V

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―Me parece algo te carcome por dentro, hija mía. Y, a menos que sea un parásito de proporciones especialmente anormales que demanden extraerlo y guardarlo para el recuerdo, temo que no son tus demonios y remordimientos comunes... ­―la voz de Morticia interrumpió el ensimismamiento en que Wednesday se había sumergido. Al volver a la conciencia, notó que la luz del día se había desvanecido hasta casi desaparecer. Girando el cuello, con la espalda recta y las manos sobre el libro en las rodillas, dirigió una mirada a su madre, quien le dedicaba una enigmática sonrisa. Volvió la vista al frente y pasaron un par de minutos en silencio antes de que alguna palabra saliera de su boca.

―Aunque sería lo correcto compartir la diversión de la angustia emocional que me mantiene ocupada, madre, no sé si me encuentro lista para expresarla en voz alta. Nombrarlo solamente lo hará real y no me siento con la capacidad emocional aún para responsabilizarme por ello.

Morticia asintió, silenciosa, aún con la sonrisa en su rostro. Dirigió su vista al mismo punto que su hija y guardó silencio a su lado.

―Sea lo que sea, Wednesday, tiene que ser realmente importante para tenerte en la futura lápida de tus propios padres y no estar disfrutándolo. ―La chica no respondió, así que su madre continuó. ―Lo que te pasó recientemente fue sin duda una experiencia... peculiar. Las consecuencias de los acontecimientos de esta índole pueden afectarnos de maneras que un Addams no siempre logra entender con facilidad. ―Morticia se levantó sin hacer el mínimo ruido, tal y como llegó. ―Por suerte, siempre tendrás el consejo de todos los Addams. Vivos o muertos ―acarició con el dorso de la mano la mejilla de Wendesday. ―La vida de un Addams puede ser... solitaria.

Wednesday se quedó aún un momento más después de que su madre se retirara. Efectivamente, la corriente de sus pensamientos abordaba la orilla de la soledad. Se sentía profundamente sola en ese momento, acosada por recuerdos aleatorios de las últimas noches que había compartido con Enid. La parte más racional y predominante de su cerebro insistía en pasar por alto las chispas de la memoria en cuanto saltaban, pues tenía la experiencia y el autocontrol para dejar que el tiempo, la distracción y unas cuantas horas de excavación de tumbas desterraran pensamientos intrusivos. Sin embargo, surgía un irritante ruido blanco en el fondo de su cráneo, insistente y cada vez más alto, empujando a la superficie las pequeñas partículas de cosas que se esforzaba por no dejar pasar.



Wednesday bajó solamente un tramo de las escaleras antes de detenerse, mirando al suelo. Despacio, incapaz de sostenerse, se sentó en el último escalón y abrazó sus rodillas, permaneciendo en esa postura por un tiempo que no supo determinar. El pecho le dolía con cada aliento que tomaba y sentía un ardor en los ojos que la estaba obligando a tallarlos. El esfuerzo que hizo por matar en su garganta un incómodo sollozo fue titánico, parpadeó frustrada, limpiando con impaciencia y ¿enojo? la insultante lágrima que había tenido la audacia de escapar. ¿Qué le estaba pasando? ¿Qué clase de vulnerabilidad había desencadenado el río incontrolable que le ocasionaba aquella agonizante opresión en las entrañas (y que, para colmo, ni siquiera pertenecía a la agonía física o mental que acostumbraba provocarse en sus ratos de ocio)? Soltó un resoplido al ponerse de pie y continuar su camino hacia abajo.

―¿Wednesday? ―la voz de Enid llegó a sus oídos, pero era lo que menos necesitaba en ese instante de ridícula vulnerabilidad. No se sentía capaz de enfrentarse a Enid hasta haber disecado aquella persistente molestia tal y como había disecado a las ardillas en su cumpleaños. ―Wednesday, por favor espera... ―la chica lobo la alcanzó en las escaleras tomándola por la muñeca. De inmediato ambas recordaron el mismo gesto de la noche anterior. Wednesday se giró sobre sus talones quedando de frente a la chica, levantando ligeramente la mirada, al ser Enid un poco más alta. Ésta instintivamente se miró los pies, aún tenía los ojos llorosos y Wednesday lo notó. ―No fue mi intención que vieras...―

―No tienes nada que excusar, Enid. Ajax estaba ahí porque se preocupa por tu bienestar ―al decir esto, sintió unas terribles ganas de rozar su rostro con los dedos, apartando el mechón de cabello que cubría las heridas. Tenía un cosquilleo en la palma de las manos cada vez que le miraba el rostro, como si quisiera colocárselas encima y sanar sus heridas, secar sus lágrimas y devolverle el color que tanta falta parecía hacerle a la habitación en general. Su mirada recorrió el surco que separaba su ceja y cruzaba hasta la mejilla, dejando que luego se desviara a la punta de su nariz, para pasar a sus labios... Apretó los puños, incapaz de retirar la vista con el estómago encogido. De pronto se dio cuenta de que había dejado de respirar.

―¿Por qué siento entonces que sí? ―las lágrimas por fin salieron. ―¿Por qué, desde que me transformé, siento el enorme impulso de quedarme así y asegurarme de que nada te toque, se te acerque, te mire? ―levantó la mirada, chocando con los oscuros ojos de Wednesday, tomándola completamente desprevenida. ―¿Por qué? No como, no duermo, no quiero perderte de vista... ―el llanto interrumpió su discurso y la pelinegra sintió los latidos de su corazón amenazando con acelerarse tanto que terminaría causándole un infarto.

―Enid... ― Wednesday susurró, apenas como un suspiro. Miraba fijamente las lágrimas rodar por el blanco rostro y desviarse en aquellos surcos de carne abierta. ―por... favor....

―¡¿Por qué, Wednesday?! ¿Por qué sólo respiro paz si te siento cerca, aún con esa aura maligna y medio muerta que arrastras tras de ti? ¿Por qué ­―un sollozo se atravesó en sus palabras ―por qué siento que estás arrastrando fragmentos de mi corazón al salirte así por esa puerta?

―Basta, Enid...

―¡¿Por qué me haces sentir como un cachorro y un lobo al mismo tiempo?! ¡¿Por qué me duele el cuerpo con la necesidad de abrazarte en este momento para que no te vayas?! ¡Para que no me dejes! ¡Para tener en mí el aroma que dejas! ¡Para―

El pálido dedo de la chica Addams recorrió su mejilla, dejándola helada de pies a cabeza, con el llanto atascado detrás de la lengua. Los ojos de Wednesday le acariciaban el rostro sobre la piel que su dedo iba dejando atrás. Enid sintió cómo se erizaba cuando el lento recorrido llegó hasta sus labios, donde dibujó con cuidado el contorno.

―Wed...―

Ambas se miraron a los ojos en ese instante congelado en el tiempo y la más pequeña dio un paso al frente, cortando la distancia entre sus cuerpos.



Las primeras gotas de lluvia recorrieron su rostro impasible y no fue hasta que estuvo empapada que, soltando un profundo suspiro, abrió los ojos, se puso de pie y volvió a casa. Dejando húmedas marcas en el suelo empolvado de madera, subió hasta su habitación. Iba tan concentrada en sus pensamientos que no se detuvo a curiosear en la habitación de Pericles al escuchar los quejidos apagados de su tío Fester y las risitas infantiles de Pericles, junto con el zumbido eléctrico tan característico y familiar de la silla eléctrica que los tres habían construido en el tercer cumpleaños de su hermano. Cerró la pesada puerta de madera lo más silenciosamente que le fue posible y se desprendió de su abrigo mientras caminaba a su cama, dejándolo, escurriendo a los pies de esta. Se sentó con las manos sobre las rodillas hasta que se animó a estirar el brazo hacia el cajón. Decidida, tomó el teléfono y volvió a encenderlo. Mientras esperaba, pensaba con algo de culpa en la tajante forma en que había cortado la conversación la noche anterior.

"Buenas noches."

Leyó el último mensaje recibido varias veces antes de escribir uno nuevo.

"Enid, tenemos que hablar."

Snap Twice | WenclairDonde viven las historias. Descúbrelo ahora