18. Los yayos se disputan el favoritismo del feto

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Percy

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Percy

Dioses, me voy a desmayar otra vez.

Mi boda con Annabeth es mañana y hoy vendrán todos los Olímpicos y demás para hablar con nosotros y todo eso. Algo como una comida familiar.

Eso significaba que Nico y Álex iban a contar lo de su bebé. Ambos estaban muy nerviosos. Álex estaba como una gata mimosa, sin soltarse de su novio. Tampoco es que el hijo de Hades se quisiera alejar demasiado.

—¿Ya vienen? —preguntó Nico, con Álex abrazada a él como si se le fuera la vida en ello—. Mi amor, tranquila. No te van a sacrificar.

—Mentira. Los dioses son unos locos. Aún recuerdo cuando rechacé a Artemisa. ¿Qué dirá ella?

—¿Y qué importa? —soltó Jason—. Tú y Nico vais a ser muy felices. Y eso es lo que verdaderamente importa. Tienes que mirar por ti y por tu hijo.

—Solo estoy muy, muy nerviosa. Y asustada, puede...

Nico rodeó su espalda y la acogió entre sus brazos. Besó su sien y acarició sus dedos levemente.

—Estamos todos aquí, Mary. No tienes que estar asustada.

Y, en la puerta del Campamento Júpiter, aterrizó un gran autobús del que fueron saliendo todos los dioses. Los Tres Grandes aparecieron marcando territorio. Con gafas de sol negras y una mirada firme tras ellas.

Papá se acercó a nosotros tras esperar a Atenea.

—¡Hijo! —exclamó sonriente, y me abrazó—. Qué bueno verte, Percy. Supongo que estás algo nervioso. No te preocupes, hijo, todo saldrá a las mil maravillas.

—Gracias, papá, también te he echado de menos.

—Annabeth, mi niña —Atenea abrazó a su hija como si quisiera secuestrarla para alejarla de mí el resto de su vida.

—Mamá, ¿cómo estás? —sonrió ella.

—Siento que te vas para siempre. Oh, mi niña, has crecido demasiado...

—Mamá...

—¿Cómo está mi Sirenita? —papá abrazó a Álex y ella empezó a sudar la gota gorda—. Princesa, te ves muy tensa. ¿Estás bien? Parece que tienes fiebre.

—¿Fiebre? —Apolo se acercó—. No nos podemos permitir que una de las Damas de honor esté enferma. A ver, déjame ver tu aura.

—No... —pero a Nico no le dio tiempo a reaccionar. Apolo revisó el aura de mi hermana y pestañeó incrédulo.

—¡Oh, por el sol! ¡Qué fuerte! —empezó a chillar como una nena de 15 años—. Tú eso ya lo sabías, y se nota que tu querido novio también.

—Oh, Señor... —maldijo Nico con una mano en la frente.

—¿Qué le pasa a mi hija, Apolo? —exigió saber mi padre.

—No, no. Yo no voy a decir una palabra.

El eco de las sombras || Nico di Angelo (libro 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora