El pueblo se reunía fuera de la iglesia, las puertas de la casa del Señor estaban cerradas porque el Padre FitzMaurice había decidido dar el anuncio fuera, donde su voz pudiera alcanzar hasta las más alejadas almas que se escondían entre las calles.
Toda esa parafernalia no era más que una actuación de su parte, un montaje escrito y dirigido por Antoine L'creux, la mente malévola detrás de toda ésta cacería de brujas que atormentaba todos los pueblos donde el hombre ponía pie.
El clima había empeorado desde la mañana, las nubes negras se habían apoderado del pueblo y unas cuantas gotas comenzaron a caer encima de la cabeza de las pacientes personas que se reunían fuera de la iglesia pero impacientes por oír el discurso del Padre y poder irse a refugiar a sus hogares donde un cálido fuego los esperaría.
Entre esas personas estaban los hermanos Crowell, nerviosos de ver a L'creux entre la multitud, no lo querían cerca, Arlen ya había sido bastante claro en eso, aun así los Crowell entendían que Antoine L'creux era un hombre al cual le gustaba provocar para incitar a la violencia, así él también podía responder con más violencia pero justificándose de que sólo había sido defensa propia.
Samje estaba amarrado a una cuerda como de costumbre, pero ahora era Arlen quien lo sostenía con firmeza, tanto así que podía sentir sus dedos acalambrándose de vez en cuando.
Esmeralda y Yahui se habían quedado en la casona, esperando a que él pobre Sir Gliderfall volviera a despertar. Se merecía saber la verdad, y era necesario que Debbie estuviera ahí para hacerle entender lo que ella ahora comprendía a la perfección. Los Crowell no eran brujos ni hechiceros, mucho menos herejes, sino que poseían habilidades mágicas desde su nacimiento.
— ¡Antes de que el clima empeore! —comenzó el Padre FitzMaurice, viendo entre la masa de personas a los Crowell, sintiendo en su pecho una angustia muy grande al imaginarse a los cuatro hermanos colgados o quemados en la hoguera por culpa de L'creux— ¡Quiero decirles que los rumores son ciertos! —Continuó el Padre— ¡Hay brujas en nuestro pueblo, y debemos hacer lo posible por erradicar sus atrocidades!
La muchedumbre se mostró aterrada ante la confirmación que acababa de hacer el Padre, muchas mujeres se sintieron amenazadas y apretaron contra su pecho los rosarios que llevaban colgados, algunas otras abrazaron con fuerza a sus bebés, como si alguien se los fuese a quitar.
La imagen de Hedrigan y Heavenis gritando mientras su carne se consumía por el fuego, y el cuello de Arlen y Samje rompiéndose en la horca aterrorizaban la mente del Padre mientras seguía dando su discurso. L'creux le dijo que, durante el discurso, debía dejar en claro que, de haber alguna sospecha o pruebas de que alguien practicara brujería, los pueblerinos debían dirigirse exclusivamente a él, a nadie más, así Antoine podría investigar a esas familias de cerca y tomar una decisión en cuanto a la ejecución de las brujas.
Pero el Padre no permitiría que muriera gente inocente.
—También quiero aclarar que...—El Padre miró hacia atrás justamente cuando un rayo cayó en la lejanía e iluminó el rostro sombrío y empapado de Antoine L'creux y Gabrielle que, parados en una esquina de las escaleras de la iglesia, lo observaban, esperando a que diera un paso en falso—. De tener cualquier sospecha de algún brujo o bruja cerca de sus familias, deben dirigirse directamente...a mí. A nadie más, y yo veré el tema con el comité del pueblo.
Entre la multitud, Hedrigan notó que cuando el Padre FitzMaurice dijo esas palabras, el semblante sombrío de Antoine, el cazador de brujas, se ensombreció incluso aún más, ahora parecía dispuesto a matar.
— ¡No todo está perdido, hermanos y hermanas mías! —Vociferó el Padre— ¡Aún pueden apegarse a la fe de Nuestro Dios Todopoderoso! ¡Incluso si se arrepienten de haberle vendido su alma al diablo, Dios los perdonará y les dará un lugar en el paraíso! ¡Recuerden que, antes que todo, él es amor, él es perdón, y nos ama a todos por igual!
Cuando el clima comenzó a empeorar, las familias tomaron la decisión de dejar el lugar, incluso el Padre se metió dentro de la iglesia, intentando evadir a L'creux y su amigo matón. Incluso los hermanos Crowell dejaron el lugar para ir a refugiarse a su morada que los esperaba con un fuego cálido que se mantuvo prendido gracias a Yahui y Esmeralda.
(...)
La noche cayó más rápido de lo normal, tal y como sucede en los días de tormenta, parecía que las velas no iluminaban lo suficiente, el fuego parecía no calentar con rapidez y el viento soplaba tan fuerte que FitzMaurice temió que las ráfagas derrumbaran la iglesia y sus ventanales.
Entonces oyó un golpeteo, era sutil, como el de una uña chocando contra un cristal. Así que miró en dirección a la ventana. Casi sufrió un paro cardíaco al notar la delgada figura de L'creux, mirándolo desde el otro lado, con una sonrisa macabra en el rostro. El Padre puso su mano en su pecho y respiró con profundidad, tomando grandes bocanadas de aire.
La luz de la vela se agitó por el movimiento brusco del Padre y por poco casi se apagó, gracias al cielo que eso no ocurrió, pues el Padre temía qué podía hacerle L'creux, ese hombre estaba loco.
Vio la silueta del hombre moverse hasta llegar a la puerta de entrada en donde dio tres golpes fuertes en la madera, indicando sus deseos de entrar. FitzMaurice no quería dejarlo pasar, sabía que su discurso lo había molestado, pero se negaba rotundamente a sentirse amenazado por un forastero, por un desconocido que no era nadie en el pueblo. Aun así temía hasta dónde podía llevarlo la locura que guardaba su alma, quizá lo asesinaría, quizá lo torturaría o lo acusaría de brujería. En cualquiera de los casos, él terminaba muerto.
Caminó hasta la puerta, sintiendo como su instinto le decía que debía esconderse y no salir hasta que el cazador se hubiese ido, pero fue valiente y le permitió la entrada, dispuesto a morir por esa gente inocente que L'creux se esforzaba por culpar de brujería.
Al momento del abrir la puerta, sintió como si hubiese dejado que el viento de un huracán entrara. Antoine pateó la puerta, haciendo que el Padre retrocediera, casi siendo golpeado por la madera.
Como un rayo enfurecido, Antoine se acercó al Padre FitzMaurice y lo tomó por el cuello, siendo una mesa lo que finalmente frenaría el cuerpo y peso de ambos hombres que se enfrentaban.
— ¡Te dije, anciano tonto, que no te interpusieras en mi camino!— exclamó Antoine, con sus ojos sacando chispas de ira— ¡Tenías una sola tarea! ¡UNA! ¡Y era decir que las sospechas me llegaran directamente a mí, no a ti!
El Padre no dijo nada, tampoco demostró miedo, no le permitiría ese gusto a un hombre tan cobarde como Antoine.
— ¡Se supone que trabajaríamos juntos para que esto funcionara! —vociferó Antoine.
—Estás loco, Antoine, fuera de ti—dijo el Padre, sonando extrañamente calmado—. No eres una persona cuerda, no puedes tomar decisiones de quién vive o quién muere. Gozas ver a la gente morir, es por eso que no he seguido tus órdenes, y estoy dispuesto a morir por todas aquellas almas que he salvado hoy.
—No ha salvado ninguna vida—dijo Antoine, dejándolo ir—. Yo no he culpado a nadie de brujería, nadie está en peligro, por ahora, sólo tengo mis sentidos bien alertas, de esa manera podré seguir las órdenes de Dios, y acabaré con esas brujas que asechan a ésta buena gente. Usted no entiende, Padre, que yo soy la única salida que éste pueblo tiene.
El Padre lo miró, sintiendo pena por el hombre, era tan joven y estaba tan perdido, estaba tan loco, tan alejado de su yo interior.
—Le daré una última oportunidad, Padre, y espero que la aproveche porque está colmando mi paciencia—dijo Antoine, volteándose a verle—. Pronto tendrá noticias de mí, porque lo que se viene encima de nosotros será grande. Tengo el ojo puesto en una familia y no voy a descansar hasta probar que son herejes.
—Si estás pensando en los Crowell, olvídalo desde ya—dijo el Padre, mientras veía como Antoine se retiraba y se metía debajo de la lluvia nuevamente—. Son buenos niños, jamás le venderían su alma al diablo.
Antoine se volteó a verlo nuevamente.
—Una cosa más, Padre—dijo, ignorando lo que FitzMaurice le había dicho—. Si vuelve a desafiarme otra vez, será su fin, ¿Entendió? Yo mismo me encargaré de eliminarlo de mi camino. Espero haber sido claro.
Y sin más desaparecióbajo la lluvia.
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La Puerta Hacia Los Sueños: El Origen
FantasyHabía una vez una familia que se amaba, cuatro hermanos y dos padres. Había una vez una pareja de extraños que buscaron refugio en la casa de ésta familia, un hombre y una mujer. Había una vez un cazador de brujas que llegó al pueblo y puso todo de...