22 | SEGUNDA REGLA: NO JODER LA REGLA UNO

97 7 6
                                    

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.





Era increíble que solo una frase, unas cuantas palabras, una última sentencia, me haría quebrar sin previo aviso.

Mis latidos estaban al borde del colapso, ¿por qué lo hacía? ¿Por qué ahora? ¿Qué fue lo que le hizo tomar esa decisión tan pronto? ¿Qué sucedió? ¿Fue por mí? ¿Acaso algo se enteró? ¿Lo incomodé? ¿Mi comportamiento le asfixió?

No.

Quizá… Las cosas no iban como él quería.

Y está bien, digo, alejarse de lo que no te gusta siempre está bien. Aunque, si admito un capricho, me estaba acostumbrando a su presencia y de pensarme sin él siento escalofríos. Es como volver a tener una parte vacía de la que tanto te habías acostumbrado a que día a día estuviera ahí, esperando por ti. Que se desvanezca tan de pronto, por una decisión propia, de la que ni siquiera te permitía tener idea… No sé, es raro.

El tormento en mi cabeza necesitaba saber que no era mi culpa, que podía pertenecer a su mundo un poco más, que me necesitaba como a veces lo expresaba, que me quería según sus palabras. Incluso si llegué a herir y romper su corazón, al menos necesitaba más de una explicación.

Y, con todo el dolor que inexplicablemente apareció, acepté a su pedido.

No iba estar dispuesto a atarlo, ni a rogarle porque se quedara, porque yo no sabía lo que quería y no hubo una razón coherente del porqué empezó. Necesitaba abrazarme, necesitaba creer que estaba haciendo bien, a pesar de que dolía, me hizo sentir débil, a pesar de todo, permanecí aferrado a que su cuento había terminado. Además, iba a mantener en cuenta mis propias palabras, no tenía que haberme sentido mal desde un inicio, pero repito, es extraño, por algún motivo siento una punzada al pecho que no son mis latidos, una incomodidad que no es propia de mi.

Pese a que es un simple recuerdo que no ha pasado mucho desde que ocurrió, mis manos se llenan de sudor y hago rayas en una hoja de mi cuaderno, centrado en el olor de la tinta, ignorando mis emociones y que mi pecho sube y baja. Eso no importa ahora, ni debería importar. Yo sabía que aquello era un pasatiempo, lo tuve presente desde que propuso ser amigos, en cualquier rato las cosas mal hechas iban a tomar otro rumbo. Con un nudo en la garganta, desearía preguntarle entonces la razón del porqué hizo la conexión más profunda, porque lo solicitó con urgencia, como si su vida dependiera de ello. Estaba mejor así, sin cuestionarme la rareza con la que llegué a actuar frente a él, sin preguntarme porqué habían cosas mínimas que me molestaban y por ello ocupaba mi cabeza todo el tiempo.

Estaba mucho mejor antes del desastre, un desastre llamado Aiden.

La puerta se abre lentamente, a unos escasos centímetros de abertura se detiene y veo a Poppy entrar, el cachorro que apareció de la nada en la puerta y que mamá aceptó sin protestar, manea su diminuta cola de un lado a otro, corriendo directamente a mi. Acto seguido, mamá se asoma en silencio e intenta sonreír.

—Poppy te extraña —susurra y, luego de un silencio entre ambos, añade: —Y yo también.

Me duele porque, incluso, yo mismo me extraño y el problema es que no puedo hacer nada para cambiarlo. Me siento vacío, sin ánimos, poco vivo.

¿Se debe a que perdí un amigo o es por todo lo que pasó cuando el sabía lo mucho que me aterró descubrirme, por miedo a que utilizaran ventaja de tenerme solo un rato?

Las comisuras de mis labios se encorvan hacia abajo, igual que un bebé a punto de llorar y extiendo los brazos a ella al mismo tiempo que mis ojos se nublan. Mamá suelta la manija y se aproxima rápidamente, rodeándome con sus brazos, dejándome obtener su calor de apoyo. Las gotas saladas que brotan mis ojos aparecen, el ardor disminuye al sentirlas cubrir mis pestañas y me aferro a ella con fuerza, ya no siento que sea por él, siento que es por mi y porque hay una razón que me niego a exponer.

—Todo estará bien —murmura, dando palmaditas en mi espalda—. Mamá está contigo.

Es imposible tranquilizarme si ella dice eso, sus palabras son como echarse limón en una profunda herida, por más que intente calmar la sangre, en el fondo lo empeora y el dolor es para matarse. Respiro profundo, sintiendo ligeros espasmos que me dicen “tocaste fondo” y ambos nos separamos. Estoy sentimental desde hace días, debería admitir que, tras su pedido, también me encerré en el baño para desahogarme. Me da rabia lo que me provoca, no quiero que sea lo que pienso, porque entonces sé que estoy jodido, sobre todo porque ha terminado incluso sin empezar.

—Nosotros ya no… —Hago mi esfuerzo en hablar, aún sollozando—. No somos amigos. En realidad, no somos nada.

Posa su mano encima de la mía, acariciando mis nudillos con el pulgar.

—Siento escucharlo, parece que se habían vuelto muy unidos.

—Yo también lo pensé, pero todo era pasajero.

—Aún eres un adolescente, no todo será eterno, está bien que llores ahora porque no será para siempre.

Pese a estar consciente de que, para ella, era referirse a la supuesta relación en la que nos involucramos. Yo estaba al tanto de que no, que la verdad trataba solo de mi sintiendo algo nuevo que en el pasado también surgió. Pero estaba agotado, cansado, me pesaba respirar, no estaba en posición coherente de explicar. Era mejor así, con su pensamiento firme ante la idea de que iba por una ruptura, no soportaría una charla acerca de mis sentimientos.

—Sé que duele y tal vez más de lo que creo, pero tampoco debes quedarte dentro de esa tragedia cuando tienes amigos para sostenerte. Imagina que acabas de tropezar con la primera piedra, ¿te quedarás ahí aún cuando te falta mucho por correr? ¿Dejarás que el resto avance mientras tú no haces el esfuerzo en levantarte?

—Él es la piedra... —Mi voz sale ronca—. Me hace caer tantas veces como puede.

—Intenta alejarte de esa piedra, o tírala en otro lugar para que no interrumpa tu camino.

—¿No te cae bien? —Vuelvo a mirarle.

—Yo estoy hablando literalmente de una piedra —enfatiza y me avergüenzo el triple—. No diré nada al respecto porque no conozco sus razones, no podemos juzgarlo sin saber su perspectiva.

—Tú lo adoras.

—Porque tus ojitos brillan al hablar de él.

—¿Incluso cuándo me rompió el corazón?

—Incluso cuando estás llorando por él.

Desearía que esté mintiendo y odio el hecho de saber que no lo es.

Principalmente, detesto seguir lamentándome por solo una persona, ni siquiera Jaz me dolió tanto. Es un puto problema no alcanzar ni a detestarlo porque no me cabe con tanto cariño que le tengo, por más que intente convencerme de que puedo hacerlo y puedo llegar a odiarlo, no soy capaz. No quiero hacerlo, simplemente hay cosas que no puedo hacer y esto es una de ellas. Así me haya botado de la nada, sabiendo que estábamos frente a personas importantes, con nuestra comunicación echa un lío… Aún así lo quiero, aún así...

Maldito músico engreído, maldito seas.

—Necesitas descansar, mañana será un día muy importante para ti. Ojalá pudiera hacer algo, sabes cuando me molesta no poder quitarte la tristeza, incluso cuando eras un niño y te lastimabas, yo solo pedía sentir tu dolor.

—Mamá…

—Pero hay cosas imposibles, hay cosas que debes enfrentar y no siempre seré yo quien te busque las respuestas, ¿verdad? Eres un niño independiente, mi niño valiente.

En sí ya era un río de lágrimas que se volvió una cascada cuando me sostuvo en sus brazos, haciéndome sentir tan pequeño y vulnerable, sintiéndome protegido con su aroma y calidez.

Quería tiempo para mi, para calmarme y concentrarme como siempre decían que hiciera, porque el tiempo lo cura todo, pero vaya semana ajetreada que no me dejaban en paz y, sí, finalmente, el último día de clases llegaba.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Jan 27, 2023 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

Melodía de otoñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora