Capítulo 19: Miedo.

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Luego de ver a las brujas emprender vuelo frente a sus narices, Antoine se encerró en su habitación y no salió de ahí hasta que tuvo una idea de cómo pelear con los herejes del pueblo.

Era primera vez que se enfrentaba a brujas que mostraban esos rasgos tan...inhumanos.

Con sólo pensar en que esas bestias estaban por ahí, con sus diabólicos dones, correteando las calles del pueblo, se ponía a sudar como loco y sentía que el corazón le iba a explotar dentro del pecho.

Esa misma noche lluviosa, luego de matar al Padre FitzMaurice, luego de ver a las brujas volar, se metió en su habitación y escribió una carta a la Gran Ciudad, necesitaba su cargamento pesado para defenderse. Balas, sogas, crucifijos, sierras, todo lo que fuese letal.

Lamentablemente nunca llegaría a usarlo.

Esa noche no durmió. Sacó una enorme caja que tenía guardada debajo de su cama y la abrió. Ahí dentro, en un envoltorio bastante elegante, descansaba un arpón de plata, filoso como una espada y pesado como un cuerpo humano. Estaba listo para disparar a cualquier objeto volador no identificado que cruzara el cielo, pero sólo tenía una oportunidad, así que se quedó mirando el cielo nocturno, hasta que salió el sol y la tormenta se disipó un poco, dando paso a los escasos rayos de sol matutinos.

—Nunca nos hemos enfrentado a algo de ésta magnitud, Gabrielle—dijo Antoine—, tenemos que estar preparados, listos para cualquier ataque.

Gabrielle lo miraba, preocupado. Sabía que Antoine no mentía, él mismo había sido testigo de cómo esas brujas se elevaban hacia el cielo tormentoso. No podía dejarlo solo en su idea de acabar con esas bestias, ahora más que nunca debían ser un equipo y apoyarse.

—Son brujas con poderes—dijo Antoine, exaltado—. No son conjuros, no son pociones ni pactos o bailar desnudos alrededor de una fogata bajo la luna llena ni control mental sobre niños, no hacen actuar a sus víctimas como perros como otros herejes...éstas brujas tienen poderes que, sin duda, el demonio en persona les ha otorgado.

Gabrielle se sirvió vino y tomó de la copa hasta que ésta estuvo vacía.

—Quizá deberíamos irnos, dejarle el trabajo a alguien con mucha más experiencia que nosotros—Antoine comenzó a caminar por la habitación en círculos—. Podemos terminar muy malheridos o peor, muertos y enterrados en esta mierda de pueblo.

—Creo que estoy de acuerdo contigo—dijo Gabrielle—. Deberíamos irnos. Vámonos de aquí. Compraremos una granja alejada de todo, criaremos animales...tendremos la vida tranquila que siempre hemos querido.

Gabrielle se acercó a Antoine y lo tomó del rostro. Comenzó a llorar cuando lo miró a los ojos. Jamás en la vida había hablado tan en serio, era primera vez en la vida que sentía miedo, no por él, sino por la idea perder a Antoine, no quería perderlo. Lo que comenzó como una atracción netamente física y que simplemente usaba para saciar su hambre sexual ya se había convertido en amor y no se veía con nadie más compartiendo su vida que con él.

Pero Antoine tenía un defecto. Podía cambiar de mentalidad de maneras muy rápidas, sus decisiones eran totalmente contrarias a lo que decía, y ésta vez no era la excepción.

A pesar de haber dicho que quería marcharse, prefirió quedarse y pelear.

—No—dijo Antoine—. Hay que pelear una última vez. Debemos probarnos a nosotros mismos. Somos cazadores de brujas, ¿no? Es oportunidad de probarle a esas brujas que no les tengo miedo, y que seré hoy y siempre su enemigo número uno. Si tú quieres irte, hazlo, respeto tu decisión, pero yo me quedaré.

La Puerta Hacia Los Sueños: El OrigenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora