Capítulo 40

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Alexander

No me apetece estar en este lugar, diría que le tengo una especie de rechazo por el solo hecho de que a mis hijos les aterra y solo porque venir aquí es sinónimo de "dolor" para ellos, cosa que no me gusta en lo absoluto. Me duele tener que traerlos, a pesar de sus suplicas porque sé que lo necesitan.

Milan desde pequeño ha tenido el problema con las agujas, lo sé porque mi exesposa me contaba que hacia un escandalo cada vez que lo llevaba a la consulta. Mi papel consistía en consolarlo, darle mimos cuando volvía y debo admitir que no hay nada mejor que eso. Yo no era el malo de la historia ni mucho menos, era quien lo hacia sentir bien y protegido. Sin embargo, las cosas cambian, pasé por un divorcio y hoy en día me toca a mi suplir su lugar, llevarlo y convertirme en el villano ante sus ojos. A pesar de ser ya un adolescente, el miedo no desaparece a medida que avanzan los años, puede hasta empeorar con más experiencias.

—Ya no llores, Milan —oí sus sollozos al fondo del auto—, hijo por favor.

—No quiero *snif* —pegó su cabeza a la ventana.

—Tengo dulces —no se me ocurrió otra cosa más que decir—, podemos ir a donde tu quieras apenas salgamos ¿Qué te parece?

—¡Horrible!

—Uf, que lo intento, más consideración con tu pobre padre —resoplé.

—Y con tu hijo... —dijo en un inaudible susurro—, yo soy el que sufre aquí.

—Ay campeón, sé que no estas del mejor humor. Se te nota, incluso. Pero debemos implementar la valentía en estos casos ¿verdad?

—Si intercambiamos papeles...

—Te contaré una historia —acomodé el retrovisor y se secó las lágrimas—. Antes, cuando yo tenia mas o menos tu edad, también era miedoso. Eso lo sacaste de mi y no me avergüenza decirlo. En aquellos tiempos era peor que ahora el sistema de salud. Una vez me llevaron junto a Kian a sacarnos sangre, era un examen rutinario que nos obligaban a hacer en la escuela que asistíamos y por supuesto que estábamos aterrados de camino al hospital.

—¿Por qué los obligaban?

—Reglas de la época —asintió—. Lo que ocurrió fue que Kian estaba tan nervioso que me propuso hacer una travesura, saltarnos la cita y escaparnos por un helado. Te digo desde ya que todo no funcionó. Nos descubrieron en plena salida y llamaron a nuestro padre.

—¿El abuelo era estricto?

—Uf Milan, si ustedes piensan que lo soy ahora, imagínense el triple con un hombre como él —admití—. Era muchísimo peor, esos castigos no los quiero ni recordar, pero lo tuvimos, por curiosos. Recuerdo que vino al mismísimo lugar a darnos una zurra a solas que no olvidaré en mi vida y luego entre mocos y llanto nos obligó a sentarnos frente a la enfermera que pensaba picarnos.

—Ay, pobres... —empatizó con nosotros y le sonreí.

—Si cariño, fue recio. El abuelo era un tanto exagerado con sus cosas. La abuela todo lo contrario, pero tenía su carácter.

—¿Y qué pasó después?

—Nos reímos —se sorprendió—, fue una anécdota graciosa como Kian cambiaba de colores al ver a papá y él fue quien organizó todo ese plan. Lo que si lamentamos fue sentarnos al otro día. Que te peguen con el cinto es cosa seria, muchachito.

—Demonios y yo creía que tu no pasaste por...

—Fue dura la vida que tuve, independiente de eso no tenia el cariño de mis padres, casi no los veía.

Aventuras de un herederoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora