Capítulo 9

88 14 61
                                    

Mi madre estaba cenando cuando llegué. Se asustó al verme.

—¿No puedes entrar por la puerta, como las personas normales?

Me hubiera gustado decirle que yo no era una persona normal, pero la broma me hubiera costado caras largas durante lo que quedaba de noche, teniendo en cuenta el humor en el que la encontraba.

—Lo siento —respondí, quitándome la máscara—. No me llevé las llaves.

—Pues para algo las tienes.

No me miró. Jugó con los cubiertos a mover la comida de un lado a otro del plato. Me quité la mochila y la capa y saqué la manzana y el sándwich casi entero para dejarlos en la cocina. Ella se giró a comprobar lo que traía.

—Jake, no estás comiendo nada. Estás muy delgado.

—No tuve tiempo —dije—. Ahora cenaré.

—¿No tuviste tiempo para comer pero sí para ir a ese mundo?

Me giré a mirarla, pero seguía de espaldas a mí jugando con su comida. Tardé en darme cuenta de que seguramente había visto el libro de leyes de Ofiuco en mi habitación, porque no era habitual que entrara en ella y no lo había barajado como posibilidad.

Guardé la comida en la nevera sin decir nada. Después atravesé el salón para dejar la mochila, la capa y la máscara en mi cuarto, y cuando me di la vuelta la encontré parada en el marco de la puerta. Había cruzado los brazos debajo del pecho. Llevaba el pelo rubio recogido en una coleta baja mal hecha, y las pocas pecas que tenía entre la nariz y los pómulos eran casi imperceptibles con la luz mortecina de mi habitación.

Siempre me resultó curioso saber lo diferente que era en el entorno en el que me movía. Mi madre y yo éramos japoneses, porque habíamos nacido y habíamos vivido en Japón toda nuestra vida, pero las preguntas acerca de nuestros orígenes nunca faltaban. En parte suponía que debía agradecer que mi familia materna fuese inglesa, porque de esa forma podía llegar a disimular cualquier rasgo distintivo de los sombra, como un posible cabello excesivamente claro, bajo la excusa de nuestra evidente occidentalización. Pero había cosas, como mis habilidades físicas, que no tenían explicación para los humanos, y que nunca debían conocer.

Me costó algunos años entender que ser tan diferente, de todas las maneras, no tenía nada de malo, y que tenía el mismo derecho a considerarme japonés que el resto de los chicos de mi edad con ascendencia japonesa. Y aun así nunca fue fácil explicar la procedencia de mi padre, aunque solía decir que era japonés para sentirme más respaldado cuando dudaban de que yo lo era.

—¿Por qué fuiste?

—Porque necesito respuestas.

—Lo que necesitas es sobrevivir, Jake.

La segunda persona que más poder tenía sobre mí, después de Régar, era mi madre. Y eso me molestó.

Había una diferencia sustancial entre vivir y sobrevivir, y yo no recordaba muchos momentos en los que pudiera decir que estaba viviendo como tal. El miedo, las vejaciones y los malos tratos no me dejaban estar de otro modo que en una alerta constante que no era compatible con nada más que con una sensación de supervivencia. Y eso no era lo que quería para mi futuro, así que lo siguiente se lo dije mirándola directamente a los ojos y en actitud defensiva:

—No, mamá, lo que necesito es vivir. Y para vivir necesito respuestas.

—¿En qué te pueden ayudar las respuestas? ¿Qué necesitas saber exactamente?

—Necesito saber si tenemos alguna posibilidad de llevar una vida normal. Necesito saber si tenemos derechos, si puede haber alguien que nos defienda de Régar y su panda.

Soltó una risa falsa y amarga.

—Ay, Jake. ¿Crees que esos hombres nos dejarán en paz alguna vez? Este mundo no puede hacer nada por ayudarnos. Estamos condenados de por vida.

Me estremecí al escuchar la palabra «condenados».

—Estoy seguro de que podemos hacer algo —insistí.

—Se te ha ido la cabeza.

—No voy a aceptar este destino sin intentar otro.

—¡Nos van a matar! —me gritó—. ¿Es que no te entra en la cabeza? Esos hombres son peligrosos, y tú no eres más que un crío de trece años que piensa que las cosas son mucho más sencillas de lo que son en realidad.

Esa vez fui yo el que no pudo evitar reírse.

—¿Soy un crío de trece años para qué asuntos, mamá? ¿Lo soy para tomar decisiones importantes para mi futuro, pero no para enfrentarme a matones interdimensionales cada tarde? Te recuerdo que soy yo el que trabaja y recibe palizas cada semana.

—¡Y de eso quiero librarte! Llevo años pidiéndote que dejes de enfrentarte a ellos, que calles y que obedezcas sin rechistar para que no te pase factura, y tú sigues igual de cabezota y orgulloso, intentando hacerles frente. ¿De verdad no entiendes algo tan simple? Si tú fallas, nos matarán a los dos. ¿Es eso lo que buscas, que nos maten?

—No nos van a...

—Estamos condenados hasta que nos muramos —me interrumpió—. Lo estamos desde que naciste.

Hice una pausa.

Juro que intenté ver otra cosa y decirme que aquella mirada no me estaba culpando pero, por mucho que buscaba y rebuscaba algo que no fuera eso, no logré dar con nada más. Me humedecí los labios, sin dejar de mirarla a los ojos, porque no sabía si me saldrían las palabras.

Creo que en el fondo seguía manteniendo la esperanza de estar equivocado con lo que veía. No obstante, no conseguí ver una sola mota en sus iris verduzcos que me indicara algo distinto.

—No es mi culpa que tú te acostaras con él —murmuré.

Aunque lo dije casi susurrando, me quedó claro al instante que me había oído; también lo vi en sus ojos.

Se acercó a mí en dos pasos, a punto de llorar, con el rostro enrojecido por la furia y con la mano abierta por encima de su cabeza. Mi madre nunca me había pegado, pero en ese momento creí que lo haría.

No me moví.

—¿Tú también vas a pegarme?

Detuvo la mano en el aire y me analizó con un gesto que en aquel momento no supe descifrar. Le sostuve la mirada como pude, con un nudo en la boca del estómago que creí que me estaba comiendo las entrañas.

Pronto comenzó a llorar, sin apartar la vista de mis ojos. Bajó el brazo con lentitud y se marchó de mi habitación sin decir nada más.







Sombra&Luz

¡Hola!

Hoy publicaré tres capítulos, porque son cortitos. Ya corregí el capítulo 8, aunque todavía no tengo mi ordenador de vuelta. He conseguido que me dejen uno durante el fin de semana. Espero recuperar el mío pronto.

También espero que les esté gustando la historia. Sé que es muy distinta de todas las que he publicado hasta ahora, que el protagonista no es un niño elegido y que Digimon no parece el tema central, pero ya saben que esta historia pertenece a mi canon de Digimon, por lo que seguirán encontrando pistas y referencias a otros de mis fanfics.

Sin más, gracias a quienes votan y comentan. Me dan la vida, y no saben cuánto.

Digimon Adventure: Proyecto MestizoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora