Capítulo 8

78 6 1
                                    

Taddeo

Tenía ganas de llorar.

Sostenía a Scarlett entre mis brazos, en el suelo del baño. Temblaba como un chihuahua, su piel permanecía entumecida, una capa de sudor le cubría el cuerpo y no abría los ojos. La trajimos al baño porque creíamos que quería vomitar. Y no era eso. Ella no podía respirar.

Estoy helado desde que... dijo que creía que estar muriendo. Desde aquel instante, no ha dicho otra palabra. Creo que se quedó dormida, y no sería raro considerando que Martín tuvo que sedarla para lograr controlarla, para calmarla. Era como si estuviera convulsionando. Sus gritos me despertaron en el primer segundo, y juro que me dolió el pecho cuando la vi tan débil, tan fuera de sí.

Ni siquiera en la prisión la vi de ese modo.

Los brazos se me cansaron a medida que los minutos pasaban. Opté por llevarla a la cama, cubrirla con la sábana hecha jirones que ella misma destrozó y regresar al salón, donde los tres integrantes de la familia estaban sentados, con expresiones preocupadas y en completo silencio.

Me dejé caer en el sofá con un suspiro agotador.

—Se durmió —informo, con la voz rota—. Esto... nunca le había sucedido, no así.

—Fue un ataque de pánico, uno muy intenso —anuncia Martín, con un semblante serio, muy serio—. Ella no está bien.

Me percaté de que me miraban, esperando una explicación a las pesadillas que atormentan a Scarlett, y a mí a veces. ¿Cómo les explico que hemos sido torturados por 3 años? ¿cómo les digo que hace 3 años que no veíamos la luz del sol o... nos dábamos una ducha? No puedo. Dudo que me crean.

—Scarlett... y yo hemos pasado... por cosas muy difíciles —expreso, inclinándome hacia delante y bajando el tono, cauteloso—. Los dos... estamos recién saliendo de eso, y no es nada fácil.

—¿Qué puede ser tan grave como para que la muchacha se ponga así? —indaga Ricardo, sin creerme del todo.

—Hay cosas en este mundo que ni siquiera se imaginan.

—Escucha, no importa lo que sea que haya pasado —comienza el hijo de la pareja, dándome un vistazo severo—. El punto aquí es que ella necesita ayuda, urgente. He... observado un poco de su comportamiento en estas horas. Está... alerta cada segundo del día, como si alguien fuera a atacarla en cualquier momento. No habla, respira de forma acelerada y se pierde en su mente. No soy... psiquiatra o psicólogo, pero lo que sea que haya sufrido, la está poniendo mal. Necesita ser tratada por un profesional para aprender a lidiar con sus problemas y detener esos ataques —hizo una breve pausa y abrió y cerró la boca un par de veces, sin saber decir lo siguiente—. Y... no es de chismoso o algo por el estilo, es que... la vi inyectarse un líquido semitransparente de una jeringa...

—¿Qué? —farfullo, estupefacto.

—Sí. Cuando la ayudé a desinfectar las heridas de su espalda, sacó una caja pequeña de metal de la mochila con la que te encontramos, tomó una de las jeringas que había dentro y se la inyectó en la vena. Dijo que no le afectaban demasiado las drogas comunes...

—Por Dios —la señora Rodríguez ahogó un jadeo y se tapó la boca, espantada.

Mierda.

Cuando revisé la mochila para buscar el agua en el desierto, no vi la caja. Sabía que Scarlett estaba adquiriendo una particular inclinación a inyectarse esas drogas. En la prisión no le dije nada, puesto que sé el dolor que se pasa ahí dentro y eran violentos con ella. No iba a juzgarla si le apetecía calmar un poco de ese dolor con los medicamentos que eran para mí. No obstante, ya es otra cosa que continúe con eso estando fuera. No tiene razones para inyectarse esas porquerías.

Asfixia [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora