48. LO QUE FUIMOS

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Esperar por tu respuesta, Gabriel, fue una de las torturas más fuertes por las que he pasado.

Mi suplicio se extendió de varios días a tres semanas, y dentro de mí se sintieron como si hubiese pasado toda mi vida esperando por tus palabras, porque con cada segundo que pasaba era como verte más lejano, y mi esperanza se disolvía más y más.

Entonces, cuando se cumplió la semana cuatro recibí una llamada:

— ¡Gabriel! —respondí en cuanto vi su nombre en la pantalla del celular —. ¿Qué pasa?

— Necesito hablar contigo —me dijo, se oía serio—. ¿Estás ocupado? ¿Puedes venir?

— ¡Sí! —Le respondí— Sí puedo ir. ¿Quieres que vaya ahora mismo?

— Sería lo más idóneo.

— Voy para allá —le respondí.

Colgó.

***

Parecía que el mundo se movía mucho más rápido que de costumbre, todo iba a una velocidad que no era normal, excepto yo. Yo era el único que se movía a velocidad normal, trataba de llegar a casa de Gabriel rápidamente, pero no sentía como si me estuviese moviendo por la velocidad con la que veía el resto de las cosas a mi alrededor.

Cuando logré llegar lo vi sentado en la banqueta afuera de su casa, con la mirada perdida, como si no quisiera decirme nada esta vez. Sus manos jugueteaban con el impreso que le entregué, retorciéndolo en forma de rollo.

— Hola, Gabriel —le susurré, pero no me acerqué.

— ¿Por qué nunca me lo dijiste? —me miró después de decirlo.

Miré al suelo.

— No sabía cómo. Y no pensé que fuera importante.

— ¿No quedaba claro que tú y yo podíamos decirnos lo que fuera? —preguntó—. Cualquier cosa, Abel. Pudiste haberme hablado de tus problemas. Pudimos resolverlos juntos.

— Pero yo... —tartamudeaba— yo... simplemente no podía.

— Creo que entiendo por qué —levantó el libro.

Ni él ni yo queríamos hablar de eso por lo que tanto estuve esperando. Había rogado por esa respuesta durante mucho más tiempo del que creí que soportaría, pero no quería hacer la pregunta porque me daba miedo lo que pudiera recibir de su parte. Me armé de valor para articular por lo menos una palabra, la única que logró salir de mi boca:

— ¿Entonces? —hablé entrecortado.

Su mirada persiguió mis ojos, aunque traban de evadir los suyos. Mientras suspiraba se ponía de pie, y sin soltarme la mirada, se posó frente a mí.

— Abel... —pestañeaba—. Tú mismo lo dijiste. Eso que me das a entender aquí, sólo me ayuda a comprenderte, pero no lo justifica. —Mi respiración fallaba—. Tú hiciste algo horrible. Y no me refiero a ella; me refiero a negarme, y negarte a ti al mismo tiempo.

» Claro que también me molesta lo que quisiste hacer. Pero me siento aún más herido por tu incapacidad de poder expresarte.

Sentí que mi corazón se detendría en cualquier momento. Tenía un nudo en la garganta. No podía moverme. Mis ojos se estaban humedeciendo. Todo estaba pasando al mismo tiempo, y Gabriel seguía hablando:

— Sinceramente, creo que tú y yo no deberíamos seguir...

Me destrozó.

Fue ahí cuando todo lo que estaba sintiendo arremolinado en mi interior salió. Mis ojos se convirtieron en cascadas y todo mi cuerpo se aflojó como si fuera a caer en cualquier momento. Estaba llorando. Mi garganta no era capaz de emitir sonidos.

Mírame Como Te MiroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora