43. CATARSIS

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Y este es el final de esta historia, la historia que tal vez ni siquiera tenga la conclusión que he esperado durante el tiempo que he escrito. Llegamos al momento culmen, la razón de que escriba esto, y mantenga ese anhelo de que llegue a ti y, por lo menos, tenga un impacto en tu interior, como el que hasta ahora ha tenido en mí.

Este es el momento en que mi verdadero yo por fin es liberado de una prisión que yo mismo le construí. Todo lo que has leído ha sido sólo para llegar a este momento, el momento en que me di cuenta de que no soy quien creí ser, y que soy el único culpable de mi equivocada identidad.

Comenzó como una visita. Regresé al que fue alguna vez mi sanctasanctórum, el lugar donde encontré por primera vez una parte de mí que no conocía, así como sucedió en esta última visita.

Hablé con quien impartió mi última clase de Conocimiento Emocional, un maestro psicólogo con un increíble talento para abrir el corazón de con quien está hablando. Tuvimos una charla muy larga donde hablamos de más temas de los que puedo contar. Fue él quien me pidió contar esta historia, y fui yo quien decidió que era el modo correcto de hacerlo. Visité su oficina unas cuantas veces antes de poder comenzar a escribir, pero la ocasión que más impacto ha tenido hasta ahora es aquella sesión donde hablamos de quién soy.

Lo dije desde hace tiempo en estas mismas páginas, las cosas que un niño aprende son las que marcarán su vida y cómo se comportará cuando sea mayor, y fue eso mismo lo que él me dijo en el momento en que a nuestra conversación llegó David, un amigo de mi infancia.

Reconozco no haber mencionado con anterioridad que pasé por un cambio de escuela cuando estudiaba la primaria, y fue completamente a propósito para dejar este detalle al final. David fue mi mejor amigo antes de que entrara a una nueva escuela, y él es también aquel amigo que mencioné que no pudo estar conmigo el primer día que mi padre me dijo "No llores, no eres niña".

Me sorprende poder recordar estos momentos con una sonrisa tan amplia como la que tengo ahora al escribir sobre él, porque fueron recuerdos que tuve enterrados durante mucho tiempo, y que jamás llegaron a mi mente después de tantos años.

David y yo éramos dos niños entonces, que, con diez años, habían desarrollado un vínculo más grande que el que cualquier adulto podría entender. Tal vez de las personas que has leído en esta historia son personas con las que digo cosas similares sobre nuestra unión, pero créeme que él y yo tuvimos algo distinto entonces. Él y yo hacíamos todo juntos, jugábamos, estudiábamos, comíamos uno en la casa del otro, siempre él y yo. Juntos en cada fiesta de cumpleaños, juntos en cada salida a un parque, juntos en museos, clases, piscinas o cualquier lugar al que pudiéramos ir. Siempre, siempre estuvimos unidos.

Repito que estos son recuerdos que sabía que existían, pero que nunca había revisitado porque estaban en un lugar oscuro dentro de mi mente, y hoy que los veo, los veo luminosos, como si el sol llegara directamente detrás de ellos y me abrazaran. Creo tener consciencia de algunos de los momentos que viví con él, y ahora que puedo analizarlos desde una perspectiva distinta, encuentro en ellos detalles que no pude ver nunca antes.

David no era solamente mi amigo. Yo quería estar siempre con él, me gustaba mucho estar con él, mucho más de lo que es usual, porque con él me sentía distinto, me sentía cómodo, sentía que podía ser quien era y no pasaría nada malo. Podría haber pasado toda mi vida con David y yo habría sido muy feliz.

En este momento, creo que se vuelve obvio que David fue el primer acercamiento que tuve con un chico, aunque entonces ninguno de los dos lo sabía, porque éramos tan sólo unos niños que no comprendían qué estaba sucediendo. Recuerdo que, cuando jugábamos, y yo lo tocaba o él a mí, encontraba una sensación de seguridad que irradiaba con tan sólo poner mi mano sobre él.

Mírame Como Te MiroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora