ambos son blancos aunque uno tiene las orejas cafés. Mueven la cola de un lado a otro y se preparan para subirse a la cama de un salto. Me incorporo, sentándome en la orilla del colchón mientras los perros se meten entre las sábanas.

—Tienen más pelo que en fotos —anuncio acariciándolos.

—¿Has visto sus fotos?

—Sí, no, era… —balbuceo sin sentido, rehuyendo su mirada—. Solo aparecieron por ahí, les eché un vistazo.

—Sí, claro.

Aiden dio un par de aplausos que llamaron la atención de sus perros, pero el de manchas no se acercó a él, por el contrario, se echó sobre mi y tuve que luchar contra su peso mientras se frotaba en mi cuerpo.

—Es demasiado pesado.

—Está a gusto contigo.

—¡Pero es enorme!

—Para nada, es un bebé.

—Me voy a sentar encima de ti, a ver si te gusta —refunfuño.

—Bueno, tampoco me molestaría —alardea con su arrogante sonrisa.

No le tiré la almohada porque el perro no me dejó, aunque sé que lo esperaba y solo soltó un par de carcajadas. No voy a parar de maldecirlo, a mi me da su peor versión y no merece nada bueno.

—¿Te duele la cabeza? —inquiere—. Seguro ayer dije muchas idioteces, ignora la mitad.

—Dicen que los niños y los borrachos no mienten —difundo la información que saqué de un comentario en TikTok y Aiden entorna los ojos—. Dicen, yo no sé.

—¿Dije algo fuera de nivel? —pregunta preocupado—. Me disculpo si pasó, pierdo la cordura y saco todo lo que me pase a la mente, de verdad espero que no afecte nuestra relación. No es mi intención incomodarte.

—No dijiste nada raro —miento dándole un pulgar arriba—. Todo bajo control.

—Mis recuerdos son borrosos, confío en ti, sé que no sabes mentir —concluye y no sé si ofenderme o tomarlo de halago—. Y, gracias, no preguntes porqué, solo… Gracias.

—Está bien, es lo que hacen los amigos, ¿no?

Aiden asiente.

—Toma tu tiempo, no hay nadie en casa, podemos irnos cuando quieras.

—Al menos pensaba despedirme de tus abuelos, hace tiempo que no los veía.

—Si no fuera por sus compromisos, ahora mismo estarían haciendo una fiesta porque estás aquí. —Se me escapa una risilla y él se cruza de brazos—. Oye, no te rías, es en serio.
—¡No lo estoy haciendo!

—Dicen que sus plegarias de volverte a ver sirvieron.

La vez que mi madre le ofreció galletas, su felicidad también fue muy obvia. Casi puedo imaginarlos haciendo un desastre porque sus niños se reconciliaron.

—Te creo, ahora no tienes más opción que invitarme seguido.

—Para mi no es un castigo.

—Engreído.

—Odioso.

Melodía de otoñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora