Receta para querernos.

785 74 16
                                    

Cada vez que en casa suena el timbre, Aarón y Nerea saben que son buenas noticias. Puede ser el correo al que les gusta recibir porque el cartero del barrio sabe hacer sombras con las manos; puede ser la abuela que trae tortas caseras o el abuelo que trae regalos; también puede ser el delivery de comida o de helado, o puede ser algún amigo que invitaron para pasar el fin de semana. Esa locura no siempre es compartida por los padres porque el del correo trae boletas de los servicios que deben, los abuelos no suelen avisar cuando los visitan, el delivery siempre tarda más de lo que quisieran y cada amiguito que es invitado es un gran destructor de hogares. Pero ésta vez, cuando suena el timbre, la felicidad es compartida por niños y por adultos. Nerea baja de su silla alta casi tirando el plato de cereales con leche que estaba terminando de comer con su padre y se cruza con Aarón que pasa corriendo por el pasillo de las habitaciones. El papel higiénico flamea enganchado en el elástico de su pantalón dándole a entender a su madre que hace quince minutos lleva encerrado en el baño porque debía de estar jugando con el celular que le robó de la mesa de luz. Nerea le pone la traba a su hermano que cae arriba de la alfombra. Aarón larga un insulto que su padre le llama la atención desde la cocina, pero Nerea llega primera a la puerta de entrada, salta para llegar al picaporte y se cuelga para abrir. Sonríe tanto que hasta se le notan los pocitos en los cachetes al reencontrarse con Peter.

—¡Quién llegóoooooo! —Peter exagera con los brazos en alto. De una mano cuelga una bolsa llena de caramelos y chocolates. Nerea le abraza las piernas y Aarón se acerca tambaleante porque fue herido de guerra.

—Hola, tío —Aarón sube una mano y Peter le choca cinco—. Papá me compró el juego de play que te gusta.

—¿El de los zombies? Fantástico. Hoy a la noche jugamos hasta tarde.

—Lamento desilusionarte, pero tiene prohibido jugarlo —Pilar aparece en escena. Todavía viste el pijama y el pelo envuelto en una toalla—. Lo jugó una vez y terminó teniendo pesadillas.

—¿En serio, Aaru?

—Es que creo que todavía soy chiquito, tío —dice cabizbajo, con las manos en los bolsillos del pantalón, calzando sus siete pequeños años—. Pero eso no quiere decir que no me haya gustado, eh. Si hay un adulto no tengo miedo.

—Dijimos que no —ultima Pilar.

—No seas ortiva —y Peter la empuja, intentando avanzar con su sobrina menor todavía abrazada a sus piernas.

—Cuando tengas tus hijos traumalos como se te dé la gana. Te quiero un poco menos desde que me enteré que se lo recomendaste.

—¿Y para qué se lo compraste?

—Se lo compró el estúpido de tu cuñado.

—¡Es alto juego! —Nahuel lo defiende desde la cocina en la que sigue limpiando la leche que volcó Nerea. Peter lo señala a la distancia y mira a su hermana para que lo escuche como quien tiene la razón.

—Estoy cansada de los hombres —espeta después de un suspiro. Peter ríe y cierra la puerta.

Nerea sujeta la mano de Peter y lo lleva hasta su habitación. La comparte con su hermano, pero él está la mayoría del tiempo en la sala de juegos donde tiene el metegol y la PlayStation. Nerea le muestra el nuevo juego de mesa que le regaló la bisabuela y también le presenta con nombre a cada uno de los peluches que están sentados en su cama. Son alrededor de quince, sin contar los que están colgados en la pared, los que están acumulados en el cajón de madera y los restantes que están desparramados por la casa. Es que a Pilar siempre le gustaron mucho los peluches y logró que su hija también les tome el mismo cariño. Aarón llama a su tío a los gritos desde el otro lado de la casa porque quiere enseñarle algo, pero Peter no puede moverse porque Nerea lo obligó a sentarse en su sillita de madera para empezar a disfrazarlo. Mientras los chicos están entretenidos gracias a la presencia del tío, Nahuel aprovecha a darse un baño y Pilar a terminar de elegir los zapatos que se pondrá para la velada de esa noche. Hasta que vuelve a sonar el timbre y tiene que bajar a atender porque sus hijos ni lo escucharon.

HISTORIAS MINIMASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora