Capítulo 25

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Había pasado casi un año desde que me había llevado a Takaishi en contra de su voluntad, por lo que deduje que las esperanzas de los elegidos por encontrarlo con vida habían comenzado a perder fuerza. Por muchas voces que escuchara Ari, no iba a cambiar el hecho de que un muchacho de tan solo quince años estaba desaparecido.

En todo ese tiempo la policía no había encontrado una sola pista que les acercara a la persona que se lo llevó, y mucho menos a su paradero. No había testigos, y la ventaja y la desventaja de la que gozábamos como personas sombra era que no dejábamos rastro en este tipo de casos, porque la teletransportación tan solo dejaba el aire caliente y algo removido por unos segundos. Más allá de eso, teníamos la capacidad de movernos por todas partes sin dejar huella. Por eso se nos llamaba sombra.

A Ari, por otro lado, la mantenía vigilada para que no le dijese a nadie que había escuchado voces. En ningún momento la vi con intenciones de ir a la policía, así que no me vi obligado a intervenir para evitar confesiones. De todas formas, ¿quién creería ese testimonio? Quizás los niños elegidos sí, pero la policía la tomaría por una cría traviesa.

Fue durante una clase de Matemáticas cuando me decidí a hablarle con la intención de que me contara lo que necesitase. No sabía si había hablado con los niños elegidos para contárselo pero, fuera como fuese, no parecía haberle aliviado en absoluto. Por un lado, pensé, hablar conmigo le serviría para desahogarse; por el otro, tal vez pudiese esclarecerme cómo estaban yendo las cosas por su cabeza. Por muy egoísta y manipulador que sonase, la necesitaba preocupada, consciente y alerta.

Rompí un trozo de papel de mi libreta y escribí «¿Te pasa algo?». Luego alterné la mirada entre su espalda y el profesor, y recé para que se diera cuenta. Poco después se giró, me miró como si acabase de despertar de algún sueño, y estiré el brazo para darle la nota sin que el profesor se enterara. Se irguió en el sitio, la leyó, se llevó el pelo lacio detrás de la oreja y cogió un bolígrafo para responderme.

Cuando me devolvió la nota vi que debajo había escrito «No, estoy bien», con una letra redonda, pequeña y ordenada. Se había equivocado al escribir la «e» de «estoy» y había tapado el desperfecto con una estrella de cinco puntas para la que no había necesitado levantar la punta del bolígrafo del papel.

Me humedecí los labios y me mordí el inferior para disimular la sonrisa. La miré. Era un acto simple, creativo e infantil, pero me bajó tanto a la Tierra que primero me pareció muy tierna, y después recordé que solo tenía catorce años y que los niños normales de catorce años vivían ajenos al tipo de vida que yo tenía. Y todo ello me llevó a la conclusión de que, por tanto, yo desconocía la capacidad de aguante que podía tener ella para soportar todo lo que le estaba echando encima sin su permiso.

Se restregó los dedos pequeños y delgados por la cara como si quisiera pensar con más claridad. Era fácil darse cuenta de que algo le pasaba, aunque me hubiese respondido aquello. Por eso le contesté: «¿Segura? No lo parece. ¿Quieres hablar?». Se tomó tanto tiempo para devolverme el papel que creí que no lo haría.

Al final, se giró sin disimulo y me miró a los ojos por fin. Acepté el papel. «De acuerdo. En el recreo te cuento», había respondido.

La campana sonó poco después.

Me levanté, fingí ordenar mis cosas y agarré a Ari del brazo para detenerla cuando vi que tenía intención de marcharse. Presté atención al profesor, que estaba inmiscuido buscando algo entre sus cosas mientras las recogía. Aproveché su distracción y el cúmulo de adolescentes alborotado por la hora del recreo para arrastrar a Ari hasta el armario. Le indiqué con un dedo que guardara silencio. Escuchamos al profesor cerrar la puerta del aula con llave.

Digimon Adventure: Proyecto MestizoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora