Solos

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Tus aplausos se acoplan a lo del resto del público que está atento a la artista que, desde arriba del escenario y sentada en una butaca, canta una de las canciones de su nuevo álbum. El espacio es pequeño y agradeces que haya una barra en la que refugiarte del gentío que te agobia y también en la que acodarte porque ya no estas para esos trotes de quedarte parada más de una hora sin que te empiecen a molestar las rodillas. Ésta otra canción no la conocés así que grabas un poco con el celular para compartirlo en instagram. Te tomás el tiempo de elegirle un filtro, de ajustar el audio, de marcar la ubicación, etiquetar el nombre de la cantante y acomodar cada detalle para que quede simétrico. Pero un vaso de cerveza se desliza por encima de la barra y toca tu brazo impidiéndote llegar a continuar con el posteo.

—No pedí nada —aclarás y de reojo logras compartir el video en tu historia.

—Te invitaron.

—¿Eh? —no escuchás por el tumulto de música, voces, gritos y aplausos.

—¡Que te invitaron! —grita con nula paciencia y te causa gracia. La misma gracia que le causa al pibe que está sentado a pocos metros tuyo, también contra la barra.

—¿Vos me invitaste? —le preguntas.

—No, creo que el sujeto está por allá —te dice y señala con la mirada.

Buscas al muchacho en cuestión y reconoces un pequeño de pelo lacio y llovido, la piel blanca de bebé que nunca fue rasurada y un cuerpo delgadísimo donde los pantalones parecen flotar. Le sonreís agradeciéndole el gesto y levantando el vaso, pero rápidamente le das la espalda.

—Cuando se entere que tengo el doble de su edad, sale corriendo —murmuras para sí y hacés a un lado la cerveza.

—O se queda porque prefiere las sugar mommy —y el que aporta comentario es tu compañero de barra. Te volteas a mirarlo y se te escapa una risa—. Tampoco la pavada, ¿no?

—Tampoco la pavada. ¿Tomás cerveza? A mí no me gusta y no quiero tirarlo.

—Puedo hacer el esfuerzo —y estira el brazo para alcanzar el vaso.

—¿Sos conocido de la cantante? —le preguntas después de descubrir que no está acompañado y que termina rápido lo que queda de su vaso para continuar con el que le regalaste. Le agradece el barman que no parece tener un buen día y se lleva el vaso vacío.

—No. ¿Por qué?

—Como éstas solo...

—¿Y vos sos conocida de la cantante? —retruca con media sonrisa de lado.

—No. Pero yo no estoy sola, mi amiga fue al baño —aclaras y regresas la vista hacia adelante porque hay una mujer luciéndose en el escenario y ya te olvidaste. Pero ésta canción tampoco la conocés, así que volvés a girarte—. Bueno, mentira. Sí, estoy sola... pero siempre digo eso por una cuestión de cuidado.

—Entiendo. Lo sé. Más que nada porque llegué después que vos y estoy sentado acá desde el inicio —bebe de la cerveza y arruga la nariz porque no debe estar buena.

—Qué raro un hombre solo viniendo a ver un espectáculo melódico.

—Todos tenemos un secreto. ¿El tuyo cuál es?

—Que mis amigos son una mierda y por eso vengo sola —pero él expulsa una carcajada y hasta se le rasgan los ojos. Una mujer se da vuelta y los calla bruscamente, casi enojada. Asienten y piden disculpas, pero les resulta más difícil tener que contener las risas.

Cuarenta minutos después termina el show. Aplausos, ovación, saludos, más aplausos y la invitación a continuar en el bar porque recién es medianoche y la noche está en pañales. Pañales para la tercera edad que te encantaría usar cuando tu vejiga te ordena ir al baño a los diez minutos de haber encontrado la calefacción ideal bajo el cubrecama. Te quedas diez minutos más porque le estabas explicando a éste varón cuáles eran los vínculos familiares que unen a la banda con la cantante porque tu carrera favorita es el chisme. Él te escucha atento, como si estuvieras relatándole un partido de futbol de la Selección o la cura de alguna enfermedad terminal que descubriste. Pero cuando pasan los diez minutos exactos, recuperas el aire y te despedís. Él se baja de la banqueta y te dice que también va a salir porque no quiere acostarse tan tarde y porque tiene que darle la medicación a su perro.

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