13 | ENTRE VINOS Y SECRETOS

124 13 57
                                    

—¿A ti te gusta alguien?Levanto la copa, observando el líquido con los ojos entrecerrados, ¿soy yo o se mueve como un terremoto? —¿Como por qué me gustaría alguien en temporada de exámenes? —reprocha Eli

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

—¿A ti te gusta alguien?

Levanto la copa, observando el líquido con los ojos entrecerrados, ¿soy yo o se mueve como un terremoto?

—¿Como por qué me gustaría alguien en temporada de exámenes? —reprocha Eli.

—No sé, algunos son masoquistas —añade desinteresada.

—Es amargo —concluyo y ambos asienten a mi dirección.

Estamos aburridos.

Y digo que estamos, en general, porque los tres hemos abandonado la sala que se está llenando de poco a poco y el ruido aumenta muy rápido, nos estamos perdiendo la diversión.

Para empezar, llegamos temprano gracias a la insistencia de Gabriela, que no paraba de chasquear la lengua y tronar los dedos si algo de nuestro disfraz no le gustaba. Elías lo hizo al propósito, para molestarla, ¡se encerró más de media hora para vestirse con lo básico que consiguió! El blanco de reclamos fui yo, que mis quejas eran todo lo que sonaban junto a la radio y los reclamos de Gabby no me dejaron en paz, constantemente repetía que estaba perdiendo una parte importantísima de mi vida como chocar con otras tantas personas en botargas.

Y tuve la sensación de que eso lo escuchó de mi madre, solo que ella lo modificó a su antojo.

—Imagina que es una reunión. Irás a comer, beber y hacerme compañía, ¿es tan complicado? No vas a morir por salir una noche. —Fue su frase más repetida.

Me convenció, y de paso Eli fue arrastrado ya que estuvo a punto de arrepentirse cuando salimos de casa.

En estos momentos mi habitación es un desastre, un completo relajo al que mamá no hizo ni un solo reclamo porque, según ella, haría un acto de bien para mi vida. Ahora me pregunto, ¿realmente sirvió todo para estar sentados en las escaleras, ocultos, simplemente existiendo con copas de alcohol en manos?

—Mira, se disfrazó del doctor Simi —farfulla emocionado tras darme un codazo.

Lo entiendo, valió la pena.

Mientras calificamos secretamente los disfraces de la gente que llega, me dedico a intentar reconocer a nuestros compañeros. Todos lucen muy bien, unos más graciosos que otros, pero bien. Debido a la iluminación con la que decoraron esta casa, resulta imposible detallar a quienquiera que pase al frente nuestro, lo único de lo que estoy seguro es que nuestros conocidos se mezclaron entre los amigos de la anfitriona.

Es curioso que un festejo organizado en menos de una hora en clase, siendo casi aplastado porque otro compañero planeaba lo mismo, concluyó en algo deslumbrante y no puedo acostumbrarme al ambiente.

—Estoy viendo una botella. —Gabby pasa sus brazos por nuestros hombros, juntándonos de tal manera que aplastamos nuestras mejillas con las suyas—. El que la traiga será mi mejor amigo.

Observo hacia donde ella, enfocando una mesa abandonada donde, efectivamente, hay botellas con brillantina comestible.

—¿Se supone que es un premio? —riñe Eli y recibe un golpe en la nuca.

—Para que lo sepas, no hay nadie en este mundo que no desee estar junto a una brillante artista como yo. —Lo empuja y ahora me rodea con sus dos brazos—. No te voy a obligar, pero debes saber que eres mi favorito. No me importa si eres géminis, adoro a los géminis, ¿sabes? Eres mi géminis favorito, aunque digan que son lo peor de lo peor, yo jamás les haría caso.

—Ajá, ¿por eso le dijiste que en su próxima vida nazca en otra fecha cuando te enteraste?

Discretamente vuelve a golpearlo y sonríe de la manera más exagerada posible. Suspiro.

—Sería mejor que buscaras a tus amigas, no tienes que beber en este depresivo espacio con nosotros —comento al ponerme de pie.

—No te preocupes por eso, los dejaré cuando menos lo esperen. —Me da un empujoncito—. Anda, quiero la botella rosita.

Cuando he bajado las escaleras, observo a mis espaldas y los encuentro peleando mediante manotazos, igual que un par de niños rebeldes. Sacudo la cabeza, concentrado en alcanzar la abandonada botella. Al tenerlas en manos, agito ambas sin distinguir el color de cada uno.

Shit, ¿quién les manda a poner luces rojas?

—Escoge una si no quieres tener problemas con tu madre —masculla cierta voz, de cierta persona, muy cerca de mi cuello.

—Lo haré cuando distinga los colores.

Su cuerpo se mueve a mis espaldas, no tarda en localizar lo que necesitaba y encender el flash de su celular, el cual me ayuda rápidamente y quedar como imbécil porque aquella idea no se me ocurrió.

Bueno, tampoco es que tenga móvil.

—Gracias, sé cual tomar.

—¿No pedirás que te haga compañía?

Elevo una ceja y le entrego la otra botella.

—¿Estás dispuesto a convivir con una bruja y un…? —Enmudezco. ¿Cuál es el disfraz de Eli?

—¿Un elfo?

Niego, pero también me ruborizo.

—No, un vagabundo, estamos con Elías.

Él ríe, ocultando su sonrisa con el dorso de su mano.

—No importa, me mantengo humilde y entusiasta para todos.

Es mi turno de reír al mismo tiempo de hacerle la señal para que me siga, evitando mezclarnos demasiado con el resto y perdernos.

—¿Puedes fingir que te sorprende verme? Te reconocí, lo haría incluso con mil capas de maquillaje —desafía orgulloso.

—Es un dato que no quería saber.

—Estoy seguro de que es todo lo contrario. —Apenas le miro unos segundos, esperanzado en darle un golpe que esquiva y accidentalmente lo recibe otra persona. Cuando me disculpo, sonríe victorioso—. Dime, ¿de qué te disfrazaste esta vez?

—Eh, no sé… Soy un muerto de hambre, tal vez.

—¡Me gustan tus orejas! —exclama con más fuerza—. No pensé que tu cabello fuera tan largo hasta hoy, es lindo. ¡Te queda excelente!

Siento mis mejillas arder y cada paso se vuelve más lento, mi cuerpo no está respondiendo como debe. Esto es una tortura.

Gracias al santo cielo, nuestra caminata es muy corta y no tarda en reconocerlos, seguido de hablarles, saludarlos y dejarme atrás. Me da tiempo a procesar la rareza con la que me estoy comportando, aunque no es la primera vez y no sé a qué se debe, juro que no me siento culpable por nada como para compensar algo.

Hace tiempo que no necesitaba explicar mis emociones y el porqué las siento, porque no las comprendo.

—¡Toma un trago, es mi obsequio para ti! —brama Gabby luego de quitarme la botella y casi empinarla a su boca sin importarle que siga sellada.

—Yo no bebo.

—Entiendo, todos decimos lo mismo y después tragamos el agua del florero, ¡pero está bien! —Alza ambas manos de señal de inocencia—. Cuando quieras, me llamas.

Acto seguido, olvidando nuestra existencia y obligando a Eli que probara aquella curiosa y poderosa bebida, nos abandona después de llenar nuestros vasos, avanzando a un grupo de chicas que parecen ser sus compañeras de taller. Su sonrisa está radiante, por ningún motivo deja de hacerlo y reparte abrazos a cualquiera que le hable, luce animada. Me agrada.

Sin embargo, falta una persona por sentir ese ambiente y también me deprime que no ponga su empeño porque realmente no tiene energía para ello.

—Si te vas, puedo inventar una excusa para ella —murmuro, cómplice de aquellas veces que ha hecho lo mismo conmigo pese a luego ser descubiertos.

—No quiero irme.

—Tu cara dice lo contrario.

—Mi cara siempre dice otras cosas. —Frunce el ceño y echa un vistazo al chico teñido con un sombrero en la cabeza. No lo he preguntado, pero según yo, es un mago—. ¿Me estás diciendo que me vaya para que tengas libertad en hacer hechizos con este tipo? —Niego a toda velocidad e instintivamente le doy un manotazo—. Sabes que soy patético para comprender las indirectas.

—¿Me estás haciendo caso? —Vuelvo a golpearlo—. Te he dicho que no.

Se encoge de hombros.

—Pues lo siento, me pareció una tarea común para ustedes.

De un sorbo termina el contenido de su vaso, hace una mueca y deja el recipiente a un lado de sus pies, cerca de donde permanece el mío, aún lleno. Por curiosidad examino a los que hablan con Aiden, se incluyeron de repente pero me alegra que no sea yo el que deba lidiar con ellos, ese trabajo siempre va a la persona amable y sociable. Nadie mejor que él.

—Por cierto, ese tipo preguntó de qué es tu disfraz —miento. A ese tipo le importa cero lo que rodee a los demás.

—No copies mis palabras, y no sé… Algún villano, creo. La bruja lo escogió.

—¿Eres uno de esos personajes curiositos que matan a los que visitan un bosque todo feo?

Su cabeza gira aterradoramente. Sé que mi vida corre peligro cuando mi chiste no le hace gracia, ni siquiera hay brillo en sus ojos más que fastidio y me quedo de piedra.

—No lo eres, perdóname la vida.

Tras un desafío de miradas en el que ninguno parpadea, Elías sonríe y me da unas palmadas a mi espalda. Enseguida se pone de pie, no tardo en ir detrás suyo y me tomo un momento en planear cómo avisarle a Aiden, pero él está muy centrado a lo que hace, rodeado de tantas personas que no me molesto siquiera en pronunciar su nombre. Eli ya me espera cerca de la salida, tiene los ojos entrecerrados cuando lo alcanzo y elevo las cejas para preguntarle si algo pasa, únicamente niega.

Puedo aliviar la tensión y relajarme cuando salimos de la multitud, lo que me hace suspirar al admirar el cielo. Está despejado, con estrellas esparcidas en distintas direcciones y una brisa fresca le acompaña. Los faroles de la calle iluminan las plantas y sus alrededores, la música aún retumba mis oídos, distingo los cuchicheos y exclamaciones de aquellos que se divierten haciendo no sé qué.

—¿Recuerdas lo que hacíamos cuando estábamos aburridos? —objeta con una sonrisa ladeada. Entorno los ojos, desconfiado.

—¿Hablas de esconder las botellas o escuchar sus chismes en el baño? Porque no haré ninguno de las dos, las botellas realmente desaparecieron y nunca las pagamos.

—¿Y los chismes?

—No me gustó enterarme de quién besó a quién —reclamo asqueado.

Eli expulsa una carcajada, sin embargo, no me hace una propuesta estúpida ya que se tira en el césped y le imito.

—Es verdad que hicimos ridiculeces, pero también llegamos a ser educados y mantenernos en paz hasta el fin de la fiesta.

—Ah sí, como esa vez que te dormiste en el baño tras haber vomitado toda tu cena. Definitivamente hubo mucha paz.

No soy capaz de defenderme cuando su mano impacta mi abdomen con el 50% de su fuerza, odia que le recuerden esa noche. A pesar de no ser mucho, sus golpes son dolorosos gracias a su amado deporte, lo que me hace no reclamar y centrarme en recuperar oxígeno.

—¿Qué quieres hacer hoy? —agrego.

—Nada, ni siquiera tengo ganas de existir.

—Me sorprenderás el día que lo tengas, ¿por qué no tomas una siesta?

—¿Aquí, en donde pudo orinarse un animal?

—Tú fuiste el que se echó ahí.

Me mira de forma acusatoria para luego ignorarme y cerrar los ojos. Hoy está raro, digo, casi siempre es raro e imposible de estudiar, excepto cuando está de mal humor. Pero hoy es terriblemente peor, más silencioso, sin proponer alguna rara cosa por hacer y ni siquiera aceptó ir a casa.

Extraño.

El ambiente del interior cambia cuando las bocinas explotan una canción que conozco al derecho y al revés, así que me resulta imposible no emocionarme cual niño con su personaje preferido e inmediatamente sacudo a Eli por los hombros, obligándole a levantarse.

—¡Es Danny Ocean! —chillo y lo sacudo de nuevo—. Tu canción favorita, ¿te la vas a perder? ¡Es tu oportunidad para cantar!

Mi amigo imita el gruñido de un perro, volteándose para darme la espalda.

—Pasaste de ser obsesionado por una banda a un solista, nunca terminas de sorprenderme.

—¡Lo que sea, levántate!

Mientras yo lo hago, ignorando el calambre que comenzaba a lastimar mis piernas, tiro de su brazo para más rapidez y él, con toda su pereza, se arrastra a la par que tropieza para seguirme el ritmo.

—Hace tiempo me dijiste que compartías gustos con cierta persona —brama remarcando las últimas dos palabras a lo que no tardo en entender a quién se refiere. Después de mucho, me ha preguntado por él—. ¿Le gusta One direction? ¿Es un fan obsesionado como tú?

—No diría que taaaaanto como yo… Solo un pequeño, pequeñito gusto culposo.

—Hablando de eso, ¿qué fue de ellos? Te veía tan feliz por escucharlos y luego nada, ya no volviste a pronunciarlos.

—Se separaron… Hace años.

Se detiene, echándome un vistazo que bien puede contener lástima o disculpas.

—Oh, lo lamento. No estaba enterado, ya sabes, me falta actualizarme con ciertos informes de los jóvenes.

Le doy un puñetazo para que siga.

—Hablas como anciano.

Al confirmarle que nada pasa, aunque es un tema que me pone sensible porque mi yo de la pubertad aún los espera, continúa avanzando hasta el centro de la sala. Los que desconocen al cantante se han quedado pegados a la pared, dejando a los demás siendo felices y gritando a todo pulmón la letra de la canción. Voces desafinadas, sonrisas brillantes, coros a destiempo, cuerpos cálidos y mezcla del olor a alcohol es lo que llena aquel círculo en el que nos hemos incluido.

Para entonces, Elías canta con tanto sentimiento que sonrío. Logré animarlo. Y me tienta a seguirlo, sacando ese lado suyo que se encuentra en lugares así, donde deja que su alma fiestera se apodere de él e ignora si llegan a desconocerlo. Canta, baila, me grita los coros a la cara y es feliz.

—¡Haré la mejor noche de mi vida! —me informa.

Un escalofrío recorre mi cuerpo y solo puedo pensar «otra vez» sin reclamar porque ya me acostumbré.

Nota mental: Avisar a Gabriela antes de que ella tome el mismo camino.

—¡Pulgarcito!

Los cosquilleos en mi espalda me desconcentran cuando su mano se desliza hasta subir a mi hombro, iba bien si no fuera por aquel apodo maldito. Y se da cuenta, porque se echa a reír apenas le miro.

—Chico, no me mires así. Eso fue por abandonarme.

—Podría creerte, si me hubieras buscado antes.

—¿Alguien dijo que no lo hice? —desafía por segunda vez en la misma noche—. Fui detrás de ti, pero pensé que sería muy intenso de mi parte y esperé, ¡cuando quise hablarte ya no estabas!

—Sí fuiste muy intenso —añado. No sé como tomar su confesión.

—No me molestaría ser así siempre, sobre todo si es por ti.

Recuerdo la existencia de Elías y velocidad de la luz lo busco a darle una explicación que no pidió, pero ya no está conmigo.

—Estás solo, ¿verdad? —alude inocente—. Es coincidencia que yo también lo esté, ¿por qué no vamos a caminar? Será aburrido si te quedas aquí.

Tiene un punto. Cuando mis amigos van por su lado, a veces me toca hacer lo mismo pero eso significa buscar energía para hablar con otras personas y bueno… Suerte que hoy tengo una solución menos agotadora.

—Hazme el favor de no decir cosas raras.

—Como ordenes.

Nos escabullimos entre la gente, ignorando incontables brazos que son el típico “ven, acompáñanos a tomar un trago” como si aún no tuvieran alcohol suficiente en el cuerpo. Hay tantos ofrecimientos a distintas bebidas que de último minuto aceptamos cualquiera, siendo conscientes de que será el primer y último trago, en una noche que intentamos hacernos los rudos, no salió bien.

No sé hasta donde avanzamos, solo sé que caminamos tanto que seguro rodeamos la casa dos veces sin darnos cuenta y nos detuvimos hasta estar seguros de que la parte trasera era segura de usar. En otras palabras, un espacio relajado donde no tuviéramos que lidiar con cualquier ser humano.

Sentados en las escaleras, con muchas macetas a nuestro alrededor y el ruido de la música junto a carcajadas de la cocina irrumpiendo, doy un sorbo e inmediatamente hago una mueca, asqueado. Aparte del dudoso color, resulta de sabor desagradable. Me arrepiento de aceptarlo.

—Pensaba que pasarías la noche con Elías —habla, cabizbajo, con su vaso girando lentamente debido a los movimientos de su mano.

—Yo también, pero suele cometer grandes errores de los que prefiero no incluirme. Me gusta cuando debo darle soluciones.

—¿Solucionas los problemas de otros y cuando se trata de ti, huyes?

—Ah, eso… —Evito mirarle—. Es que también le recomiendo huir.

—Es la solución más efectiva viniendo de ti. —Me regala una sonrisa ladeada que imito, me alegra que no reclame porque tampoco sé a qué le temo y porqué no lo enfrento—. Estar con él significa problemas —deduce—, ¿te gustan los chicos malos?

—A mi no me gustan los chicos malos.

—¿Aunque se trate de Elías?

—¿Eli? Bueno, él… —Enmudezco—. Dios mío, Aiden, ¿por qué asumes algo así?

Explota a carcajadas ante mi reacción. Para defenderme, propino unos golpes a su brazo ya que me resulta más cercano y está indefenso, con ello hago que se cubra mientras lucha por sujetarme y de nuevo somos ese par que jamás pueden tener media hora de paz.

—Que conste que yo no dije nada —se defiende—, solo hice una pregunta.

—Una pregunta nada inocente.

—Es lo que le da el toque.

—Eres detestable.

Arruga la nariz y sonríe.

—Odioso.

Al cabo de nuestra breve guerra, sin ganadores porque fue improvisada, nuestros vasos simplemente giran a causa del viento y no tomamos la molestia para recogerlos de nuevo.

Estamos en silencio y se siente bien, como lo fue aquella vez.

—Tengo sueño —susurra.

—¿Quieres entrar?

—¿Vienes conmigo?

Niego.

—Quiero quedarme un poco más.

—Entonces me quedo contigo.

Su enorme confianza le hace acurrucarse a mi brazo, apoyando su mejilla en mi hombro, sin temer por su vida si acaso se me ocurre usar la violencia para molestarlo. Pero una parte de mi tampoco quiere hacerlo, quizá porque estoy recordando de las veces que hacíamos lo mismo en las cenas familiares, igual que nuestra última navidad.

Teníamos la rara costumbre de escabullirnos y comer el postre a solas, incluso debajo de la mesa, siempre y cuando nadie estuviese interrumpiendo nuestra improvisada comida final. Tal vez porque ambos éramos niños, todo lo tomábamos a la ligera, nada nos incomodaba o molestaba. Estábamos bien, excepto cuando otros llegaban y nuestro comportamiento, extrañamente, cambiaba en automático.

Era como una herramienta de defensa.

—¿No sientes que el mundo se mueve?

—Estás alucinando.

—No, en serio, te juro que así se siente.

—El mes de los temblores es en septiembre, relájate.

Lo escucho tronar la lengua mientras se acomoda quinta vez. Por otro lado, apoyo mis antebrazos en el suelo y echo mi cuerpo hacia atrás, de ese modo evito que mis muñecas sigan doliendo por soportar mi peso. Además de que Aiden lo ha tomado como una posición para su comodidad y se remueve hasta el cansancio. Me recuerda a un cachorro haciendo espacio en la cama para no dormir solo, ni dejar a su dueño a solas.

—Aris.

—¿Qué?

—¿Estás cansado?

—No.

—¿Es el alcohol?

—¿De qué…?

—Tu corazón.

Abandona su espacio cerca de mi hombro y cuello, y lentamente baja hasta mi pecho, en el centro. Se mantiene un rato ahí, únicamente puedo ver su cabello teñido siendo sacudido con el viento y despeinado a causa de sus movimientos.

—Es normal —murmura.

Pese a no entender lo que dice, no digo nada, a veces hablaba dormido así que no habría diferencia en el ahora.

Estoy tan absorto al momento que me resulta extraño el movimiento involuntario de alzar mi mano, apoyarla en su cabeza justo cuando él se desliza un poco más a mi izquierda, y acariciar sin estar seguro del porqué lo hago.

Llegué a pensar que su cabello podría estar dañado por los tintes, pero olvidé lo cuidadoso que es con él mismo y por eso no hay daños. Su cabello es suave, las raíces visibles, es fácil peinarlo y brota un lindo aroma.

—No es normal —habla de vuelta.

—¿Me puedes decir qué estás haciendo? —inquiero una vez que vuelvo a bajar mi brazo.

—Tu corazón estaba bien, de repente hubo un impacto que lo hizo bombear más fuerte. —Me mira, apoyándose sobre mi abdomen al levantarse—. Y también tienes las mejillas rojas.

Comprendo. Estoy sintiendo un gran calor por todo el cuerpo y mi corazón quiere salirse de mi pecho. Lo hace peor que él lo diga con esa carita inocente, como si de verdad no supiera la razón, el motivo. O se está haciendo imbécil.

—Me pone nervioso el contacto físico.

—¿Siempre ha sido así? —comenta desafiante.

—¿Qué te hace creer que no?

Esa mano puesta en mi cuerpo, recorre despacio hasta mi espalda. Siento sus dedos hundirse en el arco de este y mi respiración se corta, un nudo se forma en mi garganta, el calor es una llama incontrolable y soy incapaz de parpadear. Perdí conexión con el mundo.

—¿Son nervios?

Él se inclina de tal manera que su respiración parece chocar con la mía, pero no es así, aún nos separa una distancia considerable que me regresa a la vida. Me encargo de tomar su mano y alejarlo, al mismo tiempo, me incorporo como puedo y nos miramos. Mis latidos son fuertes, mi respiración es incontrolable y la violencia que no quise utilizar me respira en la nuca.

Echa un vistazo a nuestras manos, no lo he soltado y por ello sonríe. Lo odio. Agradezco que tenga el brazo flojo, igual que un muñeco de trapo porque solo así puedo impactar su propia mano a su rostro, y sentirme aliviado de no recibir dolor.

—Oye, ay, eso fue inesperado —se queja a la par que frota la zona afectada.

Miro mi mano, luego la suya y al último el golpe. No era lo que quería hacer pero estoy satisfecho.

—Lo siento, me tomaste por sorpresa.

—Tengo la teoría de que no puedes ser amable por más de media hora, necesitas desquitarte para nivelar la situación.

—Te aseguro que ya fue más de media hora. Como sea, ¿estás bien?

—Oh, sí. —Extiende ambos brazos para enredarse a mí y añade—: Un abrazo para absorber la vergüenza.

—¿Qué vergüenza voy a tener yo? —refunfuño.

—Vergüenza de no admitir lo genial que soy y lo mal que te pongo.

Y me aprieta, lo hace intencionalmente, decidido a no liberarme porque de nuevo recibirá una paliza.

El aroma del vino de su aliento entre la mezcla de la fragancia que desprende cada tanto, llega a mis fosas nasales y se multiplica cuando Aiden retrocede, acomodando su ropa e inclinándose para hundir su cabeza entre mi cuello. Por mi parte, me mantengo en posición recta, ladeando la cabeza para no tocar la suya.

Sus dedos se mueven, buscando no sé qué y cierro mis puños cuando me rozan. Aiden suspira.

—Aris.

—Mande.

—Dame tu mano.

—¿Para qué?

—Dámela, ¿qué tiene que dos amigos se tomen las manos?

Nervios, de nuevo. Sin embargo, ya que no me está viendo, hago lo que pide y cierro los ojos al sentir sus dedos encajar con los míos. Mi corazón no ha estado quieto ni un segundo desde que la noche inició, ¿cuánto falta y a qué se debe? Es una locura, me lo quiero arrancar.

—¿Tienes sueño? —murmuro cerca de su oído. Él niega, estoy sintiendo su pulgar acariciándome.

—Estoy pensando.

—¿Qué piensas?

—Una vez me rechazaron, lo recuerdo porque fue en una fiesta similar.

Elevo ambas cejas de sorpresa, este chico jamás me contó de alguien que le gustara. Algunos fueron bajo mis propias conclusiones, como el caso de Jazmín, y esto es un dato nuevo.

Ante mi silencio, se retuerce enredando sus brazos alrededor de mi cintura y, para ser una cercanía a la que no estoy acostumbrado, me mantengo inmóvil. Tengo su aliento pegado a mi cuello, la piel erizada y ganas de soltarle un puñetazo. No puedo reaccionar de tal modo por cada que algo altere mis sentidos, pero tampoco me creo capaz de controlarlo.

—¿Tú me rechazarías? —inquiere a susurros.

Lo tomo de sus hombros, alejándonos lo suficiente. Está pegado como garrapata, siento un leve mareo que maldigo en mi interior, desorientado. Una de sus manos se afloja, la que tenía cerca de mi cintura y la sube a mi rostro, acariciando mis mejillas mientras que, con la otra, lucha contra mi fuerza para volver a acercarnos.

—Maldición, Aiden, regresa a tus sentidos —lloriqueo entre forcejeos.

Me obliga a mirarlo y ladea una sonrisa. Escudriñando sus ojos, percato el brillo que pega por la luz de la luna, sus pupilas crecen tapando el característico azul eléctrico y un sonrojo extremo se muestra en sus mejillas. Ni el maquillaje puede llegar a ser tan rojo como él ahora. Sus dedos acarician mi mandíbula, tiene los dedos fríos.

—¿Me rechazarías?

Mis labios se abren para responder, no obstante, me detengo al darme cuenta que no hay respuesta alguna. Dejamos de forcejear, él no hace ningún otro movimiento y mis sentidos se relajan, dando a entender que nada pasará.

Bajo la mirada con lentitud, pasando de su nariz a sus labios y me detengo al topar una herida superficial que no había visto. Nos miramos durante minutos, casi una eternidad, caí en cuenta de la tensión cuando sentí su respiración golpeando la mía. ¿En qué momento me incliné, o él se acercó? Como si las cosas no se hicieran más intensas, Aiden lleva su mano a mi cuello, acercando mi rostro al suyo, lentamente y viéndome de la misma forma. Mi respiración se descontrola, mi pecho sube y baja como haber corrido un maratón, escucho mis latidos como si no existiese ningún otro sonido y casi me llegan las ganas de vomitar, siento mi corazón atascado en mi garganta, bombardeando con tanta rapidez que puede salirse.

En cuanto Aiden entierra sus dedos entre el cabello de mi nuca, la parte cuerda y alerta que siempre se oculta en mis adentros me abofetea. Me grita que voy a meter la pata si accedo a lo que ocurre y caigo en cuenta de lo que verdaderamente está pasando.

Nuestras miradas se desconectan, mis labios permanecen separados porque la respiración por la nariz me ahoga y mi mano llega a mi pecho, sujetando con fuerza la zona, implorando que mi corazón vuelva a la normalidad. Me levanto de golpe, terminando con el desastre y solo alcanzo a eso porque la mano de Aiden me sujeta rápidamente y giro a verle, sus ojos cristalizados terminan por joder lo mal que me estoy sintiendo.

—No te vayas, es una broma y puedes rechazarme, pero no te vayas. Por favor.

Sello mis labios, nuevamente, no sé que responder. En todo caso vuelvo a sentarme, visualizando nada más que las piedras que estoy pisando. Su agarre se afloja y mira con atención mi brazo, como si esperase a tomarla de nuevo en caso de que se moviera. Al estar seguro de que me voy a quedar quieto, talla sus ojos limpiando sus lágrimas, se acomoda dejando la distancia en medio de ambos y suspira.

—Perdón por todo, por si mañana despierto y no lo recuerdo. ¿Podemos fingir que no me viste? No quiero que cambies tu forma de pensarme.

Mi garganta seca logró pronunciar:

—Será mejor que no despiertes o me las vas a pagar.

Si mi intención fue sacarle una sonrisa —cosa que no es cierta—, lo logré. Sus alineados dientes saltaron a la vista mediante una risilla que evitaba convertirla en carcajadas, pronto disipó el ambiente incómodo.

—No teníamos planes, pero ¿quieres subir al techo?

—¿Aunque estés ebrio?

—No lo estoy.

—Dijiste que el mundo se mueve.

—Ya no lo hace.

Ambos nos levantamos, agarrando el primer objeto que sea resistente para evitar tambalear y Aiden emprende su caminata. Ni un par de pasos después, se detiene, mirándome sobre su hombro.

—Si me llevas abrazado, te prometo que no daré mucha lata.

—Te voy aventar, y no es advertencia.

Melodía de otoñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora