Capítulo 45.

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Alexander

Miles empeoró con el resfriado a los minutos que Maya se alejó para ayudarme con la cena. Lo dejé con Milan solo por un momento y este bajó corriendo las escaleras para decirme que el menor comenzó a vomitar, botó todo lo que tenía dentro de su estómago. Se afirmó del inodoro con los ojos llorosos dando nuevamente arcadas.

—Hijo, vamos, saca todo —le dije haciéndole mimos en la cabeza.

—Odio muchísimo vom...

—Lo sé mi vida, lo sé —me agaché a su altura—. El médico no tarda en llegar, lo llamé hace cinco minutos ¿mhm?

—¿Qué? —me observó desconcertado.

—¿Pasa algo?

—¡Si, pasa de todo! —chilló congestionado—. Cancélale por favor...

—¿Estás loco, jovencito? No voy a decirle que se devuelva a su casa, mira en las condiciones que te encuentras.

—Es un simple resfriado, pa.

—O infección estomacal quién sabe —seguí y arrugó las cejas.

—Es que... —se iba a quejar y levanté un dedo, indicando silencio.

—Basta ya, ¿eh? —me levanté y puse mis manos en la cintura—. No quiero berrinches a estas horas, estas pálido, como un papel.

—Mientes...

—Mírate tú mismo al espejo —ahogó un grito al ver que tenía razón—. Ah y papá mentía.

—Bueno, pero que solo me dé remedios y ya.

—Miles no me vengas a poner condiciones porque ni yo sé lo que el médico dirá que es correcto —le entregué su cepillo de dientes—. Aquí tienes la pasta dental y te devuelves a la cama apenas termines.

—Quédate —susurró cuando iba cruzando el umbral de la puerta y frené de inmediato.

—Cariño, debo ayudarle a Maya con la cena —hizo un puchero—. Bien, espérame cinco minutos.

Le avisé a Maya y a los guardaespaldas que estaban en la cocina cooperando para la cena familiar que me ausentaría un par de minutos porque el menor tenía papitis aguditis. Fui a ver al mayor antes de volver a subir y me tranquilizó observarlo entretenido ayudándole a Parker a arreglar un control de videojuegos.

Al volver al cuarto de Miles, lo vi acostado, como si los parpados le pesaran y estirando las manos como un crio de tres para que me recostara junto a él. Eso hice por supuesto, me acurruqué a su lado, le di mimos en la cabeza provocando que se relajara por completo. No me di ni cuenta cuando oí leves suspiros indicando que se había dormido. Me causa tristeza y ternura al mismo tiempo al verlo resfriado.

Para su mala suerte el médico llegó a los dos minutos y tuve que bajar a recibirlo.

—Rafael —estrechamos manos y lo hice pasar—. Adelante.

—Gracias Alex, ¿Qué tal todo?

—Super bien a excepción del menor, lo tengo con muchísima fiebre y vómitos.

—Vamos a ver que tiene —asentí—. ¿Dónde está?

—En el segundo piso, vamos —pasamos por la sala y Milan lo miró de reojo un poco incómodo con su presencia.

—Dudo que le vaya a caer bien a tu hijo —carcajeé con su comentario.

Rafael estudió conmigo cuando iba en secundaria, éramos solo conocidos y con el tiempo perdimos un poco el contacto hasta que lo retomamos cuando le pedí que trabajara para mí como médico a domicilio. Se especializó en pediatría y está en proceso de sacar su segunda especialidad en medicina de la adolescencia por lo que creo que es perfecto para este puesto.

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⏰ Última actualización: Sep 21 ⏰

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