Capítulo 4: La advertencia.

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El Padre FitzMaurice era un hombre de Dios, devoto a la palabra escrita en la sagrada biblia, nunca ponía en duda ni una sola orden entregada por el Todopoderoso, pero había un límite.

Quemar mujeres iba en contra de sus creencias, seguían siendo humanas, seres con un alma, un alma corrompida, pero un alma a fin de cuentas. Desde el inicio de quema de brujas, FitzMaurice puso en duda los métodos que se utilizaban para deshacerse de ellas, ¿Por qué un Dios benevolente, cuyo hijo fue sentenciado a tan horrible muerte, pediría a los religiosos quemar a alguien?

Eran pensamientos que no le entraban en la cabeza, por la misma razón, desde que Antoine L'creux pisó el pueblo, las cosas se habían puesto de cabeza, y si él podía hacer algo para ayudar a gente inocente, lo haría sin dudarlo, aunque el Dios, al que amaba con su vida y existencia, lo mirara desde arriba y juzgara sus acciones como pecado.

Por esa misma razón, se levantó esa noche durante la madrugada, se puso una capucha negra para confundirse con la negrura del lugar y se encaminó a las afueras del bosque. L'creux y Gabrielle habían visitado un sinfín de casas en el pueblo, y tenían sospechas de algunas mujeres ancianas y otras jóvenes y hermosas, ya no podía ayudarlas, pero sí podía hacer algo por los Crowell, a ellos los ayudaría, así su conciencia estaría tranquila de que, al menos, pudo salvar a una familia entera.

A pesar de su edad, se rehusó a usar su carruaje como habitualmente lo hacía para ir hasta su destino, sabía que alguien podría verlo, y hacía años que no tomaba un caballo, así que no se arriesgaría a montarlo y caer de él para romperse la cadera o la espalda. Fue a pie.

El camino de noche era muy oscuro, pero se las apañaba con la luz de la luna que lo acompañaba desde la altura.

Y de pronto, casi como por arte de magia, apareció la casona de los Crowell, imponente y oscura a la mitad de un hermoso y frondoso bosque que se expandía como un patio trasero.

La mayoría de las luces ya estaban apagadas, y no era de impresionarse por la hora que era. Aun así había una luz prendida en una habitación de la casa, y el Padre podía verla desde afuera, y esa persona debía oír los golpes que él daría en cuanto llegara a la puerta.

Y así lo hizo.

Aquella luz de vela pronto se comenzó a mover y el brillo se vio afectado por la pequeña llama luminosa que se movía. La luz desapareció y volvió a aparecer por la escalera de la casona. Al mismo tiempo el Padre sintió pasos muy ligeros que se acercaban a la puerta.

— ¿Quién es? —dijo la tenue voz de Hedrigan desde el otro lado.

—Soy el Padre FitzMaurice, hija mía—dijo el hombre con su voz de anciano—. Vengo con una advertencia para ti y tu familia.

La puerta no demoró mucho en abrir, aun así el Padre notó un toque de suavidad en los movimientos de Hedrigan, como si no quisiera alertar a sus hermanos, quienes claramente yacían dormidos en sus cómodas camas.

— ¿Una advertencia, Padre? —Dijo Hedirgan, abriendo la puerta, dejando ver su pálido rostro—. Eso suena bastante preocupante, pero sé que debe ser algo serio. Venir a estas horas de la noche por su cuenta debe ser el reflejo de lo mucho que lo acongoja ésta noticia.

—Lo es, hija mía, claro que me acongoja—dijo el padre.

—Por favor, pase—dijo Hedrigan, invitándolo a entrar, apartándose del medio.

—No, creo que es mejor así, de todas formas debo irme antes de que noten que no estoy en mi morada—dijo el Padre.

Hedrigan asintió. Sus cejas se enarcaron y su boca se frunció en señal de la creciente preocupación que ardía dentro de ella, generando un nudo en su pecho, del cual era incapaz deshacerse.

—Es el cazador de brujas, querida hija—dijo FitzMaurice—. En el consejo le dieron el apellido de tu familia y los tiene en la mira. Algunas personas creen que tu hermana y tú son brujas y tus hermanos las están encubriendo. Es cosa de tiempo para que L'creux haga su aparición por estos lados.

Hedrigan sintió desmayarse, lo que más temía se estaba volviendo realidad, tenía una soga al cuello y sus pies se balanceaban sobre un banco de madera muy inestable, y si hacía un movimiento en falso, terminaría ahorcada y muerta o quizá quemada como las demás mujeres que habían asesinado en los pueblos vecinos.

—Pero eso es una rotunda mentira—dijo Hedrigan, reprimiendo sus ganas de gritar, desvanecerse y llorar—. No somos brujas y nuestros hermanos no nos cubren la espalda.

—Yo sé que es así—dijo el Padre—, confío en ustedes y es por eso que estoy aquí advirtiéndole, señorita, que debe deshacerse de todo lo que las incrimine, incluso de las hierbas medicinales, L'creux o Sir Gabrielle lo verán como una forma de manifestación de magia y las arrojará a la hoguera a usted y a su hermana.

— ¿Quién fue el hombre que dio nuestro apellido al cazador? —preguntó Hedrigan.

—Eso no importa ahora—dijo el Padre—. Sí L'creux no descubre nada, Dios se encargará de que aquel hombre que dio el apellido de su familia sea castigado por haberlos puesto en tan horrible situación. Aún está a tiempo, señorita, de eliminar todo lo que pueda ponerla como sospechosa.

Hedrigan se pasó una mano por su cabello, que ahora llevaba suelto, y se mordisqueó una uña al pensar en lo nerviosa que estaría todos los días a partir desde ese momento, esperando la visita de un hombre con el poder de hacerla morir.

—Debería convencer al pueblo de que las brujas no existen, de que estos actos que se están llevando a cabo son monstruosos, bestiales, quizá podamos hacer que ese cazador de pacotilla se retire del pueblo.

—Lo tenía pensando, pero he visto cómo trabaja Lord L'creux, tiene el don de la palabra y el poder de poner, a quien lo escuche, en contra de las brujas o en contra de cualquier persona, en realidad. Ya tiene gente que lo idolatra por haber salvado tantas vidas al deshacerse de las supuestas brujas que atormentaban otros pueblos, pero nosotros aún estamos a tiempo de salvar a muchas mujeres inocentes.

Hedrigan puso una mano en su pecho, mientras una brisa que entró en la casa casi apagó la llama de la vela.

—Bueno, debo irme antes de que comiencen a buscarme—dijo el Padre.

—Muchas gracias, de verdad agradezco que se haya arriesgado para venir a advertirnos sobre lo que sospechan de nosotros—agradeció Hedrigan, tomando la mano del hombre.

—El mundo no se arreglará con más violencia—dijo el Padre, apretando suavemente su mano sobre la de Hedrigan—. A pesar de que L'creux dice estar cumpliendo la palabra de Dios, yo sé que él no querría esto, porque la violencia no es parte de su ser, él es justo y benevolente, jamás nos pediría matarnos los unos a los otros, y tengo planeado apegarme a eso.

Hedrigan soltó la mano del hombre que se fue caminando hacia el pueblo nuevamente, con su espalda recta y más enérgico que al inicio de la noche, pero lo que ninguno de los dos sospechaba es que, aquella conversación que tuvieron los dos, fue en realidad entre tres personas, pues alguien se las había arreglado para espiarlos escondido entre los matorrales.

La Puerta Hacia Los Sueños: El OrigenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora