Diez abriles.

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8-04-2023

Los ojos de Abril se asoman por encima de la mesa del patio. Alterna la mirada entre los distintos recipientes: papitas al horno, bastones de zanahoria, tostaditas con tomate y palta, arrolladitos de jamón y queso. Escucha la voz de un adulto que se acerca y se esconde rápidamente debajo, cubriéndose con el mantel. Espera a que ese par de piernas se aleje y, según el calzado, alcanza a reconocer que se trata de su abuelo Palo. Cuando emerge nuevamente de su escondite, los ojos se le agrandan al descubrir los alfajorcitos de maicena. Son sus favoritos, esos que mamá carga con mucho dulce de leche porque se le rompió el pico de la manga. Mira a su alrededor a medida que estira la manito para sacar uno de la montaña y lo hace tan rápido que la pila de alfajorcitos se cae, pero ella se lo mete en la boca y sale corriendo porque suena el timbre.

—¡Yo abro! ¡Yo abro! —corre descalza por el pasto y escupiendo maicena porque el alfajorcito todavía no fue digerido. Peter sale al parque con una bandeja de sándwiches de miga y levanta una pierna cuando ella no pide permiso.

—¡Ey!

—¡Yo abro! —continúa, marcando bien las erres en su pronunciación y bamboleando el vestido con tules de aquí para allá.

—¡Preguntá quién es! —la voz de su madre sopla desde algún rincón de la cocina.

Abril da una vuelta alrededor de la maceta ancha, como si fuese un obstáculo en una competencia de triatlón, y después se dispersa unos segundos mirando a un colibrí que se ubica en la rosa de la ventana. El timbre vuelve a sonar y ella recuerda que había prometido abrir la puerta. Cruza por el hall, atraviesa el pasillo, busca su banquito de madera, se sube y espía por la cerradura. Reconoce el estilo de la ropa y las bolsas de regalos, entonces vuelve a correr el banquito y hace fuerza para abrir la puerta que tiene una manija redonda gigante.

—¡Hola, hola! —Candela exagera y eleva la bolsa con los regalos como personaje del Rey León. Detrás la acompañan Andrés y Eugenia con su panza de ocho meses que resalta.

—Hola —Abril queda unos segundos colgada de la manija y después los deja pasar.

—Che, ¿vos creciste? —Andrés mide su estatura apoyándole la mano en la cabeza—. Cada vez te veo más alta.

—Ya sabemos a quién no salió —comenta Eugenia que es la última en entrar y cerrar la puerta.

—Te escuché, estúpida —y Lali aparece vestida como anfitriona, con un enterito negro y peinada con una cola, pero descalza porque los dueños de casa hacen lo que quieren.

—¡Feliz cumpleaños! —Candela grita emocionada y la abraza sin soltar las bolsas, lo que una la termina golpeando en la cadera. Eugenia se acopla al abrazo, hasta donde su panza lo permite—. Espero que te guste lo que te compré porque para cambiarlo vas a tener que viajar a Filipinas.

—Ah, cerquita el local —comenta y también saluda a Andrés.

—Para vos también hay regalo, Bril —le avisa, y los ojos de Abril se emocionan.

—¿Estuviste comiendo alfajorcitos? —y Lali le saca la ficha rápidamente. Más que nada porque tiene mitad del mentón lleno de migas.

—No —dice y se balancea de atrás hacia adelante.

—¡Miente! —y el vozarrón de Peter se escucha cuando pasa de la cocina al living—. Te vi, niñita —la señala sin escrúpulos y ella se ríe a carcajadas—. No es necesario que todos se queden ahí, pueden pasar al segundo sector de la casa.

—Tía —Abril tironea del jean de Eugenia cuando el resto avanza—. ¿Tenez hambre?

—Siempre.

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