2004 | Prefacio cero

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Una oscuridad marchita y la certeza de que todo estaba en su lugar. El terreno hondo, opaco, incierto. La huella de alquitrán que se confundía con la noche. El olor a muerte, a terror, a infecto, a lo que fue y no debió ser. A la lucha injustificada por la libertad de quienes oprimen las libertades de otros. El odio. El odio intenso, profundo, agudo, insondable.

La criatura ínfima se desplazó, raquítica, por el vacío informe que lo devoraba todo a su paso y que se fundía con el resto de criaturas hasta ennegrecerse a cada instante. Por su camino se cruzaron cerebros sagaces, corazones retorcidos y cuerpos poderosos, pero ninguno de ellos logró convencerle de que serían lo suficientemente sagaces, retorcidos y poderosos como lo necesitaba. Pasado un tiempo equívoco, aunque seguro que demasiado largo para la paciencia de cualquiera, la criatura con forma de máquina anquilosada había pasado por tantos cerebros, había tocado tantos corazones y había invadido tantos cuerpos que había comenzado a entender que era imposible conseguir un ente perfecto sobre y con el que gobernar. Escuchó conversaciones ajenas, revivió recuerdos que no eran suyos, indagó en ideas que nunca se le habían ocurrido y tocó temas que jamás había tocado. Y entonces comprendió que su misión podía ser otra. Que, en realidad, debía ser otra.

Comprendió también que las piezas comenzaban a encajar, y que no necesitaba saber con certeza cómo sería el rompecabezas al final, porque lograría terminarlo sin problemas. Llegó a la conclusión de que una estrategia más profunda, incluso que requiriera de más paciencia, podía ser la correcta. La que terminase con su objetivo expandido y poderoso como premio principal a cambio de su sacrificio.

Fue por ello por lo que continuó esperando.

Esperó por tanto tiempo que casi se le olvidó cuál era su objetivo.

Esperó de tantas maneras que casi creyó haberse convertido en otro.

Y entonces, cuando encontró el cuerpo imperfecto para su estrategia, no dudó en empezar.

—¿Qué dimensión es esta, señor?

—El Área Oscura. —La sonrisa socarrona de aquel ser brilló con más fuerza que sus ojos plateados—. Pertenece al Mundo Digital, aunque es incluso más interesante.

—¿Y aquí vamos a encontrar a ese tipo?

—GranDracmon —le corrigió—. Empieza a mostrar respeto, caraculo.

—¿Respeto, señor? Creía que veníamos a robarle —añadió un tercero.

El más grande soltó una carcajada que retumbó en los rincones más oscuros de la zona. Después, agarró a uno de sus subordinados de la nuca y se pasó la lengua por el interior de los dientes con una sonrisa que le abarcaba todo el rostro. Ninguno de los otros tres seres intervino.

—Y a eso venimos, Lórman. Tengo entendido que el tal GranDracmon tiene un poder tan inmenso que nadie puede hacerle frente. Vamos a ver cómo de poderoso es, pero antes entraremos con el rabo entre las piernas para comprobarlo por nosotros mismos y estar prevenidos. Si nos presentamos de cara y resulta que los rumores son ciertos, seremos hombres muertos. ¿Lo entiendes ahora, caraculo?

El otro, el tal Lórman, sonrió.

—Lo entiendo, señor.

Sus planes no interesaron a la criatura raquítica porque creía, y con motivo, que no irían a parar a ningún puerto seguro. Pero sus células inquietas y sus movimientos entre dimensiones se llevaron toda su atención. Sus cavidades imperfectas, sus cuerpos poderosos, sus corazones retorcidos y sus cerebros poco sagaces parecían encajar tan a la perfección en todo lo que no sabía que buscaba que no pudo dejar pasar la oportunidad: se abrió camino por las inquietudes del más débil de los cinco, y después fue paseándose por las debilidades de todos hasta que llegó al más fuerte. Allí anidó un entramado de conexiones que logró encajar hasta dar con lo que necesitaba, apenas un par de horas después de su llegada al Área Oscura.

—Nos largamos.

—Pero, señor, ¿no íbamos a quedarnos aquí hasta dar con GranDracmon?

—Nos largamos —repitió—. Los planes han cambiado.

Y esa fue la forma en la que el parásito logró escapar de su propia jaula.






Sombra&Luz

Digimon Adventure: Proyecto MestizoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora