Ha pasado mucho tiempo desde el día que dejé de escribir esta historia porque había llegado a lo que creí que era su conclusión, cuando no contemplé que ese anterior desenlace sólo podría interpretarse como un clímax, mas no un final.
Este texto cumplió su propósito de ayudarme a mí mismo a encontrar en qué me había equivocado, y a su vez, también me ayudó a llegar hasta lo más profundo de mí, donde se escondían esos secretos inconfesables que me confundieron por tanto tiempo.
Un nuevo año comenzó y por lo menos como cierre de esa etapa en la que viví, debo dar un final, qué sucedió después, qué ocurrió cuando terminé de escribir. Creo que, dentro de mí, aún quedan latentes algunos sentimientos que este texto me provocó, y por ellos es que el final debería ser escrito.
No me siento orgulloso de esa historia anterior por todo lo que lleva en sus páginas, porque es un texto que no buscaba ser literario, porque está escrito con prisa, con desesperación y dolor, y porque fue escrito en menos de un mes y por eso no es tan bueno como otros trabajos que he realizado. Pero lo que más me molesta de él es que es mi recordatorio del día que te perdí a ti, Gabriel.
Sin embargo, esta también es la historia que me ayudó a encontrar quien realmente soy, y por eso quiero que tenga un final íntegro y honesto.
Este no comienza el día en que pedí disculpas a Karen por lo que le hice pasar. Ese día pasó casi desapercibido, ella dijo que estaba bien y que no habría resentimientos, aunque claramente se veía afectada.
El final comienza el mismo día en que terminé de escribir nuestra historia, la historia que protagonizamos tú y yo Gabriel. Ese día, en cuanto terminé, me levanté tan rápido para ir a buscarte que no me importó llegar a tu casa a pie porque no estaba pensando en eso.
El proceso de escribirlo fue doloroso, las palabras dentro del texto no describen lo que sentí y cómo lo viví, pero cada día me encontraba sufriendo. Recuerdo haber dejado de comer algunos días, y quedarme en mi cuarto encerrado algunos otros. Me dolían los dedos, la espalda y todo el cuerpo, pero sabía que seguir escribiendo era mí única opción.
Durante el proceso, con esperanzas de recibir una respuesta, llamé a Gabriel en repetidas ocasiones, mandé mensajes, notas de voz, cualquier cosa que me permitiera un contacto con él, pero nunca me contestó. Gerardo trataba de no estar molesto conmigo, pero Gabriel era su amigo, y yo lo había herido.
— Mira, Abel —me dijo una vez— no puedo enojarme contigo por esto, pero entiende que a ambos los quiero mucho, y el culpable fuiste tú.
— No me odies, Gerardo —le rogué—. No tú.
Tragó saliva, cerró los ojos y se fue.
Cada vez que trataba de hablar con Gabriel, él me evitaba, y con justa razón, pero me dolía cada una de ellas.
Por eso cuando terminé, pocos días después de iniciar octubre, me levanté y corrí a su casa, con la esperanza y el temor tratando de salir de mis ojos en forma de lágrimas, y yo conteniendo cada una de ellas. Camino a su casa, imprimí lo que había escrito, y con un cuaderno lleno de bellas y terribles experiencias llegué a la casa de ese hombre tan importante para mí.
Escuché movimientos del otro lado de su puerta, y de verdad esperaba no explotar durante los segundos en que toqué su puerta. Los segundos se tornaron interminables mientras la puerta seguía cerrada, y la esperanza se iba cada vez más. Hasta que, sin previo aviso, la puerta se abrió, presentando a un Gabriel que se veía adormilado, y que, en cuanto se dio cuenta de quién estaba frente a él, quiso cerrarla de nuevo.
— Espérame, Gabriel —sostuve su puerta—. Escúchame, por favor.
— ¿Qué más quieres? —Me miró con enojo—. Creo que tu mensaje quedó muy claro antes.
— Estoy muy arrepentido. —Comencé a llorar—. ¡Por favor! ¡Fui un estúpido! ¡Nunca debí hacerlo!
— No. No debiste. —Sonaba demasiado serio—. Y tampoco debiste venir aquí. Y ambas las hiciste.
— ¡Por favor! —supliqué—. Sólo déjame hablar una última vez.
Respiró hondo, como si quisiera tragarse el enojo de verme ahí. Me abrió la puerta por completo sin decir nada, yo avancé hacia el sillón que tantas veces compartimos juntos, él se sentó al otro lado de éste, y se sintió como una distancia mucho mayor de la que era.
— Habla —me dijo—. ¡Sé conciso!
Me quité los lentes.
— Por favor —comencé— perdóname. Sé que lo que hice fue una idiotez, y de verdad no debí hacerlo. Me arrepiento muchísimo. Créeme, en el mes que pasó, recapacité todo, tuve tiempo de pensar en lo que pasó y en lo que dijiste. Tú eres... eras —me corregí— mi novio. Y aunque estuve muy intimidado por lo que de verdad era y lo que sentía, ahora sé que siempre debí decírtelo, desde el primer momento en que tú lo dijiste. Te amo, Gabriel. Y sé que tuve oportunidad de decirlo antes y no lo hice, pero fue porque era por mi propio miedo a aceptar quien realmente era.
— No sé qué decirte, Abel. —Se puso de pie—. De verdad me heriste.
Me levanté también.
— ¡Ya sé! —Me puse cerca de él—. Pero, ¡de verdad! Hablo en serio cuando digo que estoy arrepentido. ¡Lo lamento demasiado! —llevé mi mano a mi hombro como si este mi ayudase a mantenerme en pie.
Él la miró.
— Necesito saber por qué lo hiciste.
Me congelé. Toda esa información ya estaba dentro de mí, y no había más que ocultar para nadie, pero las palabras que dijera en ese momento no lograrían hacer entender lo que necesitaba que entendiera.
— Nunca fui muy elocuente al hablar —le dije— y aunque éste no es para nada mi mejor trabajo, porque no lo he revisado y está escrito con mucha prisa, puede ayudarte mucho. —Saqué de mi mochila el impreso de nuestra historia—. Hice esto para ayudarme a mí mismo a aceptar que te amo. Y que, como todos dijeron, en realidad soy gay. Es lo que soy.
Se rio irónico.
— ¿Esperas que lea otra de tus novelas después de lo que pasó?
— No —le respondí, firme—. Espero que leas la parte más oculta de mí. La que siempre estuvo ahí pero nunca dejé salir. Cuando te dije que los escritores dejan su alma en sus escritos, no estaba mintiendo. Y nunca fue más verdad como ahora lo es. Esto es nuestra historia. Es lo que somos. Cómo empezó, cómo acabó. Y junta todo lo que pensé y sentí por ti. Todo lo bueno y lo malo. Esto... —me corté buscando las palabras—. Esto soy yo.
Entonces tomé su mano y la puse en mi hombro remplazando la mía, pero no se sentía igual. Era lejana, como su mirada. Gabriel veía fijamente el impreso, meditando. Presionó la mano que estaba en mi hombro, y luego la retiró, dejando una helada sensación en su ausencia.
— Lo leeré —dijo sin mirarme—. Lo leeré, pero no te estoy garantizando un perdón después de esto.
Lo miré fijamente. Las lágrimas picaban en mi cara. Él se veía consternado, pero tomó el impreso entre sus dedos. Me miró, no dijo nada. Y después de una profunda inhalación dijo:
— Vete, por favor —se puso el impreso en el pecho—. Lo leeré, pero vete ahora.
— Nos vemos!
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Mírame Como Te Miro
RomanceAbel no esperaba que Gabriel se convirtiera en alguien tan importante en su vida, mucho menos porque no se imaginaba que se enamoraría de él del modo en que lo hizo. Los sentimientos de Gabriel fueron notorios, y por eso decidieron comenzar una rela...