Capítulo 30

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Miles

¿Qué si iba a salir? Ni de coña, acabo de ver a papá botando humo por las orejas desde que recibió una llamada hace una hora aproximadamente, tiene un problema en la empresa y no ha dejado de caminar de un lado para otro en su despacho, lo sé porque lo estuve espiando desde la puerta. Quería decirle que iba a salir, avisarle más bien porque para pedir permiso no estaba y al verlo así me arrepentí.

No duré acostado ni cinco minutos, estuve caminando por todo el pent-house sin que papá se diera cuenta y hasta me fui al lado de Lucas para saber lo que habían conversado con ellos.

—¿Y? ¿Qué dijo al final? —Lucas carcajeó y negó en la entrada de la puerta.

—Joven, no puedo revelar tal información.

—Oh vamos Lucas, no seas aguafiestas, ¿Qué te dijo el ogro, ese?

—Que usted debía obedecerle y aquí lo veo caminando descalzo por la sala —negó haciéndose el decepcionado—. Se va a resfriar.

—Yo soy fuerte —sonreí de manera inocente—, ¿No los despidieron verdad? Porque estoy dispuesto a correr el riesgo de hacerlos volver.

—No joven, no nos despidieron —suspiré aliviado—. Lo que, si le recomiendo es entrar, el lado de las escaleras está muy frio.

—Les traeré chocolate caliente —casi me tropiezo al entrar.

—¡No se preocupe! ¡Vaya a la cama! —negué para mí y caminé directo a la cocina.

Diría que estamos a menos cinco grados bajo cero, no han ido en ningún momento al Buffet a buscarse algo y me da tristeza verlos allí muriéndose de frio. Busqué una silla y la coloqué justo para darme altura y alcanzar el chocolate. No soy bajito, pero tampoco muy alto que digamos, estaba en eso cuando siento que alguien viene.

—Milan alcánzame dos tazas por favor —le pedí.

—¿Qué fue exactamente lo que te dije? Deberías estar en la cama —gruñí por lo bajo y dejé el chocolate en la encimera—, andando.

—Es para Lucas y Parker. Están congelados vigilando las escaleras. No soy un desconsiderado como para dejarlos allí sin ninguna fuente de calor.

—¿Ah? ¿Qué hacen afuera? Voy por ellos. Quédate aquí —se estaba yendo cuando de la nada retrocede y yo trago saliva—, ¿Qué haces descalzo?

—¿Quién, yo?

—No, el vecino, ve a ponerte algo inmediatamente si no quieres que te dé un par de palmadas.

—Bien —me quedé esperando que saliera sin embargo se quedó ahí con las manos en la cintura—, voy...

—Ahora mismo, Miles, pasa.

—¿Qué? ¿Estás loco? No pasaré por la puerta sabiendo que no tengo otra salida —chillé y rodó los ojos.

—No te daré ningún azote, no te preocupes.

—Primero vete tú —me bajé de la silla y no se movió—, papi...

—Miles pasa.

—¡Es que nooo! —le reclamé nervioso—. No me arriesgo.

—De aquí no me muevo hasta verte subir las escaleras.

Joder es que me obliga, no es justo, podría estar descalzo horas y estoy seguro de que no me enfermaría. Es solo que Alexander ama llevarme la contraria. Con el corazón en la mano pasé casi corriendo por su lado y me alivió saber que cumplió su palabra ya que no recibí ninguna palmada mientras pasaba.

Aventuras de un herederoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora