Cuarenta y uno

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Al día siguiente me levanté decidida y fui a visitar a Picante, entré a la recepción y pregunto por él, la chica de coleta me mira algo preocupada.

—Él, murió.

—¡¿Qué?!, ¡no!, no puede, ¡usted está loca!.

Grité y corrí hacia donde se encontraba su habitación, y era cierto, solo estaba su camilla vacía, y su gorra verde sobre ella.

—No puede ser, esto no puede estar pasando—sollocé sobre su camilla.

 —¿Buscas a Alexis?—una voz me habló, era el doctor.

Asentí, y él se sentó en el sillón azul.

—Decidió morir, si quieres verlo, pues, aún le quedan unos segundos de vida, no te ve, pero escucha lo que dices.

Yo me paré y llorando le supliqué que me llevara.


El doctor me llevó muchos pisos abajo y entramos en una especie de "laboratorio", donde estaba Picante en una camilla, con los ojos cerrados, pero aún respirando, el doctor nos dejó solos.

Y yo me senté a su lado, apretándole la mano.

—Picante, soy Javiera, sé que no he venido a verte durante un tiempo, sé que sonará raro, pero fui a Inglaterra con Jose Ph para buscar dinero para ayudarte, maté a su padre y volví para ayudarte, pero, al parecer, ya es demasiado tarde, porque ya tomaste una decisión—dije llorando a más no poder—lamento no haber estado contigo ni darte una oportunidad, tú te merecías más que esto, y si sirve de algo para que mueras feliz, quiero decirte que te quiero, ¡te quiero mucho!—exploté en llanto.

Y comencé a sentir que me apretaba la mano con fuerza, creí que pasaría como en las películas emotivas en las cuales lloras y el chico despierta, pero no, no fue así. Me quedé llorando sobre su regazo, mientras su mano se hacía cada vez más débil contra la mía, hasta que se fue, se fue, para siempre.


¿Te quedarías conmigo?©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora