Y si somos amigos.

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—¡Nos casamos!

Gritaron a la par y dejé de escuchar mi risa por el chiste en que mi hermana y cuñado se complementaban. Mi bocado de pollo frito queda suspendido en el aire a mitad de camino, pero no soy la única que está sorprendida. Él mantiene una sonrisa grande y está expectante con los brazos en alto esperando a que alguien lo abrace o le de palmaditas en la espalda ante semejante decisión. Pero si nadie avanza de inmediato es porque estamos atónitos.

—¿Están jodiendo? —pregunta mi hermana—. Yo ya no le creo a nadie cuando anuncian algo porque a la media hora se están cagando de risa.

—Es verdad —confirma Peter que todavía no baja los brazos. Y el pedazo de bocado que estaba esperando a ser digerido, se me estanca en la garganta.

—¡Boludo! —Agustín golpea la mesa con el repasador que usaba para trasladar el plato de madera con porciones de carne asada. De inmediato, va a su encuentro para abrazarlo y Peter se levanta para corresponderle.

—¡Ay, felicidades! —exclama Eugenia después de soltar la copa y abraza a Sofía con mucha alegría—. Qué lindo, qué alegría. Al fin voy a poder ponerme ese vestido que me compré en Cancún y nunca usé —agrega desfachatadamente elitista, pero Sofía se ríe con el mentón en su hombro porque pudo acostumbrarse rápido a sus aires de grandeza, a pesar de ser la última que ingresó al grupo.

Entonces el almuerzo que planee con la idea de un reencuentro después de haber estado dos meses trabajando afuera, se convierte en la celebración por la nueva boda porque sería la primera del grupo. Y hablo en condicional porque todavía la idea está en veremos. Ni siquiera puedo concebir que esté hablando en serio. ¿Peter? ¿Casarse? Nunca habló de casarse. Bueno, no de ésta manera. Y no con ella. ¿Con Sofía? Si hace menos de un año que la presentó y nunca la denominó como su pareja porque no quería apurar el vínculo, ni presionarla y tampoco desaprovecharlo. ¿Y ahora se van a casar? Pero todas mis preguntas dignas para una investigación sentimental, las interrumpe el codo de Candela cuando me golpea la oreja. Me quejo y giro medio torso para responderle a la agresión, pero ella me aparta las manos de otro sopapo y con un movimiento poco disimulado indica que me levante. Claro, es que soy la única que sigue sentada en la punta de la mesa, todavía sosteniendo esa presa de pollo que ya ni tiene ganas de ser masticada, y por ende, quien todavía no fue a felicitar a los futuros casamenteros.

Espero a que Peter se suelte del abrazo de Andrés y después toco su espalda. Su cuerpo me cubre y gira por completo para encontrarme detrás. Le sonrío con nula expresividad, como si todavía estuviese canalizando la noticia. En realidad, todavía estoy canalizando que se haya atrevido a traer a Sofía a nuestro almuerzo en el que solo participamos amigos. Sonríe contento, y sé que no lo está sobreactuando porque reconozco cuando lo está. Los ojos se le achinan y se le forman hoyuelos en las mejillas. Es como si toda su cara sonriera. Y después se inclina a abrazarme.

—Enhorabuena.

¿Enhorabuena? ¿Qué clase de felicitación es esa? ¿En qué idioma quiso expresarse mi lengua? Es como cuando alguien sufre un golpe fuerte en la cabeza, se le desconfigura el Windows y de repente pueden reconocer tres idiomas. Bueno, quizás mi cabeza también acaba de sufrir un golpe.

—Es mentira, ¿no? —hace menos de media hora que se fueron todos y Candela está en la cocina recibiendo los platos sucios que le alcanzo para lavármelos.

—¿Qué cosa?

—El anuncio.

—¿Qué anuncio?

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