5. GERARDO

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Pretendo dejar muy claro que no ambiciono contar una historia romántica ni siquiera cuando es lo que me gustaría, sólo hablaré de todo lo que me trajo a este momento, y todo lo que influyó en mi para ser quien soy, por eso quiero que se sepa cómo Gerardo es una de las partes más importantes de mí.

Gerardo es mucho más que un hermano o un amigo, él siempre cuidó de mí como si fuera mi padre, y a pesar de que tengo a mis dos padres conmigo, y los amo más de lo que cualquier hijo podría, Gerardo siempre fue quien me protegió. Él es a quien yo suelo asistir cuando tengo algo que me atormenta, o algo que me hacía feliz. Con él podía jugar cuando éramos niños, hablar cuando alguno lo necesita, y nos contamos todo de otro.

Me llena de nostalgia pensar en aquel día en que se acercó para contarme que le gustaba una mujer, él probablemente tenía catorce y yo no sabía nada del amor y no pude ayudarlo. Pero el día en que me gustó una chica, también me pude acercar a él y recibí su apoyo. Continuamos así desde entonces, cualquier chica por la que alguno se sentía atraído era como si el otro la conociera también. Gerardo incluso me contó acerca de la primera vez que estuvo con alguien, y del mismo modo él supo de la primera mujer con la que estuve. No había tema que no tratáramos juntos, porque ambos sabíamos que el otro lo entendería.

Gerardo y yo somos los hermanos más unidos que cualquier persona conocerá. Sabemos todo uno del otro y siempre estamos hablando de cosas y sucesos nuevos de nuestras vidas. Él conoce cada detalle, todas mis manías, todos mis sueños, e incluso cosas que ni yo mismo podría decir.

Cuando nos llevaron a la escuela de arte tenía problemas para convivir con otros, tal vez esa sea la razón de que haya elegido la literatura, y por eso él sacrificó algo de su tiempo para acercarme a otros con quienes podría compartir mi gusto por la lectura. Fue gracias a su empuje que yo pude conocer a otros maestros o entrar a concursos de literatura. Sé que Gerardo es únicamente tres años mayor que yo, pero lo considero mi ejemplo a seguir.

— Eres un gran escritor —me dijo alguna vez—. Tienes sólo catorce años y estoy seguro de que eres mejor que todos los otros participantes.

— ¿Y si pierdo?

— Van a haber más concursos después, Abel. No es ni el único, ni el mejor.

— Pero yo escribo literatura juvenil —me excusé—. Ése concurso es para literatura adulta.

— Tú y yo sabemos que te sale muy bien la literatura adulta. Demuéstrales que los jóvenes también pueden ser adultos. Pero nunca olvides lo que te gusta, tú sigue con lo juvenil si es lo que te apasiona, no necesitas cumplir todos los estándares.

— Necesitaría cumplir con los estándares del concurso.

— Bajo tus criterios. —Me miró a los ojos—. Tu maestra te invitó a participar por algo, si ella cree en ti, y es una profesional, imagina lo que puedes hacer después.

Hubo una ocasión en la que la maestra María me llamó para hablar cuando terminó la clase, ese día ella me mencionó que había un concurso en la editorial donde ella trabajaba y quería que yo entrara porque sabía que podría tener reconocimiento. No quería hacerlo porque estaba muy asustado, pero, después de hablarlo con Gerardo, tomé el valor para participar, e incluso gané. Escribí una historia corta con temática adulta, y después continué con mi estilo juvenil en todos mis siguientes trabajos.

Siempre he dicho que soy la persona con la menor capacidad de entender mis pensamientos, y mi hermano siempre se ha encargado de hacérmelo notar sin proponérselo. Como al día siguiente de nuestra charla, Gabriel, que él me habló de ti y de mí sin saber que en realidad hablaba de nosotros.

— Oye, anoche los vi platicando —me dijo.

— ¿A quiénes?

— A ti y a Gabriel —me miró y metió su cuchara en la boca.

Era una mañana de sábado, y no había mucho por hacer. Sé que no pensaba sobre esa noche del modo en que lo hago ahora, pero él había notado algo que yo no.

— Pues sí —dije—. Hacemos eso seguido. Él es mi amigo también.

— Ya sé —respondió—. Pero se me hizo raro que tú estuvieras hablando del modo en el que lo hiciste con él. Además de que lo convenciste de leer un libro. Él sólo lee cuando se lo piden en la escuela.

— Supongo que tengo algo de suerte.

— Me sorprende de él, lo fácil que aceptó. No es de lo que se dejan influenciar tan fácil.

— ¡Oye! —reí—. No sé qué hice pero si eso es bueno, a mí me hace feliz.

Las similitudes entre Gerardo y yo eran tan notorias como las diferencias que existían en ambos. Teníamos la misma cara y el mismo tono de ojos y cabello, pero él era lacio, su mandíbula era más afilada, y era mucho más alto que yo. Sin embargo, era más que evidente que éramos hermanos, porque, incluso con la expresión siempre seria en su rostro, nos parecíamos mucho.

— Sólo digo que es extraño que él haya aceptado —me miraba dubitativo—. Pero está bien. Si te hará entender el cine mejor de lo que yo lo hice, por mí no hay problema.

— ¡¿Por qué les obsesiona tanto que sepa de cine?! —gruñí—. Ustedes deberían aprender más literatura.

— Ustedes deberían aprender más música. —Mi papá entró a la cocina—. A lo mejor eso les ayude a escuchar mejor cuando les diga que limpien su cuarto.

— Yo tuve apreciación musical en la universidad —respondió Gerardo— y no comprendo la conexión entre la música y mi propio desastre.

— Yo entiendo que te estás ganando que no deje a Gabriel venir más.

— Yo no tengo la culpa de eso, Bruno. —Gabriel iba bajando la escalera en el momento más oportuno para su entrada—. Él es un desordenado, pero a mí me gusta estar aquí.

Gabriel y Paula contaban con el privilegio de llamar mis padres por su nombre, Bruno y Marta. Mi papá decía que el título de Señor había que ganárselo, y que ellos no eran quienes los merecían. Mi madre me dijo que en realidad era que sólo se sentían demasiado mayores cuando alguien los llamaba así.

— Entonces tú también podrías ayudar a recoger.

— ¿Sabe qué? –él se reía— ya no quiero venir nunca más.

Mi hermano me conocía tan bien, que notó antes que yo que entre nosotros hubo una conexión. Para esa mañana yo sólo te veía como una persona que lograba apasionarme con tu pasión por el modo en que hablaste. Debo ser sincero y decir que he meditado más de dos veces esa ocasión, y me doy cuenta que en realidad no fue la fragorosa conversación que percibí por la noche, y tal vez eso diga más de lo que yo podría discernir incluso después de varias noches de desvelo.

Acepto que hubo algo que percibí en ti aquélla noche y por eso es que no la he olvidado hasta ahora, sin embargo, el Abel que vivió esos días estaba seguro que no fue más que una plática interesante, y que todo comienza cuando tú y yo tenemos una plática sobre el libro. El Yo de este momento comprende mejor las cosas, aunque sea sólo unos meses mayor, y sabe que esa noche fue parte del ascenso hacia nuestra historia, alimentada por todas las otras veces que compartimos antes de haber visto la película.

Pero hay algo en lo que tanto Abel de hace tiempo y Abel actual estamos de acuerdo: Fue esa frase que dijiste un poco de tiempo después lo que logró que finalmente cayéramos, y pudiéramos dar el paso que necesitábamos avanzar.

Pero hay algo en lo que tanto Abel de hace tiempo y Abel actual estamos de acuerdo: Fue esa frase que dijiste un poco de tiempo después lo que logró que finalmente cayéramos, y pudiéramos dar el paso que necesitábamos avanzar

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—Nos vemos!

Mírame Como Te MiroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora