XVIII

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―Anda, ya despierta...

La voz de Enid en su oído la fue devolviendo a la realidad. Sin abrir los ojos, profirió una queja, sólo para demostrarle que ya estaba consciente. Enid, apoyada en un brazo a su lado, le tocaba la nariz con la punta del dedo, subiendo hasta su frente y bajando por sus pómulos, para después recorrer la línea de su mandíbula. Sonriendo, se acercó nuevamente a su oído.

―Ya despierta, no quiero que se nos haga tarde.

Finalmente, Wednesday resopló, antes de abrir los ojos y girar ligeramente su cabeza, hacia donde la chica con la pijama de colores estaba recostada a su lado.

―Recuérdame por qué no te he asesinado...

Como respuesta, Enid simplemente soltó una risita antes de acercarse a ella y darle un beso en la mejilla. Acto seguido, se levantó de golpe para caminar hacia la maleta de color rojo colocada cerca de la cama y comenzó a sacar la ropa que usaría aquel día.

De mala gana, Wednesday se incorporó, quedando sentada con los brazos aún sobre el pecho. El sol se alcanzaba a filtrar entre las cortinas desgastadas de su habitación. Con lentitud, recorrió de un sólo vistazo el espacio entero. En un rincón, la rubia estaba en cuclillas, parloteando frente a la maleta. Más hacia la derecha, descansaba otro montón de maletas y valijas, algunas de colores chillones, otras en escala de grises con los bordes erosionados por la antigüedad. Finalmente, en el escritorio junto a la puerta descansaba el estuche de la máquina de escribir, listo para ser cerrado junto con un montón de hojas nuevas. Wednesday salió de la cama, pisando con los pies descalzos la madera.

―¡No puedo decidir qué usar! ―se quejaba Enid, mientras que Wednesday, en silencio, tomaba la pila de ropa que había ordenado pulcramente la noche anterior sobre la silla del escritorio y se dirigía hacia el baño de su habitación, dejando que la chica lobo siguiera murmurando.

Al entrar al baño y prepararse para una ducha, no pudo evitar fijarse en las tres largas cicatrices que cruzaban de forma diagonal sus costillas, la inferior llegando casi hasta su vientre. Las rozó con los dedos, pero el dolor ya había desaparecido. En su mente, mientras miraba al espejo, revivía aquella noche en que Enid la había atacado y había estado a punto de morir. Ahora, en aquel día tan impregnado de luz y del aroma de Enid en todas sus posesiones, parecía que ese día había ocurrido años atrás, a pesar de haber pasado no más de tres semanas. Wednesday no pudo evitar una mueca de satisfacción al comprobar lo bien que le combinaban aquellas violentas cicatrices en la tersa y pálida piel de su anatomía. Los moretones, lamentablemente, se habían desvanecido mucho antes. "Una pena", había pensado, "con lo mucho que me agradan los hematomas".

Se deslizó con cuidado en la bañera y cerró los ojos, cubriéndolos con un paño húmedo. Así, en el momentáneo silencio, dejó que sus recuerdos de los últimos días divagaran.

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―¡Wednesday! ―había exclamado Enid al ver a la chica despierta. Sin pensarlo dos veces, se inclinó hacia ella para abrazarla, con lágrimas en los ojos. La pelinegra resistió un par de segundos aquel brusco ataque a su espacio personal, pero el dolor que le atravesó el cuerpo la hizo quejarse, por lo que Enid la soltó inmediatamente, recordando la fragilidad de su estado actual ―Lo-lo siento mucho... ―fue todo lo que alcanzó a decir antes de romper en llanto, inclinada sobre ella.

―¿Por qué lloras? ―preguntó la más pequeña y aún pálida chica. Enid se separó de ella limpiándose las lágrimas con las mangas de su sudadera y se miraron a los ojos. La rubia intentaba recuperar el control sobre su voz, así que fue Wednesday la que habló ―Ya todo terminó, ya estoy aquí... ―con mucha delicadeza trazaba sobre el rostro de Enid suaves caricias con su mano fría, mientras ésta cerraba los ojos ante el roce y besaba la palma de su mano.

Snap Twice | WenclairDonde viven las historias. Descúbrelo ahora