No te vayas.

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Peter se asoma a la ventana y espera. Camina en círculos alrededor de cuatro baldosas y presiona fuerte los hilos que sostienen los globos de colores. Pierde un poco de tiempo leyendo los títulos de los folletos que están en un estante hasta que dos enfermeros le piden permiso para poder arrastrar una camilla vacía. Esos mismos dos habían pasado anteriormente llevando a un paciente que usaba respirador. Quiere creer que tan solo lo derivaron a otra sala. Necesita creer que son más las veces que la gente se salva. El movimiento en el pasillo de la clínica es constante. Puertas que se abren y cierran. Pacientes que esperan sentados y otros desesperan. A veces el silencio, otras veces el llanto. A veces los abrazos entre familiares, otras veces la angustia en soledad. Siempre había sentido una afición grande por los hospitales, por la ciencia, por los cuerpos, por hallar las curas. Consideraba que la vida nacía allí y moría también allí, y en el medio solo se trata de supervivencia. Pero hacía diez meses que prefirió cambiar de carrera.

Sacude la mano en son de apuro cuando ve a Candela, Eugenia y Agustín salir del ascensor al final del pasillo. Ellas dos corren resbalando las suelas de las zapatillas en las baldosas y él trota detrás equilibrando con una torta. Se saludan contentos y rápidos. Piden disculpas por retrasarse y aprovechan a preguntarle si tiene cambio porque le deben plata al taxista que sigue esperando en la calle. Una doctora les pide que bajen la voz porque no es el lugar. Ellos la obedecen tímidos y ella, con las manos escondidas en los bolsillos de su ambo, los observa atolondrados, muy jóvenes, luchando para que la torta no se caiga, los regalos no se rompan y los globos de helio no se escapen. Esboza una risa porque los conoce hace, básicamente, diez meses. Y hoy es un día especial. Más que todos los anteriores.

—Buenas tardes —Candela canturrea cuando abre la puerta de la sala.

Lali aparta la cara del sol que entra por la ventana y le golpea en los párpados. Sonríe cansada, con los labios quebrados, mostrando los dientes, cuando los ve.

—¡Feliz cumpleaños! —gritan a coro.

—¡Sh, boludos! —los calla. Eugenia se tapa la boca y Agustín esconde la cara detrás de la torta.

—¡Qué los cumplas feliz...! —Peter empieza a cantar y el resto se aúna con aplausos—. ¡Que los cumplas feliz, que los cumplas Lala, que los cumplas feliz!

—¡Bravo! —Candela chifla y Lali expulsa una carcajada que le duele en la garganta.

—Son unos tarados. Gracias —y logra extender el brazo que no tiene intravenosa para que de a uno se acerquen a saludarla—. Creí que iban a venir más tarde.

—Yo no puedo porque entreno —explica Agustín después de abrazarla y hacerle un mimo en la frente—. Y las chicas también están complicadas, pero teníamos que venir. ¿Cómo estás?

—Siempre en mi mejor momento —y deja caer la espalda sobre los almohadones. Después exhala y les sonríe para que le crean—. ¿Esa torta es real?

—Sí.

—¿Son conscientes de que no puedo comer?

—Hablamos con tu doctora y nos dijo que un poquito sí —Peter se sienta en el extremo de la cama, cerca de sus pies—. Pero tiene que ser dos horas antes de la quimio, así que es ahora o nunca.

—Creo que prefiero guardarla para más tarde. ¿Ustedes como andan?

—Bien. ¿Pero vos como estás? —Eugenia ata los globos en el respaldo de una silla—. ¿Los médicos dijeron algo nuevo? ¿Cómo dieron los análisis? ¿Disminuyó el tumor?

—Hablo mucho y todos los días de mi cáncer, así que me gustaría escuchar sobre vidas más mundanas y un poco más felices.

—Bueno... —Agustín carraspea—. Con mi equipo clasificamos en cuartos para el torneo nacional y me eligieron como mejor compañero.

HISTORIAS MINIMASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora