Capítulo 41

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¿La confianza de estar convencido de que Ari estaba a salvo temporalmente, de que mi madre debía de estar a medio camino del aeropuerto, de que los digimon podrían hacerles frente a Régar y sus hombres, y de que nadie me buscaría en, tal vez, la próxima hora? Lo único que consiguió fue hacer que mis ganas de huir fueran aún mayores. El problema era que todo eso no era más que la calma que estaba precediendo a la tormenta que sabía que se avecinaba. Todo era temporal.

Hubiera sido contraproducente obedecer al impulso de huir, por lo que, en vez de hacerlo, fui a la prisión del castillo y saqué a Uf-Tá de su celda. Se resistía con una fuerza casi nula, caminaba dando tumbos gracias a que yo lo sostenía, mientras él lanzaba frases sin sentido al aire en un estado que supuse febril, probablemente a causa de alguna infección por las heridas que no pude curarle. Estaba ardiendo, incluso para ser un sombra. Dijo cosas en ofiuco que entendí como insultos, otras cosas que eran tan extrañas que deduje aleatorias, y otras que ni siquiera con el contexto pude comprender.

Lo arrastré al pasillo y lo obligué a mirarme. Sus ojos eran de un color miel apagado, más oscuro que el de Tigasde. Tenía la piel pálida, había perdido casi todo el rastro de color que las venas verduzcas pudieran darle, y no era capaz de enfocar la mirada. Olía a mierda.

—Aguanta un poco —dije en japonés, a sabiendas de que ni me entendía ni parecía escucharme—. Ya casi estás a salvo.

Desobedeciendo deliberadamente a Régar, lo llevé a Ofiuco.

Pisé ese mundo sin la máscara y la capucha puestas, mostrándome tal y como era y rezando para que mis ojos y el estado de Uf-Tá no llamasen tanto la atención en primera instancia. El peso de la gravedad me hizo caer de rodillas y casi desplomarme, pero no lo solté en ningún momento.

Sabía adónde tenía que ir, porque había investigado lo suficiente durante todo ese año como para no conocer tan solo sus leyes, sino también desde dónde se ejecutaban. Asimismo, había escuchado conversaciones entre Régar y sus hombres, en todos mis años sirviéndoles, sobre lo que era ese mundo, sobre quiénes eran sus mayores enemigos en las autoridades de Araea, el lugar principal encargado de las relaciones interdimensionales; las leyes, sus consecuencias, los viajes, el mestizaje y otros tratos con otros mundos...

Quería creer que lo tenía todo, cuando en realidad sentía que no tenía nada, que me estaba lanzando a la boca de otro lobo, esta vez disfrazado de cordero.

Con fuerzas que no sé de dónde saqué, me presenté en los juzgados de Araea con Uf-Tá agonizante, con el corazón bombeando en mi pecho con una intensidad que no me dejaba respirar, y con las piernas temblando.

Tres personas, dos mujeres y un hombre, se levantaron de golpe cuando me vieron aparecer con un brazo rodeando el cuello de un hombre que no podía tenerse en pie. Un chaval de ojos verdes con poderes de sombra que sostenía como escudo protector a un pobre hombre que desvariaba de lo enfermo que estaba.

Una de las mujeres, de piel oscura, ojos casi dorados y cabello castaño ondulado recogido en una coleta larga hasta la cintura, se acercó un par de pasos con el ceño fruncido. Había visto a pocas mujeres sombra, pero las dos que estaban presentes eran la viva imagen de lo que ya sabía que eran: espalda ancha, piernas fuertes y músculos marcados.

Tragué saliva cuando comenzaron a hablar, entre ellos y conmigo. Las primeras frases no fui capaz de entenderlas. El ruido de mi propio corazón no me dejaba escuchar nada, y mucho menos entender un idioma que no dominaba.

No recuerdo, siquiera, cómo era ese lugar.

«Mestizo», pude entender. Entonces se me aclaró un poco la mente.

—Vengo a entregar a este hombre —quise decir, también en ofiuco. Lo más probable es que se me mezclaran algunas palabras debido a los nervios—. Lo entregaré a cambio de algo. Tengo información valiosa sobre Régar.

Digimon Adventure: Proyecto MestizoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora