Tras la cena de la noche anterior, los hermanos se fueron a sus camas con el corazón lleno de amor y alegría, recibir a personas que sabían que los querían con sinceridad les hacía sentir queridos, como si una parte de sus padres siguiera con ellos.
El día recién comenzaba para ellos, todos se alistaban para su quehaceres diarios, Hedrigan estaba con su delantal negro amarrado a su cintura preparando comida para sus hermanos, Heavenis barría la casa con la puerta abierta, Arlen se había puesto al corriente con todo el papeleo de negociaciones y Samje se había ido temprano a casa del doctor para hacer su ayudantía.
El día estaba precioso; las aves cantaban; las abejas zumbaban de flor en flor; la brisa traía consigo los indicios de que estaban a la mitad de una hermosa primavera, pero Hedrigan sabía que pronto caerían fuertes lluvias que vitalizarían a la naturaleza que rodeaba la casa.
— ¿Hola? —Dijo entonces una voz que provenía desde la puerta abierta de la casa— ¿Hay alguien en casa?
Heavenis fue la primera en ver al visitante, que al cabo de unos segundos dejó ver que detrás de él venía otra persona, una mujer de cabello rubio y ojos claros. Ambos sonreían, parecían buenas personas, pero Heavenis sabía que, algunas veces, las caras sonrientes de los forasteros traían problemas. Aunque ellos parecían diferentes, la energía que los rodeaba era extraña.
—Hola, buenos días—dijo Hedrigan, asomándose desde la cocina— ¿Podemos ayudarlos en algo?
—Hola, bellas doncellas—dijo el hombre, con una barba que adornaba su cara de manera atractiva y una sonrisa que pondría de rodillas a cualquiera— ¿Sólo viven ustedes dos en ésta morada?
—No—dijo la voz imponente de Arlen desde la escalera—. Yo soy el hombre de la casa y tenemos un hermano menor que vuelve por la tarde.
— ¿Son hermanos? —Preguntó el hombre, nuevamente— ¿No viven con sus padres?
—Mi hermana les hizo una pregunta—reiteró Arlen— ¿Hay algo en lo que podamos ayudarles?
—Ah...—balbuceó la joven que acompañaba al extraño hombre—. Pues, verán, somos parte de un equipo de trabajo que busca extender zonas urbanas aprovechando las inmensidades de los bosques que rodean a los pueblos. Mi nombre es Esmeralda Gillegan y él es mi compañero de trabajo, Yahui Hillstar.
—Qué curioso nombre—dijo Heavenis, afirmando su peso en el palo de la escoba.
—Hemos tenido problemas encontrando alojamiento en el pueblo, así que nos disponíamos a dormir durante unos días al aire libre, temiéndonos morir de frío—dijo el hombre—, pero de camino nos encontramos con su morada, y nos preguntábamos si tenían espacio para dos huéspedes que no darán trabajo que hacer, y será por sólo unos días, hasta que podamos terminar nuestro trabajo.
Los tres hermanos se miraron, y es que los Crowell estaban tan conectados que, con sólo una mirada, podían tener una conversación completa. Arlen, como era de esperarse se rehusaba a dejar que esos extraños durmieran bajo su techo; Heavenis temía por aquellas personas que ahora esperaban fuera en el pórtico, los fríos de la madrugada solían ser muy crudos y podían morir de hipotermia; Hedrigan no sentía que ellos fuesen una amenaza, pero entendía a su hermano, ellos eran extraños y no podían recibirlos así como así en su casa, pero también era cierto que el frío de la noche podía matarlos si no se abrigaban bien, y viendo las pequeñas maletas que llevaban consigo, era obvio que no traían mucha ropa, eso quería decir que estarían muertos para cuando el sol se asomara al día siguiente.
—Bien—dijo Arlen, sometido por las miradas de sus hermanas—. Podrán quedarse. No obstante debo hacerles algunas aclaraciones.
—Claro, lo que sea—dijo Esmeralda.
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La Puerta Hacia Los Sueños: El Origen
FantasyHabía una vez una familia que se amaba, cuatro hermanos y dos padres. Había una vez una pareja de extraños que buscaron refugio en la casa de ésta familia, un hombre y una mujer. Había una vez un cazador de brujas que llegó al pueblo y puso todo de...