No moriremos de amor.

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Recién me doy cuenta que el techo de la sala está pintado con una réplica de Da Vinci cuando me tiran la cabeza hacia atrás. Siento las manos de mi hermana acariciándome el pelo. Pasa los dedos a lo largo para deshacerse de los nudos y un cosquilleo leve me hace tiritar el cuerpo. Mis pies descalzos reposan en una tarima en la que una mujer termina de pintarme las uñas. Dice algo de esperar un tiempo a secármelas y que después va a darle una tercera mano de brillo para que el esmalte no se corra, pero no le respondo porque tampoco me importa. El estómago me hace ruido y sé que no es de hambre porque almorcé hace menos de una hora. Cierro los ojos y me acaricio la panza por encima del camisón de seda. Estrujo la tela, como queriendo arrancármela. O como quien en la desnudez encuentra despojo.

Pocas cosas me pusieron nerviosa en mi vida. Cuando en preescolar tuve que subir a un escenario a cantar frente a toda la escuela en un acto. Cuando inventé una mentira a mi mamá para que no me rete después de que la profesora de cuarto grado me haya encontrado copiándome. Cuando dormí sola en una carpa, en medio de un campo, después de haber perdido una apuesta con mis compañeros. Cuando empecé el secundario, porque mi mejor amiga se había mudado de país. Cuando di el primer beso obligada al haber sido la única que todavía no había tenido la experiencia. Cuando empecé la facultad. Cuando mis papás se divorciaron. Cuando tuve la primera entrevista laboral y vomité sobre el cuaderno del de Recursos Humanos. Cuando conocí a quien creí el amor de mi vida porque le volqué una jarra de limonada en el pantalón y cuando, dos años después, me propuso casamiento. Pero cuando hablo de nervios, hablo de miedos. Hay dos clases de miedos: el que nos paraliza porque sabemos que estamos poniéndonos en riesgo, no solo físicamente; y el miedo que nos provoca espasmos (de felicidad), pero que solo duran pocos minutos porque es la ansiedad recreándonos escenarios hipotéticos que siempre están alejados de la realidad que vamos a vivir. Los ejemplos mencionados antes, pertenecen a ese primer tópico. En el segundo tópico, tengo el resto de mi vida. Incluso también la sensación de éste momento.

Mi hermana hace sombra cuando se ubica en frente, entonces me reincorporo. Estudia mis facciones, como quien es capaz de deducir lo que pasa. Le sonrío para que no perciba lo que en realidad vengo reprimiendo hace días —o quizás hace meses.

—¿Estás bien?

—Sí —asiento—. Voy a tomar algo.

Y me olvido por completo de quién termina de hacerme las uñas de los pies. Al levantarme, el pincel se le resbala y mancha la tarima y también un poco de su mano.

A las ocho y media de la noche, nos encontramos en la esquina del Luna Park con mis hermanos. Candela llevó a su novio y Agustín se retrasó diez minutos porque salió más tarde de la facultad. La calle estaba cortada, mucha gente hacía colas esperando a tener la orden para entrar por las diferentes puertas del estadio y los vendedores ambulantes enloquecían para obtener una buena ganancia. La poca plata que me había dado mamá, la gasté en una remera de Ricardo Mollo y en una botella de agua. El resto de los antojos corrieron por cuenta de Candela y Agustín por ser los más grandes y tener empleos. Estaba muy emocionada porque era mi primer recital de rock y cuando nuestro tío nos consiguió entradas, los tres aceptamos de inmediato. Papá también era fanático de "Divididos" pero prefirió que vayamos nosotros, y mamá les pidió a los más grandes que me cuiden porque en ese momento todavía no había cumplido los dieciocho y me faltaban tres meses para terminar la escuela. Candela me sostenía de la mano como la adulta responsable, aunque había dos años de diferencia, y después me golpeó con la botella de agua cuando me separé en la abertura de puertas. Agustín también me retó amenazando con sacarme a upa del estadio. ¿Cuánto podía obedecer en la vorágine de un recital de tal magnitud? ¿Acaso no es eso lo que enseña el rock? Pero no iba a discutirles porque también sabía que él sería capaz de cumplir con su palabra.

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