Prólogo

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El tiempo... es algo curioso.

Cuando quieres que pase más lento, parece ir más rápido. Y, cuando necesitas que avance con velocidad, los segundos se vuelven eternos y cada espera es un tedioso lapso que debemos soportar. Supongo que todos tenemos una perspectiva diferente sobre lo cruel que puede ser el tiempo. A algunos los ayuda, a otros los condena y a muchos los deja olvidados, ensañándose con ellos y demostrando que es un ente imparable y frío que nunca se detendrá por nadie.

En estos instantes, el tiempo estaba siendo cruel con el hombre que se encontraba atado a una silla en un galpón dominado por la mafia. ¿Por qué? Tal vez... por la forma en que está siendo torturado, por los dolores que le acomplejan o los reiterados golpes que recibe por parte de Aleksander Vólkov.

El tipo escupe sangre, su vista es borrosa y su apariencia es lamentable. Su nariz se ha roto, le faltan varios dientes y está seguro de que algo dentro no funciona como debería. Suelta un jadeo frente al puñetazo que le clava Aleksander en la costilla.

El ruso, consumido por la ira, lo toma por el cuello de la camiseta y lo obliga a verlo.

—Trabajaste para ellos —sisea, desbordando enojo y furia—. Dime lo que sabes.

—Yo no... n-o sé nada, señor. Lo juro —lloriquea el hombre, sin poder resistir la paliza que le propinan—. Hice... unos simples trabajos. Nunca s-se nos... brindó información adicional o extra que... no fuera sobre ellos. No sé nada.

—¿Me estás diciendo que llegaste y aceptaste el trabajo de simples desconocidos sin exigir nada?

—La mujer... era confiable y... necesitaba esas armas...

—No te creo —lo soltó con desdén, enderezándose. Su pecho subía y bajaba por la acelerada respiración que poseía, su cabeza palpitaba por el dolor avasallante que experimentaba y la rabia lo tenía al borde del colapso. Revisó sus nudillos heridos y sangrantes, no les prestó mayor atención y volvió la vista a su víctima—. Hace tres años, trabajaste para la mafia italiana en una emboscada a tres personas. Se llevaron a una y dejaron a dos. Desaparecieron después de eso. ¿Qué ocurrió?

—¡No lo sé! —vuelve a gritar, desesperado—. ¡Nos durmieron y, cuando despertamos, estábamos dentro de un galpón con las cajas de armas que nos prometieron! No vi qué sucedió con las víctimas.

—¿Y con los líderes? Dos italianos, uno más joven que el otro.

—Juro... juro que no tengo idea de qué pasó con ellos. Nunca nos volvieron a contactar. El trabajo para nosotros acabó ahí. No se nos informó de lo que harían y no escuchamos nada, ni siquiera intercambiamos más de diez palabras con ellos.

Aleksander maldijo con frustración y se pasó la mano por el cabello.

No conseguiría nada con este idiota. Era evidente que no tenía idea del paradero de la mafia italiana o... de la chica a la que buscaba. No hallaba ni una sola pista, y eso lo tenía mal desde hacía tiempo.

Otra vez, estaba en un callejón sin salida.

—Bien, te creo —el tipo cerró los ojos con alivio y comenzó a susurrar agradecimientos hacia el ruso al escuchar esas palabras, pensando que lo dejarían ir. En ese preciso instante, Aleksander sacó una cuchilla de su manga y se acercó al sujeto—. Sin embargo, fuiste parte de eso y de lo que ahí ocurrió. Ayudaste al ataque a esas personas y... los hirieron. Y cualquiera que le haya puesto una mano encima, lo paga con su vida.

Sujetó el mentón del tipo, que imploraba piedad y trataba de alejarse del ruso, sin conseguirlo debido a la fuerza de éste. Aleksander acercó la cuchilla a su boca, y llevó a cabo una tortura cruel y sangrienta, cortando la lengua de su víctima, los párpados, los labios, las mejillas y... varias otras partes de su cuerpo.

Asfixia [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora