Melissa

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Melissa Hamilton

Todo comenzó un día antes del cumpleaños de Zicky, un día normal en el que Jimmy y yo estábamos haciendo el regalo para nuestro hermanito.

Ninguno de los dos se imaginó lo que pasaría a partir de ese día.

—Solo falta el papel de regalo.

—¿No fuiste por él? —cuestioné molesta.

—Lo olvidé.

—Pues ve por él.

—No puedo, ya será mi práctica de taekwondo.

—¿Quieres que vaya yo? —Ahora sí me estaba enojando— Era tú responsabilidad.

—Melissa, sabes que lo que menos soy es responsable.

Puse los ojos en blanco.

—En serio eres un estúpido, Jimmy.

—¡Ay, ya! No es para tanto. Anda, ve tú, ¿sí?

Bufé, molesta y le di un pequeño golpe en la cabeza. Me levanté del suelo y estiré mi mano.

—Dame el dinero. No creas que yo pondré un peso para pagar lo que era TU responsabilidad.

Rio. Se levantó y sacó su cartera. Me dio el dinero suficiente. Después de avisarle a mamá que saldría a la papelería que está en la esquina, salí de la casa. Caminé los pocos metros de distancia que había. Pedí el papel de regalo que sabía que le gustaría a Zicky. Y pagué.

Alguien entró al lugar. Mientras esperaba a recibir mi cambio lo escuché hablar.

—Buenas tardes. —Un chico. Por su acento supe de inmediato que no era de aquí. Marcaba la r un poco—. ¿Sacan copias aquí?

—Sí, solo que no tenemos tinta a color.

—Está bien. —Me hice a un lado para dejarlo pasar.

Y lo pude ver bien.

Más alto que yo (inclusive más alto que Jimmy), delgado, de piel un poco pálida y con el cabello negro un poco largo y muy desordenado.

—Esta hoja por los dos lados, por favor. —Le dio la hoja.

Decidí salir del lugar. Cuando puse mis dos pies fuera di una vuelta para verlo por última vez. Él también se volteó y pude ver su rostro de frente, el color de sus ojos.

Grises.

Ambos nos miramos con curiosidad. Verde y gris mirándose fijamente con curiosidad. Sonrió. Y decidí quedarme a esperar a que saliera.

Después de unos minutos salió con sus copias y dos chocolates. Observó el lugar y me vio sentada en el borde de la acera. Caminó hasta mí y se sentó a lado.

—¿Te gustan? —me mostró el chocolate. Asentí—. Que bueno, porque uno es para ti.

—Gracias. —Tomé el chocolate y lo abrí—. ¿Hace cuánto llegaste? ¿Y de dónde eres?

—Hace dos días, soy de Rusia. De hecho, mi papá piensa que estoy en Alemania, pero decidí escaparme.

—¿Por qué?

—Ser el hijo único no deja que tus papás presten atención a alguien más. Solamente quería un poco de libertad, tengo 15 años, casi 16, y me tratan como un niño de ocho.

—Yo tengo dos hermanos menores. Igual como soy la única mujer, me tratan como una niña. Aunque tengo 14.

—Te comprendo. Soy Edmon.

¿Te arrepientes? #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora