Un momento, todos los días, una vida.

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Son las cuatro de la tarde de un viernes de lluvia cuando Peter sale de su departamento con dos bolsas de basura y se cruza con un montón de cajas. La puerta del departamento al otro lado del pasillo está abierta y oye voces. Recuerda que hacía rato ese departamento estaba en alquiler y que la vecina anterior se había despedido del edificio con un escrache al portero obligando a la administración a tener que cambiarlo. Con una pierna retiene la puerta de servicio y tira la basura en el canasto que después tendrá que recolectar el encargado. Cuando regresa hacia su casa, el ascensor se abre y primero pasa una caja, y después el cuerpo mediano que la sostiene.

-¿Necesitas ayuda?

-No, gracias -le dice con una voz amable, pero todavía dándole la espalda. Deja la caja en el suelo, junto a las demás que arman una pila, y se limpia las manos con su mismo jean.

El pelo lo lleva arrodetado y le descubre una vincha de tela color naranja. Ella se da vuelta para continuar la respuesta del agradecimiento con una sonrisa y, si él creía que el amor a primera vista era irrisorio, en ese primer momento se deshizo del prejuicio.

-Te estoy ocupando todo el pasillo. Perdón.

-No hay problema -le dice casi en un hilo de voz-. Cualquier cosa que necesites, estoy acá -y señala su puerta entreabierta.

-Okey. Lo voy a tener en cuenta.

-¡Ma ma ma ma ma ma! -un cuerpo pequeñísimo aparece por la puerta del departamento de ella y se queja molesto cuando no puede pasar.

Ella hace espacio y cambia el tono a uno más dulce cuando se acuclilla a recibirlo. Lo levanta y él esconde la cabeza en su cuello. Después aparece una segunda mujer que, aparentemente, estaba asustando al menor y por eso ella la reta como si también fuese su madre. La segunda encuentra a Peter a la distancia y lo saluda con una mano. Él le responde el gesto y vuelve a entrar a su casa, pero antes escucha lo siguiente:

-Che, después presentalo.

-¡Sh, boluda!

Él se ríe y traba la puerta con pasador.

Las cajas de la mudanza estuvieron una semana complicando el paso en el pasillo. Fue en una reunión de consorcio que el tercer vecino con el que compartían piso se quejó con bastante ira. Nadie se lo reprochó porque es un hombre grande al que hay que acompañar más que discutirle. La administradora solo le pidió que lo converse con sus vecinos de piso y, automáticamente, Peter mira a la nueva vecina que esconde su cara de vergüenza detrás del cuerpo de su hijo que duerme con la cabeza en su hombro. Cuando la reunión se desarma, Peter aprovecha y se acerca a volver a ofrecer su ayuda. Ella acepta porque no quiere arrancar la nueva convivencia con pleitos, así que esa tarde él confirma su maternidad prematura, que debe algunas materias en la Universidad de Artes Visuales, que trabaja como profesora de arte en escuelas, además de tener un taller para la tercera edad, que a su hijo lo bautizó Azul porque es su color favorito y que se llama Mariana, pero le dicen Lali.

Lali salía de su casa todas las mañanas a las siete y media. Azul casi siempre continuaba su sueño en el cochecito, pero si no era persuadido con algun cereal o yogurt bebible para que no haga berrinches. Después volvía alrededor de las seis de la tarde. A veces sola, otras veces con su hijo. Viernes de por medio, se reunía con sus amigas y todos los domingos quedaba sola y se la notaba angustiada. Peter empezó a conocer sus movimientos así como también conocía el de la mayoría de los vecinos. Podía dar una cátedra sobre vida y obra de cada uno. Supongo que es lo que pasa cuando vivís en un edificio hace tantos años, pero con Lali era diferente porque solo mostraba la rutina diaria. Y tampoco es que está obligada a contemplar su vida frente a un montón de desconocidos, pero él tenía ganas de conocer su historia porque, en realidad, quería conocerla a ella.

HISTORIAS MINIMASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora