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୧narrador omnisciente୨
Era sabido que aquel hibrido de paro coqueteaba con ambos castaños.
Pero ningún sabia más que aquel trío de amigos, que aquellos coqueteos habían pasado a algo más aquel viernes.
⊱⊰
Tarde, dando casi a la noche, aquel trío se hallaba en una cueva hablando de cosas sin importancia, entre eso uno de los tantos chistes subidos de tono del peli-negro apareció.
Luzu y Sapo Peta rieron a lo bajo, viéndose con miradas divertidas. Hace tiempo aquel azabache les coqueteaba a los dos, sin importar si el otro estaba presente, ambos habían caído ante los encantos, y en eso idearon un plan.
En un momento a otro, donde ya estaban en lo más profundo de la cueva, Sapo Peta se encargó de tapar alguna salida, matando a todo monstruo que este cerca.
Luzu se acercó a Quackity, tomándolo entre sus manos posando estas mismas sobe su cadera, acercando su rostro para plantarle un suave beso.
Quackity dio un jadeo de sorpresa, permitiendo así que su lengua baile junto la del oji-rubí.
Siguieron un tiempo así, justa que el azabache pudo sentir un frote entre su trasero y seguramente el miembro del castaño mayor. Jadeos eran ahogados ante aquel beso que con cada segundo incrementaba el calor.
La ropa empezó a restar, y tal y como el calor subía, la cordura del trío bajaba.
Los besos bajaron al cuello, mientras que su miembro empezaba a ser estimulado dando con un vaivén rápido generado por el oji-rubí.
El mayor tomaba la cintura del azabache, frotando su pene con la entrada ya mojada por su pre-semen con anterioridad, los gemidos no hicieron esperar, menos cuando sintió como aquel miembro entraba dando embestidas lentas pero fuertes, dando un movimiento constante volviendo loco al menor. Este arañaba la espalda del emo, manteniendo los ojos en blanco y la lengua afuera, mientras que de la comisura de sus labios salía saliva.
Sus gemidos aumentaron, más al sentir como el miembro del oji-rubí era frotando junto al suyo, mientras su interior era utilizado de manera brusca y salvaje, enredando sus brazos al rededor del cuello del oji-rubí mordía su hombro queriendo detener sus gemidos sin logró alguno.
Llegó al orgasmo, manchando su abdomen y el del castaño, seguido del mayor y del oji-rubí.
Los tres cansados se pusieron su ropa, quedando en la casa del oji-rubí.
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