Capítulo 22

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BOSTON

Alexander

Por primera vez en los viajes que hemos hecho con Miles nos pasó que la pastilla para dormir desapareciera. Pude percibir la angustia de mi hijo al entrar al avión y como se aferraba a mis brazos con desesperación al saber que en ningún momento se quedaría dormido ni cuando las turbulencias comenzaran.

—¿Qué diablos le pasa? —su hermano lo quedó mirando atento.

—Esa boca, sin palabrotas Milan —asintió—. Se perdió la pastilla con la que duerme, es todo, estará bien ¿verdad que sí, Miles?

—No creo que pueda hacerlo —se encogió en el asiento y respiró agitado—. Papi diles que me bajen, yo no...

—Tranquilízate, no es nada del otro mundo, no pienses en cosas negativas, olvídate de que estas en un avión e imagina cosas diferentes, disfrutemos la experiencia.

Primer sollozo. Vamos horriblemente mal.

No sé cómo calmar a mi hijo en esta situación, tengo ganas de parar todo y que por favor le consigan algo para que pueda dormir pero vamos muy tarde, son casi ocho horas de viaje y si no me voy ahora no alcanzaré a llegar a tiempo a las juntas de trabajo. Tampoco es mi decisión, el piloto es de confianza, debemos llegar a la hora acordada que se dijo ya que lo estarán esperando en la pista de destino.

—¿Son turbulencias? Ay no —comenzó a temblar—. Papá, soy demasiado joven para morir...

—No digas esas cosas, no pasará nada.

—¡Es imposible asegurar eso!

Señor, necesito paciencia. Gracias.

—¿Se estrellará? —Milan me miró con ojos de cachorro asustado y se afirmó del asiento muy fuerte.

—No niños, respiren, es normal que esto pase, ¿no es así, Lucas?

—Por supuesto jefe.

Agradecí a Lucas por apoyarme en querer calmar la situación.

Esperaba aquella reacción de Miles y lo abracé para que se sintiera protegido porque eso es lo que estaba haciendo, cuidándolo de sus miedos. El pobre apenas abría los ojos y pensó lo peor en ese momento.

—Todo estará bien —acaricié el cabello del menor y no se separó de mi pecho.

—¿Me lo prometes?

—Te lo prometo, cariño.

Después de que pasó, noté como se relajaba en mis brazos y poco a poco se apoyaba en mi regazo hasta caer en un sueño profundo. Fue un alivio para mi saber que ya no sentía miedo, que si pasó por algún momento en su cabeza ya no cabía duda de que se había ido porque se encontraba en confianza.

—¿Se durmió? —preguntó el mayor mirándolo.

—Si —susurré—. ¿Quieres ver una película? Puedes colocarla, hijo.

—No, mejor voy a ver que hay para comer.

—Clara te puede ayudar, está a la vuelta.

—¿Te traigo algo? Porque dudo que te puedas mover —sonreí y miré a Miles quien se acurrucaba—. Se ve cómodo.

—¿Quieres dormir tú también?

—No, soy suficientemente grande para dormir en tu regazo, pa.

—Ajá, Milan.

—Es verdad, aunque no me creas.

—No peleen ¿de acuerdo? —le advertí y suspiró un poco molesto—. Nada de suspiros, hablo enserio, quiero que arreglen las cosas entre ustedes ¿bueno?

Aventuras de un herederoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora