Capítulo 10

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Scarlett

—¡Gancho izquierdo, abajo, gancho derecho y te cubres!

Dicto las indicaciones de modo que Taddeo sepa cómo actuar y de qué forma hacerlo sin romperse algún hueso. El chico se esfuerza en hacerlo rápido, pero a veces se confunde, eso lo retrasa y acaba en el suelo, con una expresión de frustración.

Justo como ahora.

Ambos estamos en el gimnasio, practicando algunas técnicas para el gran día. Han pasado un par de semanas desde que perfeccionamos nuestro plan maestro. Queda poco tiempo para llevarlo a cabo y creo que saldrá bien. Hemos estado entrenando, aprendiendo cosas nuevas, cuidándonos y escondiéndonos. Me pone contenta anunciar que ambos hemos subido de peso, recuperamos masa muscular y tratamos de llevar una dieta correcta y apta para nosotros. No solo se trata de aprender a pelear o disparar, sino de lograr un buen estado físico que nos aliente a continuar, en vista de que sé que Teddie decaía cuando se veía a sí mismo en el espejo.

Ahora estamos un poco mejor.

Una capa de sudor me cubre, mi cabello se pega a mi frente y me arden algunos músculos. Taddeo continúa en el suelo, destrozado y con su pecho subiendo y bajando del cansancio. Hay algunos hematomas en su abdomen, a parte de las cicatrices que a los dos nos empapan, revelando el infierno al que sobrevivimos.

—Te falta velocidad —aviso, un tanto agotada—. La velocidad es incluso más importante que la fuerza. De nada sirve que golpees fuerte si eres lento. Eso le dará a tu oponente el tiempo necesario para responder o protegerse, actuando en contra y dejándote contra las cuerdas. Confía en ti. No dudes.

—E-es que... me canso... rápido —explica, con los brazos estirados a los lados y los ojos cerrados—. No hice... ejercicio en... 3 malditos años.

—Yo tampoco. Ya te acostumbrarás y mejorarás tu resistencia a medida que entrenes con frecuencia —me enfocó con molestia e indignación ante esa última frase—. ¿Qué? ¿pensabas que practicaríamos en esta ocasión y nada más? No, cariño. En este mundo, debes estar con la guardia alta y en alerta todos los días. No paramos.

—Quiero... una hamburguesa.

—Tal vez otro día.

Le extiendo la mano y él, rodando los ojos, la toma, poniéndose de pie. Volvemos a adoptar una postura defensiva y empiezo a dictar órdenes otra vez, analizando sus movimientos y su agilidad. Falta perfeccionar una que otra técnica, no es nada grave. En armas se maneja casi a la perfección, la tecnología la ha estado dominando estos días y es un jodido maestro en crear y desarmar armas. Lo hace con una rapidez impresionante hasta para mí.

Creo que estamos listos para comenzar el plan.

Me muevo con avidez de modo que genere presión en Taddeo. Al chico se le enredan los pies más de una vez, como si no pueda hacer varias cosas al mismo tiempo y necesitara pensarlas. Lo detengo en una postura, se la corrijo o podría lesionarse de gravedad y luego proseguimos. Me agacho para evitar una patada, le felicito cuando noto que la hace mucho mejor que hace días y acabo dándole un puñetazo en el instante en que se distrae.

Cae de rodillas, tocando su mandíbula con angustia.

—¡Auch! —exclama, con el ceño fruncido y la mejilla roja—. Eso... mierda. Me dolió.

—Si no te hubieras distraído, eso no hubiera pasado.

En respuesta, me arroja el guante de boxeo a la cabeza.

Terminamos de entrenar y recogemos nuestras cosas, dirigiéndonos a la salida del establecimiento e ignorando al resto de personas que pululan por el sitio. Es un gimnasio poco conocido, en una ubicación sencilla y ambos detalles nos favorecen. Poca gente nos ve y podemos regresar caminando al departamento.

Asfixia [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora