No entendió por qué Hedrigan le dejó una carta pidiéndole verse en el mercado cuando pudo habérselo preguntado en el desayuno. Quizá su hermana sabía que lo olvidaría ya que últimamente veía pajaritos en el aire desde que había iniciado su romance con Yahui.
Iba a mitad de camino en su caballo, mientras pensaba, arduamente, si la noche anterior se había emborrachado tanto como para dormir con la ventana abierta. No le gustaba dormir con las ventanas abiertas, ni siquiera la puerta, mucho menos con las heladas que caían por las madrugadas.
Por más que intentaba dejar el tema atrás, tenía la sensación de que algo más había ocurrido la noche anterior, no quería pensar en algo malo, pero sí pensaba en que alguien se había colado en la casa desde su ventana.
El pueblo comenzó a aparecer en la lejanía, podía oír el murmullo de la vida dentro de la pequeña localidad; todos los pueblerinos hablando, el mercado repleto de gente, niños jugando, carruajes andando por la fangosa tierra de los caminos que no habían sido pavimentados.
Respiró hondo y le indicó amablemente a su yagua que debía caminar hacia el alboroto. Hedrigan aparecería entre la gente en cualquier momento.
La multitud se arremolinaba, pero intentaban no hablar entre ellos, como si temieran relacionarse los unos con los otros, vivían con la sospecha de que uno de sus vecinos, amigos, incluso familiares, fuera parte del aquelarre que había asesinado al Padre FitzMaurice, la única figura religiosa, la única persona a la que podían recurrir cuando necesitaban algo de fe.
Ahora sólo quedaba Antoine L'creux, un hombre extraño pero que había entregado su vida y tiempo para poder resguardar al pueblo del mal.
Patrañas, pensaba Samje, mientras veía como la gente, con quien había crecido y visto madurar, evitaba tocarse entre sí, como si una peste estuviera afectando a todos.
Se bajó del caballo y caminó hasta un poste en donde dejó amarrada a la yagua, prometiéndole con una caricia y juntando sus cabezas, que volvería pronto y se irían a la casona, donde la naturaleza abundaba y la abrumadora multitud desaparecería.
—Sé buena y no te metas en líos, ¿sí? —le dijo a la yegua, alejándose por el camino.
Entre la multitud creyó ver el rostro tosco de un hombre, con una barba frondosa y oscura pegada a su piel. Era Gabrielle, pero tan rápido como lo vio, desapareció.
Se puso un tanto nervioso, pero no tenía razón para estarlo, no había hecho nada, era completamente inocente, no así Antoine y Gabrielle, quienes eran los verdaderos asesinos del Padre FitzMaurice y villanos de ésta historia.
Aun así no pudo evitar ponerse pálido, apretó los músculos de su cuerpo y quedó helado por un momento. La gente pasó por su lado, rozando su cuerpo, y en ese momento fue cuando, oculto entre la multitud, Gabrielle pasó por el lado de Samje y metió un objeto en su bolsillo, un objeto que habían obtenido de la casa de una vieja bruja hacía varios meses atrás.
Samje no se percató de lo ocurrido, así que se sacudió el miedo y despejó su rostro pasando una mano por la cara y siguió su camino. Quizá desde la fuente de agua podría ver a su hermana.
Se subió a la fuente de un salto, desde que podía alterar la gravedad sus saltos eran más largos y sus aterrizajes más suaves y eso le fascinaba.
Se cubrió levemente los ojos para cubrir el sol que bañaba el pueblo, se quedó quieto, mirando alrededor, pero nunca apareció nadie a quien él quisiese ver, de hecho, el rostro que se asomó y lo tomó por los hombros para bajarlo de la fuente de agua era el de un hombre al que temía mucho.
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La Puerta Hacia Los Sueños: El Origen
FantasyHabía una vez una familia que se amaba, cuatro hermanos y dos padres. Había una vez una pareja de extraños que buscaron refugio en la casa de ésta familia, un hombre y una mujer. Había una vez un cazador de brujas que llegó al pueblo y puso todo de...