Antes que nunca.

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La profesora de matemática dibuja gráficos lineales en el pizarrón mientras explica la nueva función. El aula está en silencio. Algunos conversan del tema en susurros explicándole a su compañera de banco cómo llegaron al resultado y otros prefieren hacer caso omiso jugando con las lapiceras o mirando los celulares a escondidas. Olivia está sentada en el tercer banco de la fila del medio. La cabeza la apoya en un codo y con la otra mano usa un lápiz para dibujar exactamente lo que expone la profesora. Le es suficiente con escuchar y no quiere mirar porque quiere llegar al mismo dibujo por voluntad propia. Y sonríe cuando lo logra. Se dispersa un instante cuando ve un bollo de papel caer a su lado. Lo mira de reojo y lo empuja con el codo, tirándolo al suelo. Diez segundos después, otro bollo cae encima de su carpeta abierta, entre las hojas perfectamente escritas con lapicera y las palabras importantes subrayadas a color. Resopla y distingue una risa divertida que viene del fondo. Veinte segundos después, un nuevo bollo la golpea en la cabeza. Deja de escribir y apoya la lapicera violentamente sobre la mesa. Carmela, su amiga y compañera de banco, le llama la atención. Olivia gira el cuerpo, logrando un movimiento en el pelo que se desliza de los hombros hasta caer por la espalda, y mira al foco del problema. Vicente, quien se sienta detrás de ella, apoya la cabeza en el banco y continúa escribiendo en esa posición, para que ella pueda ver a Joaquín que está más atrás.

—Estaba llamando a Carmi —dice con una media sonrisa.

—Apuntas bastante mal como para ser jugador de básquet.

—Soy amateur. Puedo equivocarme —y le tira otro que le golpea en la frente. Olivia cierra los ojos reprimiendo los insultos. Joaquín hace ruido con la garganta escondiendo la risa. Simón, que se sienta al lado de él y es testigo directo del enfrentamiento, deja salir libre una carcajada—. Llamala a Carmela.

—Llamala vos.

—¿Quién me llama? —pregunta Carmela porque la conversación casi que la escuchan todos. Olivia no le permite involucrarse. La agarra de un brazo y la reubica frente a sus apuntes.

—Qué ortiva que sos —Joaquín la acusa porque la ve en el movimiento.

—¿Están prestando atención o tengo que obligar a alguien a pasar al frente? —la profesora tampoco es estúpida y puede explicar la clase al mismo tiempo que percibe lo que sucede a su espalda con los alumnos.

—Sí. Joaquín tiene muchas ganas de pasar —Olivia lo manda al frente.

—Preguntame lo que quieras, profe —Joaquín es naturalmente canchero—. Soy el segundo promedio más alto de la escuela... ah no, esa es Olivia. Yo soy el primero.

—Te la dijo —le susurra Carmela.

Olivia se muerde la lengua y presiona tan fuerte el lápiz que el color de la mina parece haber oscurecido en la hoja. Peor aun cuando vuelve a sentir otro bollo golpeándole la cabeza. Ésta vez gira brusca y casi se le piantan algunos pelos del flequillo que sostiene su vincha finita de algodón.

—¿Qué querés, Joaquín? —es prepotente y más de uno detuvo lo que estaba haciendo para mirarla.

—Que llames a Carmela —insiste con una tranquilidad que la hace aumentar el enojo.

—No rompas las pelotas, flaco.

—¡La boca! —la profesora.

—Ahí voy, Joaqui —le avisa Carmela que está escribiendo rápido antes de que borren el pizarrón.

—No. Si te busca, que venga —Olivia se impone. Joaquín la mira desafiante—. Si la necesitas, llamala. No me jodas a mí.

Aunque Joaquín sepa tener el mejor promedio de la escuela casi desde que ingresó en primer año, también tiene la conducta más compleja. No por maleducado o rebelde, sino por pecar de molesto. Y su punto fuerte siempre fue Olivia —así como el de Olivia siempre fue él—. Entonces le responde tirándole con un bollo de papel mucho más grande, a lo que ella golpea con un manotazo para que no llegue a impactarle. Mueve la silla y el banco para levantarse feroz —y también mueve a Vicente que sacude la cabeza—. Agarra el bollo y da dos pasos largos hasta Joaquín queriéndole meter la pelota de papel en la boca. Él intenta sacársela de encima, pero ella tiene muchas clases de boxeo a su favor como para saber cómo trabarle las piernas y los brazos. Ante el tumulto de los demás que vitorean como espectadores de una lucha libre, la profesora intercede y sucede lo que sucede una o dos veces a la semana: Olivia y Joaquín a dirección.

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