Capítulo 10: La visita y la ayuda.

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Debido a todo el tiempo libre que tenía, Debbie Rolland pasaba gran parte de su día pegada a la ventana de su habitación, no podía hacer mucho pues su marido, quien para ese entonces viajaba de vuelta a casa a reunirse con ella, la consentía hasta tal punto que tenía una sirvienta para cada tarea, y ninguna de esas humildes mujeres la dejaba ejercer ninguna labor dentro del hogar.

A veces, de aburrida, deshacía su cama y la volvía a tender, recordando aquellos viejos días de antaño cuando tenía que hacer las camas de sus hermanos más pequeños.

Estaba feliz de que su matrimonio se llevase a cabo bajo la bendición del amor, también estaba contenta de poder ayudar a su familia económicamente y así sacarlos de ese barrio tan peligroso en el que se crio, pero, a veces, extrañaba levantarse temprano y atender animales, el olor a barro por las mañanas, ese frío que le hacía lagrimear los ojos y le enrojecía las mejillas, en ese entonces todo parecía más difícil pero sencillo al mismo tiempo.

Su morada, enorme y blanca como un palacio, estaba a las afueras del pueblo, pero todos los días pedía al chofer del carruaje que la llevara a las boutiques del centro para hacer compras o mandar a hacer vestidos y trajes para ella y su esposo, incluso, a veces, pedía vestidos nuevos para sus hermanas y hermanos, su madre y su padre o alguna sirvienta a la que le apetecía hacerle un regalo.

No tenía necesidad de mandar a hacer vestidos, pues, su amado marido conocía sus medidas y siempre le mandaba a hacer uno nuevo, incluso le traía prendas de su talla de las diferentes partes del mundo que él visitaba. Pero, en realidad, la razón verdadera por la que visitaba esas tiendas, era el chisme. No había algo que le gustara más que escuchar conversaciones ajenas de las familias de la alta sociedad.

De por sí, las mujeres que visitaban las boutiques no sabían susurrar, hablaban de problemas y dramas ajenos a vivas voces, por lo que era sencillo enterarse de todo lo que sucedía a los alrededores, y Debbie estaba más que encantada de escuchar todo y luego contárselo a Hedrigan, su mejor amiga.

Pero en esa maravillosa mañana sintió un terror profundo y ni siquiera sabía por qué, fue sólo el hecho de escuchar el apellido de los Crowell lo que la paralizó. En ese momento entendió que no podría contarle a Hedrigan ningún chisme, pues Hedrigan y sus hermanos eran el chisme del momento.

—...Y el buen Lord L'creux irá hoy a la propiedad de los Crowell, hay un rumor bastante fuerte de que son parte de los brujos del pueblo—dijo una mujer regordeta y mejillas rosadas.

Debbie se paralizó, no pudo moverse, el sólo hecho de imaginar a su amiga y hermanos colgados o quemados en la hoguera le causaba un dolor inimaginable en el pecho.

—Santo cielo—dijo la otra mujer que compartía el chisme—. Deben haberse desviado del camino del Señor en cuanto sus buenos padres fallecieron.

Pero para ese entonces Debbie Rolland ya no estaba en la tienda. Ella sabía que debía advertirles a los hermanos que ese hombre llegaría a la casa de ellos en cualquier momento, y, sabiendo que las hermanas Crowell hacían medicina con hierbas, corrían peligro de ser catalogadas como brujas, y ella no lo permitiría, daría su vida de ser posible para asegurar que esa familia no tenía nada que ver con brujos.

Debbie entendía que no podía pedirle a su chofer que la llevara a la casa de los Crowell, sería muy llamativo y la visita que ella efectuaría debía ser discreta, así que pensó en algo: debía decirle al chofer que le hiciera un favor, y en cuanto el hombre se perdiera entre el gentío, ella desataría uno de los caballos del carruaje y cabalgaría hasta la casona de los Crowell.

—Disculpe—le dijo al chofer—. Mi buen señor, ¿Le podría pedir un enorme favor?

—Claro, Lady Rolland, el que desee—dijo el hombre arriba del carruaje.

La Puerta Hacia Los Sueños: El OrigenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora