23. LA ZONA SEGURA

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Gabriel estaba muy ocupado desde que comenzó con su nuevo empleo dentro de la televisora, me contó que era el segundo asistente de cámara en un programa matutino que me pidió nunca ver, aunque de vez en cuando podía tener algo de tiempo libre, y le gustaba pasarlo conmigo.

Él decía que prefería descansar estando los dos juntos que él solo, porque yo le daba energía para el día siguiente.

— ¿Y cómo es? —pregunté.

— Agotador. —Miró al techo—. Tengo que estar al pendiente de todo lo que necesita cámara, y no sólo eso, sino que también somos los que se encargan de relaciones, yo en menor manera, ¡imagina cómo está el primer asistente! —Luego relajó su cuerpo—. Pero me encanta. Esto es sólo la base de lo que busco, voy comenzando. Después, con la experiencia que gane en esto, y los cortos que dirija por mi cuenta, podré tener pronto un portafolio para mostrar qué puedo hacer.

— Me da mucho gusto que te sientas bien —le dije—. Todo el esfuerzo es compensado.

— Ya les hablé allá de Gerardo —me explicó—. Les interesa lo que oyen. Les enseñé algunas de sus fotografías, y uno de los asistentes del director las vio. No sabes, ¡se emocionó mucho! Dijo que no había visto fotografías así en mucho tiempo.

Gerardo tenía una aspiración diferente a la Gabriel, él quería encargarse de la fotografía del cine, siempre fue muy visual, y decía que el espacio y como es tratado es tan importante como el resto de los otros elementos de la película para poder contar una historia.

— Aunque me alegra escuchar esto, creo que no es el momento de hablar de mi hermano —le respondí—. Nos vestimos o cambiamos de tema.

Se rio de mi comentario. Se puso sobre mí y dijo:

— Hay que cambiar de tema.

***

Pasamos un rato dentro de su casa para después salir a dar una caminata por un parque que estaba cerca del lugar. Nos quedamos sentados en una banca y platicamos un rato de algunos temas.

— Ahora que empiezo con el trabajo que deseo —me dijo— ¿por qué no comienzas con el que tú quieres?

— ¿Qué tratas de decir?

— Puedes comenzar a enviar tus manuscritos, Abel. —Me tomó del hombro—. Si yo puedo hacer lo que me gusta tú puedes también. ¡Ya no te esperes!

— No es tan fácil —le dije—. Tú estás comenzando desde el trabajo de alguien más para después hacer el tuyo, yo tendría que tomar lo que es mío, lo que es parte de mí, y dejar que el mundo lo vea y lo juzgue.

— ¿Te da miedo lo que puedan decir?

— Me da miedo no ser suficiente. —Era real. En muchos y muy diferentes aspectos.

— ¿Suficiente? —Me miró a los ojos—. ¿Suficiente para agradarle a alguien? Tu trabajo debe ser muy bueno. Has ganado concursos, has impresionado a la gente, tú vas a dar el discurso de graduación de tu generación, ¡¿Qué otra prueba quieres?!

— No entiendes. —Me sentía pequeño—. El trabajo de un escritor es dejar el alma y sus pensamientos en lo que hace. Cada una de las cosas que escribe, las piense o no, serán suyas. Serán el escritor. Es entregarte a ti mismo a un público que no sabes si podrá apreciarte cómo quieres que lo haga.

— Eso que acabas de decir, es totalmente cierto —dijo—. Pero también es cierto que eso mismo es parte de ti. Eres tú dejándote escuchar. Si puedes dejar hablar a tu corazón, ¿por qué no dejarlo ser libre? Si lo que escribes es por lo menos un poco de lo que hablas, ten por seguro que le cielo es tu límite.

» Es tu decisión. Hacerlo o no hacerlo. Pero no te quedes atrapado en la zona segura por temor a entrar en acción. Si resulta, excelente, sigue; si no, es un aprendizaje. Sigue también.

 Sigue también

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— Nos vemos!

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