La primera vez que maté a alguien fue cuando Régar consideró que me estaba desviando hacia caminos que no le interesaban. Creo que, como trabajé para él desde los seis años, siempre tuvo la esperanza de moldearme a su antojo para que me convirtiera en uno de ellos y les sirviera, sobre todo en asuntos relacionados con la Tierra.
Sobre los diez años empecé a plantearme la posibilidad de tener opinión propia y rebelarme, y fue entonces cuando los golpes, las vejaciones y los puñetazos puntuales comenzaron a convertirse en palizas; al principio solo por parte de Régar, y con el tiempo grupales. Traté de callar y obedecer, como mi madre siempre me pidió, pero las palizas, en lugar de achantarme, me enfadaban más.
Con el tiempo aprendí a guardarme mis opiniones, a esconderles los sentimientos que me provocaba lo que hacíamos y a ser muy cuidadoso con lo que decía. Callaba más que antes, pero muchas veces no necesité palabras para demostrarle a Régar mi descontento, y tampoco para animarlo a golpearme.
Diría que fue antes de los doce años cuando Régar comenzó a entender que podía suponer un problema si seguía rebelándome, por lo que empezó a encomendarme misiones más peligrosas y complicadas. Aprendí rápido; él mismo me lo dijo más de una vez, y eso provocó que pronto me adjudicara un puesto de mayor relevancia que los de algunos de sus subordinados veinteañeros y treintañeros.
A los doce ya llevaba a cabo misiones en las que podía terminar asesinado con relativa facilidad, y en las que tenía el poder suficiente como para dar órdenes a hombres como Pyrus y Nedrogo. Fue por esa misma época por la que Pyrus empezó a odiarme más, y no lo culpaba. Al fin y al cabo llevaba ya bastante tiempo demostrando que no comulgaba con lo que hacíamos y que tenía una clara predilección por la vida humana antes que por los sombra.
A los trece años Régar decidió que estaba preparado para cometer un asesinato.
—Y no será el único —me advirtió—. Tienes que entrenarte bien para que nos seas de utilidad y te dejes de remilgos estúpidos. No quiero humanos asustados en mi equipo.
Me dieron ganas de decirle que, en ese caso, me sacara de su equipo, pero con eso sabía que sería yo el que acabaría mal.
Aun así no pude asesinar al primer hombre que me puso delante.
—Hazlo.
La amenaza de su voz aumentó el revuelo que se había formado en mi estómago.
—No puedo —le había dicho—. No quiero matar a nadie. No puedo.
El hombre que estaba arrodillado delante de nosotros desvió la mirada hacia mí por un instante. No temblaba ni sudaba; ni siquiera habló. Nunca supe la voz que tenía, porque tan solo escuché los pocos quejidos que pudo soltar cuando cinco hombres comenzaron a pegarle hasta que dejó de respirar. Régar me obligó a mirar durante las tres horas que duró la paliza, incluso durante los agonizantes segundos que tardaban en cambiar de turno para no cansarse. Después me golpearon a mí durante treinta o cuarenta minutos más. Mientras, no dejó de repetirme que aquel pobre hombre no hubiera sufrido tanto de haber sido yo el que hubiera acabado con él. Y me lo creí. Me lo creí hasta el punto en el que me prometí matar a quien me pidiera.
La segunda vez decidí que lo mejor para todos era obedecer.
Régar esperó pacientemente, con los brazos cruzados y el mentón alzado en una esquina de la sala donde nos había metido. Allí tardé lo que me parecieron horas en terminar de decidirme. Aquel hombre, al contrario que el anterior, sudaba a borbotones y suplicaba por su vida sin parar. Sus lágrimas y su saliva se mezclaron con el sudor que brotaba de su cabeza calva, de su nuca, de su espalda, de sus axilas. Los gritos desesperados disminuyeron cuando le eché las dos manos al cuello pegajoso, húmedo y grueso. Cayó al suelo y me senté a horcajadas sobre su pecho. Entonces empezó a boquear, a gemir y a mover las extremidades de manera descontrolada. Me arañó los brazos y la cara; me arrancó pedazos de piel que se quedaron bajo sus uñas amarillentas, e incluso pudo golpearme con debilidad en el vientre y agarrar por unos segundos la capa oscura por encima de mi cadera. Creí que había tardado horas en morirse, pero al terminar me di cuenta de que no habíamos pasado más de veinte minutos en esa sala. Régar salió sonriendo; yo salí llorando y temblando.
ESTÁS LEYENDO
Digimon Adventure: Proyecto Mestizo
FanfictionAños 2005 y 2022. Me llamo Jake Dagger, soy mestizo, y me encomendaron la misión de secuestrar a Takeru Takaishi, el portador del emblema de la Esperanza. Me gustaría decir que soy capaz de salvarlo, pero ni siquiera me veo capaz de salvarme a mí mi...